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Ante el resultado de las elecciones municipales del domingo, el primer comentario que acude a los labios del observador imparcial se puede concretar en estas líneas: los republicanos y socialistas, que fueron vencidos en la revolución, han triunfado en las elecciones». El Norte de Castilla ... resumía de esta manera no ya el desenlace de los comicios municipales del 12 de abril de 1931, sino también el cambio de régimen que estaba a punto de producirse en el país.
Aquel día, los resultados en la capital vallisoletana no dejaron lugar a equívocos: 26 concejales republicanos frente a 18 monárquicos. Concretamente, dieciséis republicanos, diez socialistas, once liberales, tres conservadores, tres centristas y uno de derecha regional. La proclamación de la República en Valladolid, verificada el 14 de abril de 1931, fue, como en todas las capitales españolas, pacífica, multitudinaria y desbordante.
Porque el triunfo de las candidaturas republicanas fue abrumador en las ciudades. Así lo demuestra Carmelo Romero, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, en 'Las elecciones que acabaron con la Monarquía', libro que presenta este lunes, 15 de mayo, en el Círculo de Recreo (19:30 horas).
La obra, editada por Catarata, desmonta con profusión de datos el relato revisionista que todavía hoy intenta deslegitimar el inapelable triunfo republicano. Y es que en aquel contexto europeo de crisis de las monarquías (en 1930, el 80% del territorio se gobernaba mediante una república), los españoles fueron llamados a las urnas para dirimir la conformación de los Ayuntamientos, pero terminaron demostrando al rey, según sus propias palabras, que «no tengo hoy el amor de mi pueblo».
Aquellas elecciones municipales tuvieron en realidad un carácter plebiscitario, como insistían los periódicos monárquicos y católicos, porque la monarquía de Alfonso XIII arrastraba un profundo descrédito. Como señala Romero, la crisis del sistema político de la Restauración, asentado sobre el turno de los partidos dinásticos y el falseamiento de las elecciones, sumada al final agónico de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, cuyo golpe de Estado apoyó en 1923 el propio monarca, explican en buena medida aquel acontecimiento.
La propaganda franquista intentó deslegitimar de origen la Segunda República al afirmar el triunfo de las candidaturas monárquicas en el conjunto de España. Sin embargo, como señala Romero, dicho triunfo abrumador no solo no se dio, sino que quienes así argumentaron lo hicieron tomando como referencia un recuento parcial difundido a las dos de la tarde del 13 de abril por el ministerio de la Gobernación, referido solo a 28.000 de los más de 80.000 concejales elegidos.
Muy al contrario, Romero, que ha consultado una abultada documentación procedente de la prensa del momento y de actas electorales, demuestra, en primer lugar, el triunfo arrollador de las candidaturas republicano-socialistas en las ciudades (ganaron en 42 de 50 capitales de provincia), aminorada incluso por efecto de la ley electoral; remarca asimismo la enorme desproporción en cuanto a número de candidaturas entre ciudades y núcleos rurales, mucho más favorable a estos últimos pese a sumar mucha menos población; y recuerda que si bien los monárquicos pudieron obtener finalmente más concejales, en número de votos ganó la conjunción republicano-socialista.
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