Paradojas y afinidades de la vida: nuestro artista se va sin estruendo y sin que de él y de sus creaciones apenas sepamos. De sus obras, calladas presencias en calles, plazas y jardines conocemos, es cierto, las personalidades representadas, las circunstancias conmemorativas que impulsaron su erección, los secretos de sus formas junto a las que nos retratamos, paseamos, hablamos, vemos. Pero, ¿y del autor? Siempre escondido tras ellas e ignorado.
Tuve la fortuna de conocer a Eduardo allá por 1990 cuando, por diversas circunstancias pude visitar su casa-taller de Fuensaldaña y contemplar maravillado esas oscuras figuras diseminadas por todos los rincones, alguna de las cuales se puede ver en los jardines de la Diputación ('Hombre con máscaras') o de las que disfrutamos en 2012 con la exposición 'Náufragos' en el hall de Filosofía y Letras. Los horizontes expresivos de éstas y otras figuras, deformantes y simbólicas, de ásperas texturas y que portan objetos cotidianos deteriorados por un largo uso, llegan a alcanzar en ocasiones la fealdad más terrible, pero también transmiten un sentido positivo, ético y sentimental, sobre todo desde el propio compromiso social de su autor.
Cuadrado es uno de los representantes más interesantes y originales de la actual escultura en el ámbito castellano y leonés. Formado como artista en centros privados y en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Valladolid, dedicó su trabajo creativo casi con exclusividad, aunque ocasionalmente mostró su buen hacer en pintura y fotografía, a la práctica de una escultura en la que predomina el uso del metal, la fibra de vidrio, el poliéster y el plástico. Si bien en sus comienzos llegó a observar un modo de hacer abstracto al que en parte volvió en 1996 con la fuente del 'Homenaje al Voluntariado Social', obra de sorprendente sencillez volumétrica y claridad conceptual, a partir de 1980 inicia, con su primera exposición 'Al otro lado de las ventanas', un giro progresivo hacia lo figurativo y conceptual con la creación de un universo personal poblado de seres y objetos que, en su carácter tenebroso y desechable nos sugiere e introduce en una atmósfera onírica y opresiva, misteriosa y al tiempo miserable.
Más obras del artista tienden hacia estas constantes estilísticas, tales como las pertenecientes a las muestras 'Homo y espantajo' de 1994; 'Náufragos' en la Estación del Norte de Valladolid en 1997, o las realizadas en la Sala de Exposiciones de los Broadway en los últimos años, sala de la que fue, como me indica mi entrañable Paco Heras, su comisario desde los inicios. Quizá son más conocidas las obras de carácter público de Eduardo: 'El fotógrafo del Campo Grande', donde el afán expresionista del autor queda suavizado por la fidelidad a la realidad de un personaje o, más bien de una conocida saga familiar de fotógrafos callejeros vallisoletanos. Así también acontece con 'Miguel Delibes', en actitud de sus paseos cotidianos. Pero no hay que olvidar a 'El comediante', todo un homenaje al espíritu teatral tan arraigado en nuestra ciudad.
De poco espacio más dispongo para extenderme. Desde estas líneas, insto a voces más autorizadas que la mía a manifestarse y valorar lo hecho por Eduardo ahora que no está para impedirlo, tal como era en él proverbial y había que respetar. Hagámoslo a partir de ahora, para no olvidarle.
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