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El cuadro 'Demócrito y Heráclito' es una de las joyas 'escondidas' del Museo Nacional de Escultura. No sólo porque se sabe que Rubens lo pintó en Valladolid, en 1603, sino porque, además, es de los pocos cuadros de los que puede afirmarse con certeza ... que es íntegramente obra de su mano pues, como es sabido, el pintor germano se apoyaba habitualmente en su taller. Su historia es una de las más sorprendentes que podrán descubrir los visitantes del museo durante una serie de breves charlas matinales -a las 12 horas todas las mañanas- que girarán, como el resto de la programación estival del museo, en torno a la idea de recuperación de la normalidad y de la cercanía con el arte.
«Artes de proximidad» es el título de las actividades del verano del museo, y ese afán de reencuentro con el público se plasma en un periodo extraordinario de gratuidad de las visitas hasta el próximo 10 de septiembre. Es una decisión adoptada por el Ministerio de Cultura para todos los museos que dependen de él, lo que incluye también al Museo Casa Cervantes en Valladolid.
«Toda la programación de verano gira en torno a esa idea de animar a la gente a recuperar el contacto con los museos, tras unos meses de escasez de visitantes a causa de la prevención que ha generado la pandemia», explica María Bolaños, la directora del centro vallisoletano. «No obstante, junio y julio están siendo meses buenos. Se nota más movimiento y que empieza a llegar gente de fuera», matiza. Las iniciativas estivales quieren impulsar esa recuperación y, sobre todo, ayudar a recuperar la normalidad estimulando experiencias de encuentro y de acercamiento a las obras de arte que se exhiben.
Las charlas matinales son la piedra angular de esa apuesta. Cada día se comentará una obra de la exposición y todas ellas habrán sido seleccionadas por sus vínculos con Valladolid. El caso de la pintura 'Demócrito y Heráclito' es especialmente destacable porque en torno a esa obra y la ciudad se articulan una serie de circunstancias de relevancia para la historia del arte español.
La historia, que será expuesta a los visitantes por la propia directora del museo, nos cuenta uno de esos episodios en los que el azar juega un papel decisivo. Rubens, que por entonces tenía sólo 26 años, acudía a Valladolid -que había recuperado sólo dos años antes su condición de capital de España- como embajador del duque de Mantua, en cuyo nombre traía presentes para el rey Felipe III. Entre los regalos figuraban pinturas de Pietro Faccheti que copiaban conocidas obras renacentistas italianas.
Pero el viaje, que resultó más largo de lo previsto, se vio trastocado y golpeado por una climatología vivamente adversa, lo que provocó daños en parte de las pinturas, así como deterioros irreparables en otras dos, de temática religiosa. Rubens aprovechó la inesperada ausencia de Felipe III de la ciudad y, por encargo del embajador de Mantua, Annibale Iberti, procedió en Valladolid a la restauración de las obras que custodiaba «decidiendo incorporar una pintura propia para compensar las pérdidas producidas por el camino», explica María Bolaños. Esa pintura sería 'Demócrito y Heráclito', un cuadro que, tras pasar por muchas vicisitudes, fue adquirido en el año 1999 por el Ministerio de Cultura, lo que permitió su regreso a la Valladolid donde se pintó. El Gobierno pagó 661.000 libras (175 millones de pesetas) al magnate sirio del petróleo Akram Ojjeh, quien lo había sacado a subasta en la sala Christie's de Londres.
Pero la presencia de Rubens en Valladolid tuvo otras importantes consecuencias, según recuerda Bolaños. La principal de ellas es el encuentro del pintor con el duque de Lerma, el favorito del rey. «Lerma y Rubens viven un momento de exaltada ambición y ansían demostrar su poder: el pintor, sabedor de su valía artística, aspira a consagrarse como un maestro famoso, y el ambicioso valido empieza a disfrutar de la riqueza y la autoridad que le da su condición», explica la directora del Museo Nacional de Escultura. «El entendimiento entre ambos señala, en España, el inicio de la asociación entre arte, poder y coleccionismo: la dulce alianza de intereses que une al artista con su mecenas beneficia a ambos en su afán de eternidad».
La selección de obras comentadas incluye muchas otras elaboradas en Valladolid, como la Sillería de San Benito o el Ecce Homo de Berruguete, lo que es menos sorprendente, teniendo en cuenta que la ciudad fue el centro de una poderosa escuela escultórica entre los siglos XVI y XVII, pero no menos interesante de conocer y evocar. Pero incluye también otras historias menos conocidas, como la de 'La Frontera', una escultura del segoviano Emiliano Barral, artista clave de los años 30, en homenaje al militar, académico y dramaturgo vallisoletano Leopoldo Cano. Lo que queda de esta escultura puede verse en el jardín del museo.
La fama de Cano en el momento de su muerte, en abril de 1934, era tal que la Comisión de Gobierno de la ciudad convocó casi de inmediato un concurso nacional para erigirle un monumento, que se colocaría en la Plaza de la Libertad. Barral fue el elegido y entregó la obra un año después, en 1935: una gran matrona que cobija bajo su manto a tres niños desnudos y que representa el amor fraternal. Una obra sólida y rotunda inspirada en los principios estéticos del realismo soviético y que no tardó en despertar oposición, burlas y rechazo. «Algunos estudiosos apuntan más al convulso momento político que a los gustos de los vallisoletanos como motivo principal de la desvalorización del documento», se explica en la ficha del museo relativa a la obra. La agitación de la época se cebó sobre el monumento y la Comisión de Gobierno se vio forzada a buscar alternativas. La primera que se planteó fue el traslado al Campo Grande, pero el artista se negó y la obra terminó en los almacenes municipales a los pocos meses de inaugurarse.
En 1936 se replanteó la posibilidad de volver a ubicarla en un nuevo lugar, pero el estallido del golpe de estado y la Guerra Civil subsiguiente provocaron su derribo y destrucción. De hecho, durante más de cuarenta años se la dio por desaparecida, hasta que, a comienzos de los años 80, el profesor Juan José Martín González localizó una parte del monumento, el torso de la matrona, en el santuario de Carmen Extramuros. En 1984 se instaló en el patio de acceso a la capilla del Museo de Escultura y hoy puede contemplarse en el jardín del Colegio de San Gregorio. Su historia, como otras muchas que los visitantes podrán escuchar, es la historia de una ciudad entretejida con el arte. Y si el episodio protagonizado por Rubens encarna uno de sus momentos luminosos, el de La Frontera nos devuelve otra cara menos amable, pero no menos cierta, de esa historia.
Una parte importante de las actividades estivales del museo giran en torno a la exposición que puede verse en la actualidad, 'Extraña devoción', un acercamiento novedoso y desprejuiciado al mundo de las reliquias. Bajo su paraguas, y con el fin de estirar aún más su red de significaciones, se han organizado un ciclo de cine, un taller infantil y dos iniciativas musicales.
«Es verdad que el tema de la exposición puede producir inicialmente un cierto freno mental en cierto sector del público, en principio reacio a este mundo, pero está siendo bien acogida y estamos viendo que ayuda a una comprensión nueva y más fresca de esta realidad», explica la directora del museo María Bolaños. «Lo que 'Extraña devoción' muestra es lo que este mundo nos dice de nuestro presente y de nuestra relación con el pasado, con la muerte, y el recuerdo de los seres queridos o relevantes».
Las cifras de visitantes de 'Extraña devoción', que el 13 de junio superó los 5.000, revelan un descenso significativo con respecto a otras iniciativas similares en los años previos a la pandemia, lo que refleja el retraimiento, y la prevención, de los ciudadanos a la hora de entrar en edificios cerrados. Además, y debido al retraimiento en los viajes entre provincias, la exposición ha recibido, sobre todo, visitantes locales. Y ahora, cuando han empezado a alcanzarse niveles de movilidad nacional similares a los del año 2019, se echa en falta a los visitantes extranjeros y se nota la drástica caída del turismo internacional en la ciudad.
Con el fin de compensar esta realidad hostil, el Museo ha puesto en marcha estos meses una novedosa campaña de difusión en redes sociales, mediante videos breves en los que los comisarios de la muestra, u otros expertos, comentan alguna de las obras más significativas. Esta labor didáctica se completa ahora con una serie de visitas comentadas todos los jueves de julio, a las 11 horas, y los domingos 18 y 25 de julio, así como el 1 y el 8 de agosto, a las 10.30 de la mañana. Es una actividad gratuita pero que requiere inscripción (983250375).
Con todo, más sorprendentes son algunas de las otras actividades. Como el ciclo de cine, que bajo el título 'Objetos que despiertan pasiones: Del Grial al Halcón Maltés' permite abordar el fenómeno desde otra perspectiva más próxima con la proyección de tres películas: 'El Halcón Maltés' (1941), de John Huston, el martes 3 de agosto; 'La mujer del cuadro' (1944), de Fritz Lang, el día 4; y 'Lancelot du Lac' (1974), de Robert Bresson, el jueves 5. En todos los casos, las películas se proyectarán a las 22.30 horas, en el jardín del Museo Nacional de Escultura, con entrada libre y gratuita hasta completar el aforo disponible.
«Si pensamos en las reliquias en un sentido simbólico, como objetos en torno a los que se desatan pasiones, intereses y luchas, el Santo Grial y el Halcón Maltés muestran dos caras de la moneda», explica María Bolaños. Ambos son objeto de una cruzada, uno por ser una reliquia cristiana, y el otro por ser depositario de supuestos tesoros. Y es que, aunque no siempre seamos conscientes de ello, «depositamos mucho de nosotros mismos en los objetos; nos importan mucho». El ciclo se completa con una obra maestra de Lang que gira en torno a un cuadro que conserva la presencia misteriosa de una persona real «lo que es casi una doble metáfora» sobre el tema en cuestión.
La programación se completa con el taller infantil 'Cosas que importan, reliquias de familia', en el que los niños podrán hablar de sus propios recuerdos ligados a objetos e incluso construir relicarios sorprendentes. «Es algo muy propio de la infancia el guardar objetos que consideramos tesoros», explica Bolaños.
Finalmente, dos iniciativas musicales completan el programa: el concierto del Cuarteto Ribera, el 29 de julio, a las 22 horas, y la proyección de la ópera 'Don Giovanni', el 27 de agosto, a la misma hora. La obra que interpretará el Cuarteto Ribera, es el Quinteto para cuerdas (D.956) de Franz Schubert, que fue la última pieza de cámara compuesta por Schubert, quien fallecería dos meses después de haberla escrito. La obra no se estrenaría hasta 1850, varios años después de la muerte del compositor, «por lo que su condición de reliquia musical es prístina». Por su parte, la conexión del Don Giovanni de Mozart con el gran tema que inspira toda la programación estival tiene que ver con la existencia de un personaje, el comendador, que pone en contacto el mundo de los muertos y el de los vivos. La versión que se proyectará -amenizada por un vino y tentempié en el intermedio- es la dirigida por Yakov Kreizberg en 1995 con la aclamada dirección escénica de Deborah Warner.
Finalmente, la programación estival del museo se completa con una charla participativa en torno a la obra de Jean Arp 'Brote en corte', que el museo exhibe dentro de su exposición dedicada a María Luisa Caturla 'Arte de épocas inciertas'. Será el 20 de agosto a las 11 horas en el Salón Rojo del Colegio de San Gregorio. Es una actividad gratuita pero que requiere inscripción.
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