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Imagen de la exposición 'Picasso ibero', en el Centro Botín de Santander. Belén de Benito

El Centro Botín muestra la fascinación por sus ancestros del 'Picasso ibero'

La exposición permite al público español redescubrir piezas del arte ibérico que están en el Louvre desde hace 120 años

Victoria M. Niño

Valladolid

Sábado, 1 de mayo 2021, 08:31

Un joven Picasso que estaba a punto de abandonar su etapa rosa visita el Museo del Louvre en 1906 y descubre la colección de arte ibérico. Desde hacía tres décadas, la institución gala pagaba excavaciones en suelo español y tenía derecho a conservar las ... piezas. Las cabezas pétreas del santuario del Cerro de los Santos fascinan al malagueño, no tanto la Dama de Elche, ni las esculturas sofisticadas. De esa fascinación y de la influencia que esa estética primitiva jugará en la obra del creador habla 'Picasso ibero' que ha inaugurado el Centro Botín de Santander, donde estará hasta el 12 de septiembre. 215 piezas, la mitad de Picasso y la otra mitad de este arte protohistórico de la zona sudoriental de la Península.

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Han sido necesarios tres años de trabajo de museos como el Louvre, el Picasso de País y el de Málaga, el Thyssen-Bornemisza, el Reina Sofía, el Nacional de Arqueología, el Ibero de Jaén, el de Osuna, Córdoba, Albacete, Elche, Alicante y Valencia y 22 prestadores para armar esta muestra que, como apuntó el director del museo parisino del pinto, Laurent Le Bon, son tres: una sobre arte ibérico, otra sobre la relación de Picasso con él cuando lo descubre y otra, la suma de esta influencia a otras en la obra posterior del artista.

Animales reales, fabulosos e híbridos de un rico bestiario reciben con pétrea paciencia a los visitantes. Eran una de las presentaciones más espectaculares por técnica y tamaño de los iberos. Toros, caballos, lobos, grifos, sirenas están custodiados por guerreros, más modestos y más realistas en bajorrelieves. Suman en su estética influencias etruscas, fenicias, griegas. Pero no fueron estas las que hipnotizaron al pintor. En vitrinas, se suceden cabezas encontradas en santuarios sin conocer la relación con los enterramientos. Ojos grandes, caras angulosas, orejas sobresalientes; ellos con pelo trabajado, ellas con peinados. Esos rostros tienen tal impacto en Picasso que replicará los rasgos en sus autorretratos, primero en los cuadernos de bocetos, después en el óleo que se ve en la exposición.

La segunda sección gira en torno a cómo Picasso traslada ese encuentro a su obra en técnicas, soportes y temas. También él hará exvotos y damas oferentes, también sacralizará la figura humana en un altar de estética nueva, desapareciendo el naturalismo para esquematizar cada vez más el volumen. La serie de litografías sobre el toro es un magnífico ejemplo, entre el dibujo científico al minimalismo de media docena de líneas median seis pasos en la que va desnudándose su obra.

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Si el iberismo de Picasso puede cifrarse en apenas dos años entre 1906 y 1908, entre la etapa rosa y el protocubismo, la huella arcaica queda impresa en el resto de su producción como muestra la tercera parte. En la década de los años veinte Picasso se hace con un centenar de exvotos iberos en bronce. Trabajará a partir de ellos en dibujos que luego llevará a madera o bronce. De esas mujeres lánguidas, cuya feminidad se marca con el abultamiento desproporcionado de su veinte y sus pechos, que esculpe pasa luego a óleos como el de la puerta que le encargan los millonarios argentinos Anchorena para su apartamento parisino. Fue un trabajo que no llegó a entregar, al conocer la vinculación de sus mecenas con los nazis. 'Anatomía femenina' es un cuerpo alargado en el que las curvas amarran la abstracción a la realidad.

Las pequeñas tallas de mujeres sentadas o un cuerpo cilíndrico que apenas tiene unos brazos rodeando su vientre dejadas por los íberos son copiadas a su manera por Picasso. También hay una amplia representación de las cerámicas; crateras, pebeteros, jarras, con pinturas narrativas y un artista que también trabajó con este material lleva a su torno las formas aprendidas.

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El beso de Osuna

Especialmente emocionante es el 'Beso de Osuna', ese que llega del siglo IIa. de C. y que Picasso recrea en otra escultura pretendidamente tosca e igualmente expresiva. Su posterior interés precubista, le lleva a dibujar a tres mujeres hechas de formas geométricas. Mujeres de madera, de cerámica, amores que posaron sucediéndose como sus etapas estilísticas.

Cécile Godefroy, comisaria de la exposición, destaca cómo Picasso se reencuentra en el Louvre con «sus raíces andaluces y descubre un arte indígena arcaico entonces desconocido. Con Gauguin, Rodin y Cezanne había admirado otros primitivismos y les fascina el carácter bárbaro, los rasgos mágicos. Picasso hace una interpretación subjetiva y conceptualizada de esa simplificación de formas». Godefroy apuntó que el deseo del pintor era que «al final del franquismo volviera a España el Guernica y la dama oferente en bronce».

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Roberto Ontañón, el otro comisario, destacó que tras incorporar el iberismo «a su sintaxis propia, rompe con el clasicismo y resuena en toda su producción posterior». Al frente del comité científico que ha aunado historiadores del arte y arqueólogos está Pierre Rouillard. «Esta exposición permite ver piezas iberas que no han estado en España desde que salieron de aquí, hace casi 120 años. Tenéis el placer de redescubrirlas».

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