Manuel Sierra se ha quedado solo como último representante del llamado Grupo de Simancas, el colectivo de pintores que halló en este pueblo acomodo y libertad hace 40 años. La todavía no muy lejana muerte de Félix Cuadrado-Lomas (hace 11 meses) le ha dejado como testigo crepuscular de aquel grupo que formaron también Domingo Criado, Jorge Vidal o Gabino Gaona.
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Y, aunque su estilo sea distinto, pareciera que este pintor, montañés de Babia trasplantado en la meseta desde hace más de medio siglo, tomara el testigo de Cuadrado-Lomas.
La impresión surge tras recorrer las más de 30 obras que componen 'Tierras de Pan y Barro', la exposición que inauguró ayer en la sala Rafael (c/ Miguel Iscar) y que supone su reencuentro con la temática del paisaje mesetario, 13 años después de su última aproximación en la ya desaparecida sala Lorenzo Colomo.
«El recuerdo de Félix es inevitable y deseado -admite-. Fue uno de mis deslumbramientos cuando llegué a Simancas. Yo venía de la tradición pictórica. De lo rotundo y sólido. Y Félix me convenció de que todo era posible. Él está detrás de esa solidez». Salvo una pieza, el resto son creaciones de este 2022 de un siempre prolífico Sierra (sale a cuatro presentaciones anuales).
«Es una exposición mucho más silenciosa que las anteriores porque la elección de Castilla como tema comporta silencio», advierte de entrada Sierra (Villablino, 1951). Una Castilla de las carreteras secundarias, aquellas que recorría con su padre juez que le mandaba fijarse en los contornos de la geometría del secano.
Y quieta. Además de doméstica. Aunque asomada siempre a alguna ventana en un juego de interiores/ exteriores que acercan aún más sus «escenas casi eucarísticas de pan y vino, otros de los motivos que mandan en estas 'Tierras de Pan y Barro'. Un gran contraste con su tierra de origen: la frondosidad de Babia.
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Sierra desliza trazos apenas rotos por la perpendicularidad de sus cipreses, algún palomar y el dominio del adobe. En la sala Rafael (nunca había expuesto en ella) se muestra una Castilla de secano y mediodía, de luz cenital «para que no desaparezca la sombra» . De cielos dorados y calor de verano, a veces roto por unas hojas verdes que refrescan la calorina como si se colara una ráfaga de viento.
Todo piezas de técnica mixta sobre lienzo salvo cuatro creaciones sobre cartón. En una vitrina hay también un 'collage' de obras de todo un poco para que no queden dudas de la versatilidad del artista.
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Manuel Sierra vivió el confinamiento con el privilegio del «silencio y el encierro», cómplices necesarios de cualquier creador. Que no es otra cosa que «observar y escuchar: observar el exterior y escuchar el interior». Y que le ha llevado a reivindicar, una vez más, el paisaje «después de tanto ruido». Y tanta caducidad.
Lo que no tiene tan claro es qué mandará en su próxima cita con una galería. Porque el Manuel Sierra verborreico y muy descriptivo al hablar de su obra, en realidad no razona mucho las cosas. «Lo pienso mientras lo hago porque me interesa la dialéctica del momento», aclara. La muestra, que ayer ya era un hervidero de fieles de su inconfundible estilo, permanecerá hasta el 20 de noviembre en Rafael.
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