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samuel regueira
Valladolid
Viernes, 15 de diciembre 2017, 12:46
El Teatro Zorrilla acogió ayer un gran acto de homenaje en el que se hizo entrega al fotógrafo Ángel Marcos del premio Provincia de Valladolid a la Trayectoria Artística 2017, entregado por la Diputación en la figura de su presidente, Jesús Julio Carnero. Marcos, responsable ... de crear con su cámara incontables imágenes desde la década de los ochenta que invitan a la reflexión, se vio arropado por personalidades de una ciudad que le debe mucho por su divulgación iconográfica más allá de nuestras fronteras; desde los alcaldes y exmandatarios de los distintos pueblos de la localidad hasta la edil de Cultural del actual consistorio de la provincia, Ana Redondo, pasando por distintos personajes claves de nuestro ámbito cultural, entre los cuales quiso el agasajado destacar a los fotógrafos de los medios de comunicación, «que salen siempre por las calles desde primera hora de la mañana a ilustrar lo que sucede allá afuera».
El homenaje, conducido por Marta Bermejo, comenzó con una breve sucesión de imágenes de los territorios de Medina del Campo que, en palabras de Marcos, le vieron «crecer, formarse y construir una iconografía visual y afectiva», todo ello acompañados musicalmente por un romance del grupo Candeal. A continuación, tomó la palabra el secretario del jurado que otorga este galardón, Jesús Pastor, quien recordó que la valoración del premio ha destacado la «importante y dilatada trayectoria artística en constante innovación» del fotógrafo, así como su afán por llevar «el nombre de la provincia de Valladolid a los más relevantes eventos culturales internacionales».
Angélica Tanarro, periodista colaboradora de El Norte de Castilla y amiga de Ángel Marcos, fue la encargada de leer un texto en el que repasó la trayectoria del fotógrafo desde un punto de vista «en primera persona del singular». Según Tanarro, quien no puede entender el arte «sin un mínimo grado de conmoción», recuerda con claridad meridiana la primera vez que contempló imágenes de ‘Los bienaventurados’, hace veinte años: «Reflejaban una cochambre, una miseria e incluso una siniestra mirada de la realidad con la que el observador sentía que el fotógrafo estaba a su lado». A medida que la obra de Marcos se fue afianzando, como la escultura escondida en el bloque de Miguel Ángel, fueron surgiendo algunos de sus conceptos más recurrentes: «la fotografía como espejo y el Otro como reflejo […], sus naturalezas muertas, que estaban muy vivas; sus paisajes, que de alguna manera muestran a quienes una vez los habitaron; su escenificación, que permite ver su cálculo de la distancia, la profundidad de campo, la composición, la luz…». Tanarro concluyó que tanto ella como todo el que sigue de cerca la obra de Ángel Marcos espera «que no ceje en su empeño de reflejar el mundo, para seguir ayudándonos, así, a entenderlo».
Marcos fue el siguiente en subir al escenario, donde afirmó al comienzo de su intervención sentirse «muy querido». Entre bromas de espontáneos del público y pequeñas anécdotas personales, dio a conocer la primera cámara con la que hizo fotos hace más de 45 años, propiedad de su madre; recordó sus pinitos en un estudio de fotografía e incluso su primera exposición en una desaparecida galería de la calle López Gómez; una muestra que hoy «me horrorizaría». A propósito de la ciudad, la definió como «una tierra azul, amarilla, verde y gris que ha generado una bandera de afecto», y confesó que esperaba que el reconocimiento le sirviera para «crecer con este trabajo» y le diera un corazón para querer como la ciudad le quería a él. Un trabajo que, ya en un plano más filosófico, quiso equiparar al «punto ciego» de Elias Canetti, al concepto del «campo expandido» o a la invitación a la reflexión, «en un tiempo caracterizado por la posverdad donde la razón crítica parece servir de muy poco».
Jesús Julio Carnero, presidente de la Diputación de Valladolid, fue el último en intervenir, y lo hizo para destacar que esta era la primera ocasión en la que el premio consideraba un arte a la fotografía: «La obra de Ángel Marcos no puede entenderse sin Valladolid», valoró, «es una colección que se ha movido pero siempre con la intención de regresar». Señalando a su vez esa eterna tensión del pasado-presente, Carnero volvió a hacer hincapié en la humanidad que reflejaba una obra que se basaba más en los escenarios que en las personas: «Es todo un acto reflexivo de un artista que retrata, con la pulsión de un dedo, tanto lo que contemplan sus ojos como la expresión de su corazón».
El acto finalizó con una nueva proyección de fotos de Marcos acompañada por la música de piano en directo de Diego Fernández Magdaleno.
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