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Hay tapices y cuadros, cálices y obras arquitectónicas, joyas, esculturas... infinidad de obras de arte que han llegado hasta nuestros días (y las que se habrán perdido por el camino histórico) gracias al aliento femenino, al papel de reinas, de nobles y damas de ... los siglos XV, XVI y XVII. Manifestaron algunas de ellas un importante interés por el arte y dedicaron buena parte de sus esfuerzos y fortunas a financiar la labor de artistas, bien a través del patronazgo (con el encargo de obras concretas) o del mecenazgo (con el apoyo directo al trabajo de pintores, escultores, arquitectos...).
A esta labor –que ha desembocado en muchos casos en tesoros hoy valorados y admirados– presta atención el Congreso Internacional 'Entre la política y las artes. Señoras del poder', que organiza hasta el viernes el departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, bajo la dirección de Miguel Ángel Zalama y María Concepción Porras Gil. Participan expertos de Italia, Dinamarca, Portugal, Francia, Polonia...
«A lo largo de la historia y hasta una época muy reciente, las mujeres no han sido artistas reconocidas. No era una actividad que tuvieran prohibida, pero no se dedicaron a ella tanto como los hombres», apunta Zalama. Sí que hubo, en cambio, y está documentado, mujeres que contribuyeron a promover, a sufragar la creación artística. «Y esto tan importante muchas veces se ha olvidado al estudiar la historia».
Un ejemplo destacado es el de Isabel la Católica, sobre todo con el encargo de tapices: llegó a reunir más de 300. «Eran la joya de la corona, una de las artes visuales más caras». También a esos tapices prestó especial atención María de Hungría, la hermana del emperador Carlos, una bibliófila con gran pasión por las artes (encargó retratos a Tiziano, pinturas a Rogier van der Weyden).
«Consiguieron reunir unas colecciones extraordinarias que fueron dejando en herencia a sus familias», indica Zalama. Aunque, en realidad, matiza Porras Gil, no debería hablarse de «coleccionismo» como tal: «Es como si hoy dijéramos que coleccionamos faldas de Zara. No, para estas mujeres, disponer de estas obras artísticas no era hacer una colección. Las tenían». Y hacían uso de ellas. «La idea del museo que tenemos en la actualidad no existía. Esos tapices no los tenían expuestos, para que se pudieran visitar. No. Los tenían guardados. Por eso existían oficios como los camareros de Corte, que custodiaban estos bienes, o los tapiceros, que se encargaban de cuidarlos. Cuando había un acto especial (un bautizo, una recepción, una fiesta determinada), se elegían unos tapices, se decoraba la sala donde tenía lugar esa cita, y luego, se guardaban otra vez».
Con el tiempo, sí, reunido, ese patrimonio ha dado lugar, por ejemplo, a la colección de tapices de Patrimonio Nacional, «la más grande y extensa del mundo», resalta Zalama, quien recuerda que Felipe II llegó a disponer de más de 1.700. «Muchas obras han llegado hasta nuestros días, pero el paso del tiempo ha sido funesto. De algunas solo tenemos noticias documentales. Y de otras, ni eso».
«Desde los años 80 del siglo pasado, se ha abierto una vía fascinante, con un rendimiento exponencial, en el estudio del protagonismo femenino en la historia y la historia del arte, hasta ahora olvidado. Pero lo que no podemos es poner sobre la mujer de otra época la visión femenina o feminista de hoy en día», aclara Porras Gil, quien pone sobre la mesa un término que procede de la historiografía inglesa:'queenship'.
«Con él se refieren al trabajo que las reinas y nobles, a través del patrocinio de las artes o de obras pías, hacen para visibilizar su dinastía, para exponer ante la sociedad la imagen de su familia: su poder, su religiosidad, sus virtudes...», explica la codirectora del congreso. Anima a fijarse en Mencía de Mendoza (1421-1500), mujer de Pedro Fernández de Velasco, condestable de Castilla.
«Mientras su marido estaba en la conquista de Granada, ella se quedó al pie del cañón. En la catedral de Burgos, está al tanto de la capilla familiar, la de la Purificación: allí propondrá unas formas que luego se trasladan a todas sus capillas familiares. No es un estilo arquitectónico distinto, sino la impronta de un linaje: la cabecera octogonal con cúpula estrellada será la marca de Velasco-Mencía». Y otras muestras de financiación arquitectónica son, por ejemplo, la Capilla Real de Granada o San Juan de los Reyes, en Toledo, de la mano de Isabel la Católica.
Junto al de 'queenship', Zalama apunta otro concepto: magnificencia. «En la actualidad lo podemos confundir con lujo, derroche, ostentación. Y no tenemos que entenderlo así, sino como la necesidad de demostrar, a través de esas obras artísticas, de los vestidos, de las joyas que usaban, el poder y la posición social de la familia«.
«Atentas a la cultura, las reinas, infantas, damas nobles y de la iglesia recibieron una formación notable en la que la lectura y la interpretación musical. Rodeadas de músicos, sacerdotes y amantesde la poesía, fueron articulando en su entorno privado pequeñas cortes que alentaban el desarrollo cultural y artístico, tejiendo entre ellas camarillas y redes de poder femeninas. De esta forma se ponen en contacto conventos, palacios y obras pías dirigidos por estas damas que además de pasar sus días en oración y lectura, gobernaron sus casas e impulsaron las artes», aseguran los responsables del congreso.
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