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'Las marcas del tiempo' es el título genérico de un proyecto expositivo con el que la obra del artista Manuel Sierra ha tomado León. Un proyecto en cuatro capítulos que escribe el más amplio, el nudo central, en el Museo Provincial de la capital ... leonesa en su icónica sede del Edificio Pallarés. Manuel Sierra vive en Valladolid desde… Tiene su estudio en Simancas, sus murales son reconocibles en la ciudad, puntualmente expone sus obras aquí (recientemente en la galería Lorenzo Colomo) y participa en movimientos sociales y reivindicativos. Es, a todos los efectos, un vallisoletano más, aunque estos 'apellidos' carezcan de importancia en el arte. Pero este artista autodidacta, como a él le gusta siempre remarcar, nunca ha olvidado su origen porque permanece en su mirada de pintor, y en la esencia de su paleta. Nació en Villablino en 1951 y no se me ocurre mejor manera de expresar esa estrecha relación con su tierra natal que recurrir al título de una de sus series pictóricas más significativas, 'Babia en el corazón'.
De modo que este 'tomar' León con sus cuadros tiene todo el sentido. En estos días las obras de Sierra pueden contemplarse, además de en el Museo citado, en las salas temporales de la Fundación Vela Zanetti, en la galería Bernesga y en el Museo de la Harina de Gordoncillo.
Vayamos a la columna vertebral del proyecto. Las dos magníficas salas destinadas a muestras temporales del Museo de León reúnen la biografía artística de Sierra. Toda su trayectoria. Hay que decir de entrada que los cuadros expuestos –en torno a doscientas obras en las que se incluyen también algunas piezas de su interesante cerámica y las maletas, más vinculadas a temas sociales y políticos– pertenecen a la colección personal del artista. Son las obras que él considera significativas en su trayectoria y que se ha reservado por mantener con ellas una relación especial. Están aquí por tanto todas sus etapas, todos sus temas (si exceptuamos el circo, que componen la muestra en la Vela Zanetti), todos los motores que movieron paletas y pinceles. Si tenemos en cuenta que Sierra lleva toda una vida pintando, en el estudio o en el andamio, pero también cuando viaja y siempre cuando mira, lo que aquí se contempla es una selección que parece amplia y lo es, pero que podría haber sido aún más numerosa. Cabe pensar que los descartes hayan sido dolorosos, pero no cabe duda que, contemplando el resultado, necesarios. En esto, la colaboración con el director del Museo, Luis Grau, ha sido decisiva. Entre ambos han logrado una magnífica puesta en escena que comienza en el principio de los tiempos. Los tiempos de la pintura, como nos recuerda el propio artista, se remontan a la niñez, a un regalo de Reyes, a unos colores para un chaval que andaba siempre dibujando cuanto veía, a un barco pintado en el reverso de una caja de cartón. Ese barco está en la muestra como ese momento inaugural que desató el resto. Podría no haber sido así, haberse quedado como tantos dibujos infantiles, en una anécdota biográfica pero no lo fue y es por tanto pertinente su presencia. 'Manolín', como firma el dibujo, estaba presentando sus credenciales.
Cuando se piensa en la obra pictórica de este artista –porque no hay que olvidar su faceta gráfica en la que algunos carteles forman parte de la memoria colectiva de la comunidad– vienen a la cabeza sus bodegones, sus naturalezas muertas, las flores frente a las ventanas que muestran paisajes reales o ensoñados, esos rincones interiores que aluden a una vida sencilla, a la vida sencilla de los pueblos de la historia reciente de este país. También se piensa en sus paisajes, en esas tierras donde le nació la vocación, paisajes que curiosamente emiten el mismo silencio que los bodegones, son de alguna manera naturalezas muertas en el sentido del género pictórico. Porque son paisajes silenciosos, sí, pero en los que la vida se expresa a través de la presencia del hombre: en el apunte de una casa, en el carro que alguien dejó al terminar la faena... Todo ello está en la exposición que no se estructura de forma cronológica sino temática, por afinidades visuales. Sorprende en una de las paredes, por ser casi una excepcionalidad, una serie donde la abstracción (que apuntaban algunos paisajes de la citada serie 'Babia en el corazón') se muestra con mayor claridad. Cuadros intensos de una faceta significativa, aunque mucho menos frecuente en su obra. Acostumbrados a contemplar sus paisajes interiores, su pericia en el tratamiento del color, su voluntad de mantener la frescura y huir de los amaneramientos, sus estructuras a veces cercanas al cubismo, su amor por la línea… sorprenden esos lienzos en los que incluso cuando aparece la figura de un pequeño barco (hay una pared de temática marina) dominan los campos de color, los planteamientos más abstractos.
Toda la paz, el silencio de esos lienzos en los que está ausente la figura humana se rompe cuando aparece. En algunos, directamente porque son cuadros de crítica social o política con personajes-tipo y, en otros, como cuando las protagonistas son mujeres, porque resultan totalmente inquietantes. Pero volviendo a la paz, también están representadas series dedicadas a los pájaros y esos bosques de troncos afilados por los que confieso mi predilección.
Sierra completo. Sierra para leer con calma. En la galería Bernesga, su obra reciente. En la Vela Zanetti, como ya se ha dicho, la serie dedicada al circo. En Gordoncillo, sus papeles. Merecido homenaje a quien durante toda una vida se ha mantenido y se mantiene fiel a una vocación sin más ruido que el que a veces sin pretenderlo ha cosechado su faceta muralista. Y con una particularidad: frente al ensimismamiento tan habitual en los artistas, nunca ha perdido de vista su lugar en el mundo y su empática relación con el otro. Vayan a León, aquí hay cuatro estupendas excusas.
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