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Decir que biografía y obra son vasos comunicantes es constatar una obviedad. Cambia el grosor de los hilos que comunican, cambia la trama sobre la que la biografía va escribiendo en la obra, o la materia del velo con el que se disimulen las huellas ... sobre el lienzo, la piedra, el medio. En definitiva, cambia el lenguaje. Pero a veces vida y obra chocan, algo salta por los aires y nace una frontera. A Carlos de Paz un accidente doméstico le rompió los dos brazos, una burla del destino para un pintor, para un artista que empuña un pincel o reúne objetos con sus manos previa comprobación de formas y texturas, de guiños táctiles. Hospital, inmovilización, cabestrillos, un par de años de parón. ¿Parón? Trato de imaginarle con el brazo sujeto y sujetando a la vez el dolor y un rotulador de tinta china con el que seguir dibujando. Seguir dibujando no solo para afirmar la vida sino para afirmar el yo.
Un espectador que conociera su trayectoria pero no el dato de su accidente y que entrara en la Sala 0 del Patio Herreriano donde, desde ayer, expone sus últimas obras, no tardaría en reconocerlo, pero probablemente se sorprendería de esas pequeñas escenas en blanco y negro, de esas cartulinas diseminadas entre los cuadros o estratégicamente reunidas en una esquina en las que vemos el diario de su calvario particular. Dibujos minuciosos, casi obsesivos, nacidos de la rabia y la frustración de verse incapacitado, probablemente también del miedo, donde aparecen no solo figuras de hombres y mujeres heridos, manos y pies vendados, camas de hospital, sino también erotismo, vegetación, naturaleza casi petrificada.
La figura humana no era ajena a su pintura, hubo 'cuerpos cercados', como acertadamente los definió Javier Hernando en su exposición 'Espinas', en la desaparecida galería Almirante de Madrid en el 2001, figuras atrapadas entre manchas de color, cuadros en los que reinaba la oscuridad. Pero últimamente se habían perdido, como había ido desapareciendo la figura del funambulista, especie de alter ego del artista en busca de equilibrio.
¿Y su pintura? Pues como contrapunto a esos dolorosos dibujos, los cuadros expuestos (en su mayoría de técnica mixta sobre el metacrilato) desprenden una claridad y una transparencia ajenas por completo a este periodo oscuro de su vida. Carlos de Paz ha vuelto a mirar hacia arriba ('Temblor y nubes' es el título de la muestra) a esa vía láctea que ve José María Parreño, autor del texto del catálogo, en el cuadro de mayor formato y que preside desde la pared del fondo de la sala. 'A más de 1.200 kilómetros de ti', lienzo fechado este mismo año, conecta con su pasado y con una de sus señas de identidad, la poética del espacio, el tratamiento de un fondo sobre el que antaño había manchas como enormes goterones de color y ahora hay trazos, líneas vibrantes, 'temblores' de pintura y grafismos.
Sorprende que esa frontera a la que aludía al principio apenas haya hecho mella en un artista que acostumbra a volver sobre cuadros que habían sido dados por terminados, incluso expuestos, y que podían reaparecer convertidos en 'otros'. Algunas de las obras de esta exposición fueron comenzadas antes del accidente y terminadas después, y su evolución ha seguido el camino hacia la transparencia. Ahora la multiplicidad no es cronológica sino simultánea. El juego de oquedades, vacíos y reflejos (un viejo espejo puede ser un soporte) hace que dos espectadores vean cuadros distintos según su posición. Algo que es una especie de 'leit motiv' de esta muestra.
Una última referencia a las pequeñas esculturas, a esos 'jeroglíficos' resultantes de unir pequeños objetos algunos 'encontrados' y jugar con su materialidad y que sintonizan en una misma poética.
La muestra despide una calma que antes no había en su pintura.
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