

Vuelve a Valladolid el Circo Holiday con todo vendido
Sin posibilidades de actuar ante su público durante prácticamente todo el año pasado, los artistas de la carpa han convertido la fatalidad en un desafío
Si lo que caracteriza el espíritu del circo es la capacidad para afrontar cada día nuevos retos, este último año de pandemia ha sido un « ... más difícil todavía» que ha puesto a prueba el carácter de esta gran familia que en España se organiza en torno a más de cuarenta empresas. Sin posibilidades de actuar ante su público durante prácticamente todo el año pasado, los artistas de la carpa han convertido la fatalidad en un desafío que, en esta ocasión, no concernía a su gloria, sino a su supervivencia. Y, para superarlo, han hecho de todo. Especialmente, trabajar en el campo, como reconocen los integrantes del Circo Holiday, que el viernes abre sus puertas en Valladolid con un esperanzador aforo completo en su primera sesión y muchas reservas en las demás. Pero, para llegar hasta aquí, han tenido que recoger patatas, tomates, pimientos, brócoli, o uvas, o trabajando de camareros, de camioneros, de esquiladores… Literalmente, han hecho de todo. Porque las facturas no se pagan con lamentos.
Impresiona imaginarse a artistas multipremiados, como el trapecista Alexander Lichner, que atesora 16 trofeos en su caravana, entre ellos uno del Festival de Montecarlo -lo que podría ser el equivalente de los Óscar del circo- trabajando duro en el campo, como uno más, para salir adelante. Pero quizás sorprenda menos si pensamos que ese mismo artista se encarga, como el resto de los miembros de la troupe, de montar y desmontar la carpa, cargar graderíos y ayudar en lo que haga falta. Aparte de prepararse y entrenar para sus propios números.
«El nuestro ha sido un sector muy castigado, pero somos gente de mundo que no se achica y hacemos frente a lo que se nos ponga por delante», explica Lichner, un artista español de ascendencia alemana. En su caso, durante el parón forzado por las restricciones legales, se dedicó a esquilar ovejas, recoger brócolis, trabajar de camarero y camionero, colaborar en el montaje de prefabricados de hormigón… «Somos gente polifacética. Y el circo es un oficio duro, pero nos gusta y lo disfrutamos. Lo del campo era solamente trabajo para vivir».
Como él, todos los demás. Incluido el gerente de la empresa, Justo Sacristán, que veía cómo le llegaban las facturas de los pagos aplazados del año anterior, que no fue tampoco nada bueno para el sector, y que, como los demás, ha trabajado duro para salir adelante y poder plantearse, al fin, el resurgimiento.
«Teníamos mucho miedo porque después de un año tan duro nos tocaba asumir muchos gastos para poder ponernos de nuevo en ruta. Pero, afortunadamente, nos la hemos jugado y nos está saliendo bien, mejor de lo que esperábamos», admite Sacristán. «Parece que las familias tenían necesidad de espectáculos a los que pudieran llevar a sus niños. En Burgos, donde estuvimos entre el 19 de febrero y el 7 de marzo, hemos estado con aforos completos prácticamente todos los días. Y en Valladolid muchos días antes del estreno ya teníamos vendidas todas las entradas del primer día. Ojalá esta tónica se mantenga así», explica. En la ciudad estarán desde el viernes 19 de marzo hasta el 4 de abril, en la explanada de la calle Mieses, dispuestos a estirar su estancia si la buena respuesta de los vallisoletanos lo permite.
Llenar hoy es llenar aforos reducidos a un 30%: esto significa 336 personas como máximo en una carpa con capacidad para 1.080 espectadores. Pero 300 personas, por pocas que puedan parecer, son muchas más de las que acudieron al circo de media el año antes de la pandemia, cuando el sector coqueteó con la agonía, acostumbrándose a sesiones de apenas 20 asistentes.
Una crisis que arrancó hace tres años, cuando todos los grandes municipios, con la excepción de Madrid, aprobaron normativas contrarias a los espectáculos con animales. La presión de los colectivos animalistas se impuso sobre los usos sociales y los gustos del público, porque, de hecho, el público quería circo con fieras y dejó de ir cuando desaparecieron de escena. «La última vez que estuve en Valladolid con animales, en ferias, recaudé 120.000 euros en taquilla. El año que acudimos ya sin ellos, apenas hicimos 18.000 y nos quedamos muy lejos de cubrir gastos. Una ruina», explica Justo Sacristán, que llegó a pleitear contra unas normativas municipales que daban por supuesto el maltrato animal sin molestarse en comprobarlo o acreditarlo en cada caso. Pero su batalla llegaba ya tarde. «No nos tomamos en serio a los animalistas, pero al final acabaron con todo».
Sin animales, la gente perdió interés por el circo. Pero todo es distinto ahora en la era Covid. Tan distinto que hasta un espectáculo que parecía golpeado por el infortunio podría ser capaz de resurgir de sus cenizas. Lo que hace poco más de un año parecía en peligro de extinción vuelve a despertar interés, aunque es difícil saber cuánto durará este nuevo idilio con el público. «Es muy importante el boca a boca de la gente, que da fe de lo en serio que nos tomamos la seguridad Covid», recalca Sacristán, que sabe cuán importante es hoy inspirar confianza.
Sin animales, el circo sigue siendo circo, a pesar de los pesares. Malabaristas, equilibristas, contorsionistas, trapecistas o payasos componen las atracciones principales, redondeadas en el caso del Circo Holiday por la presencia final de dos estrellas de postín como Fofito y Mónica Aragón, que interpretan las canciones clásicas de los payasos de la tele en la media hora final de un generoso espectáculo que alcanza los 135 minutos de duración.
Lichner, con sus números en el trapecio, es una de las estrellas del espectáculo. Otra es Jon Ander Sacristán, que se encarga, entre otras tareas, del peligroso e impactante número de equilibrismo sobre rulos, uno de los más destacados. Un número que heredó de dos tíos suyos que ya no viven. «A mí me gustaba mucho, y a mi abuela también. Fue ella la que me encargó que siguiera yo con el número», explica Sacristán. No hubiera podido hacerlo de otra manera; en un universo tan familiar y tan ligado a la tradición como el del circo, era importante recibir el legado. «Cada vez que lo ejecuto se lo dedico a ellos como homenaje», proclama. Jon Ander pertenece a la sexta generación de artistas de circo y Alexander Lichner a la quinta. Ambos forman parte de auténticas sagas familiares ligadas al arte de la carpa. «No es fácil entrar en este mundo desde fuera, hay que admitirlo. Es un poco cerrado porque no se trata sólo de tener habilidades; tienes que adaptarte a un estilo de vida», explica el trapecista del 'Holiday'.
También en el caso de Lichner su abuela fue decisiva en la determinación de su vocación. Pero, en su caso, por oposición. «No quería que me dedicara al trapecio, pero soy muy cabezota y quise demostrarle que sí podía», recuerda. Fue ella la que le dijo: El día que no te guste lo que hagas, te limitarás a ir a trabajar, en cambio, mientras disfrutes, no lo percibirás como un empleo. Y así siguen todos ellos. Empeñados en escapar de la rutina del trabajo a través de los encantos seductores del riesgo y la pasión.
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