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Jesús Bombín
Miércoles, 22 de febrero 2017, 11:13
Estuvo al frente de la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León desde el inicio de su andadura académica en 2006 hasta 2013, y en la actualidad imparte en ella la docencia. José Gabriel López Antuñano ha publicado La escena del siglo XXI, un estudio sobre el teatro contemporáneo a través del perfil creativo de 24 directores internacionales, entre los que figuran Krystian Lupa, Thomas Ostermeier, Robert Lepage o Guy Cassiers. «Todos ellos tienen en común varias cosas que les convierten en especiales: el afán innovador, la investigación que aportan en cada uno de sus trabajos y cómo se han erigido en vanguardia de la creación conjugando los distintos lenguajes o disciplinas artísticas que conviven en el teatro», apunta.
Esta tarde presenta el libro a las 19:30 en la sala de prensa del Teatro Calderón, un trabajo en el que hace un repaso a los escenarios contemporáneos, en los que detecta seis estilos que configuran las tendencias por las que circula el mundo escénico. «Hay tres que arrancan en el siglo pasado resume; una es el teatro naturalista, otra el expresionista y, por último, la evolución del simbolismo al teatro de la imagen. Además,hay otras tres corrientes ligadas a este siglo, marcadas por el diálogo con los audiovisuales, la mixtura de lenguajes procedentes del teatro, la danza o las artes plásticas, y una tercera que es la interpretación sin actor, una evolución escénica de las performances o las instalaciones plásticas».
Sobre los elementos que están marcando la pauta en las tablas subraya la preponderancia de la cultura de la imagen. «El espectador de menos de 40 años está acostumbrado a las nuevas tecnologías, a la instantaneidad, lo que exige una gran simultaneidad de lenguajes sobre la escena, mucha información que entre por varios sentidos al mismo tiempo y captar rápidamente la atención del espectador».
Previene que ante este perfil de audiencia el discurso del diálogo tradicional «tiene que ser muy incisivo desde el minuto uno. Es importante plasmar la relevancia de la imagen como lo han sabido hacer en Alemania, Flandes, Polonia o Suiza, lugares donde ya se está haciendo un teatro muy compulsivo de incitación al espectador, que remueve desde el primer momento».
Para el docente, esta situación se traduce en que «el nuevo espectador tendrá menos paciencia que el actual. Una persona mayor que asiste al teatro aun es capaz de escuchar una larga introducción, un largo minuto expositivo al principio, algo que cada vez es más complicado con las nuevas generaciones».
No cree que este condicionante contamine los textos de simplificación y superficialidad dado que, estima, «el teatro a través de nuevos lenguajes y elementos de significación va a contar lo mismo, con igual profundidad, solo que lo que antes podía explicar un personaje, ahora puede enunciarse mediante un conjunto de signos, desde los que emite el propio cuerpo del actor hasta la escenografía o iluminación que crea esa misma sensación, ampliando el grado de complicidad y comunicación intelectual».
En el libro cuenta que entre los 24 directores a cuya trayectoria pasa revista no ha incluido a españoles «porque son de sobra conocidos en nuestro país y quería evitar agravios comparativos». No obstante, si se le pide que cite a alguno de los que tienen repercusión en el extranjero y son llamados desde otros países para festivales o para dirigir, selecciona a Calixto Bieito, Alex Rigola, Lluís Pasqual, Ignacio García, Helena Pimenta y Angélica Liddell. «Hay otros muy interesantes, pero no tienen esa proyección internacional», arguye.
En España detecta que el mundo interpretativo permanece muy anclado en una «interpretación naturalista, psicológica, en la que el actor tiene que meterse en sus emociones para exponerlas al público, mientras que el teatro expresionista depende mucho más de los signos del cuerpo y del movimiento. El teatro de emociones de meterse en el personaje y ver cómo evoluciona la emoción para trasladarla al escenario, se traduce en un tempo muy lento cuando ahora el espectador es muy visual, de ritmo rápido; le pueden aburrir los desarrollos pausados».
Oportunidades para experimentar
Aunque en su libro no entra López Antuñano a analizar el momento creativo del teatro nacional, detecta con claridad una carencia: «Atraviesa por una situación donde se buscan nuevos lenguajes, pero el teatro comercial los ahoga bastante. Falta la apuesta de un teatro público en el que realmente se permita la experimentación, una investigación más seria de los nuevos directores que ya están bien formados. Es llamativo que en Castilla y León no exista un centro dramático de producción de titularidad pública, donde haya un director principal que a su vez invite a otros directores a crear, a experimentar con los nuevos lenguajes escénicos».
Echa en falta afluencia de público joven a los teatros «acabo de venir de Alemania y me sorprende ver que abunda en las butacas gente de entre 18 y 30 años», algo que se lograría, propone, con un bachillerato artístico donde se planteen asignaturas de artes escénicas, «pero no se ha desarrollado nunca, salvo en algún centro experimental. Y falta una escuela del espectador donde se fomente el hábito de que la gente vaya al teatro para ver de todo. Uno de los retos del teatro en España es atraer a la gente joven».
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