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MARÍA AURORA VILORIA
Lunes, 26 de diciembre 2016, 17:53
Desde un apunte de Segovia de 1948 hasta Feria de 2007, una colección de más de treinta óleos y acuarelas permite conocer en la galería Rafael la obra de Agustín Redondela, fallecido el año pasado. Son, por tanto, cuadros de distintas épocas unidos por el personal estilo de un artista capaz de atrapar un instante, una luz, un paisaje o una escena y ofrecerla al espectador para que, de alguna manera, participe en ella.
Pensaba que «la pintura puede ser muchas cosas, para mí es dejar el alma en lo que haces; la que no me emociona, no me interesa», decía el artista, y es indudable que consiguió transmitir esa sensación a los que la contemplan. En este caso, además, bastaría incluso con una sola pieza, Ermita de Morata de los Meleros, de 2001, un pequeño templo casi tapado por los árboles que parece un ejemplo de belleza y armonía.
Otros cuadros están habitados y hay también una ermita con vacas, una feria de ganado en medio de un paisaje de tonos verdes, la casa de Fermín y figuras en el campo. Como son de distintas épocas, es posible seguir la evolución del artista, que afirmaba que nunca tuvo prisa ni se apuntó a nada que estuviera de moda. «He ido tan solo quitando lo accesorio para conseguir la mayor síntesis sin empobrecer la pintura».
Ese camino personal lo recorre el espectador en la exposición al tiempo que contempla pueblos, ciudades, casas con tejas rojas, balcones. Colores claros y grises para una geometría elemental que parece surgir del vacío y contrasta con la frondosidad y la profusión cromática que enmarca otras escenas. Superficies lisas frente al volumen de los empastes, trazos que hablan con las manchas que componen edificios. Segovia con un aire de ilustración, gente que va y viene para poder seguir el movimiento. Líneas que a veces se curvan, espátula para sustituir pinceles.
Pintor de la Escuela de Madrid, Redondela es capaz de transitar por montes, como los de Tajuña, y por llanos, callejuelas y rincones, pueblos y ciudades, pero siempre arrastra con él al espectador que se sumerge en su personal obra.
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