Javier Aguiar
Martes, 1 de noviembre 2016, 17:10
La visión de un anarquista bueno molestaba tanto a los suyos como a los enemigos. Para los primeros restaba fuerza a su imagen de dureza, a los franquistas les fastidiaba la versión oficial y la leyenda de las hordas comunistas. Por eso Melchor Rodríguez se quedó solo y tuvo que enfrentarse a todos en su defensa de la legalidad y el sentido común. Solo pretendía que los presos de la República no fueran asesinados en las tristemente célebres sacas o por las multitudes sedientas de venganza. Por eso también fue condenado a muerte nada más terminar la Guerra Civil, pese a que en el consejo de guerra un general del ejército franquista (Muñoz Grandes) presentó dos mil firmas, muchas de ilustres personajes del bando ganador, que pedían su absolución y el reconocimiento de sus hazañas.
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Su historia, apenas conocida en esta España que todavía pelea por recuperar la memoria, la cuenta el documentalista segoviano Alfonso Domingo en un largometraje titulado Melchor Rodríguez, el Ángel Rojo, que se proyectará en los cines Broadway de Valladolid el próximo 3 de noviembre bajo la fórmula cine bajo demanda. Uno de los rostros que aparecen en la cinta es el de Ramón Luca de Tena, que le califica como «el único sensato entre insensatos» en medio de la barbarie. Ramón y tres de sus hermanos se encontraban entre los 1.500 reclusos que en enero de 1937 Melchor libró de una muerte segura al enfrentarse pistola en mano a la turba que pretendía entrar en el centro.
Salvar al enemigo
Conocido como el ángel rojo o el Schindler español (en referencia al empresario alemán que salvó a cientos de judíos en la IIGuerra Mundial y al que Spielberg dedicó un película), Alfonso Domingo estima en más de 12.000 el número de personas a las que salvó la vida. En la cifra incluye a los reclusos que atestaban las cinco cárceles de Madrid y la de Alcalá de Henares los centros penitenciarios bajo su responsabilidad más las decenas que escondió en su casa y en el Palacio de Villena hoy sede del Ministerio de Asuntos Exteriores del que se incautó para dicho fin.
Lo más significativo, explica Domingo, es que se trataba de «enemigos», personas de ideología contraria a la suya y que, en muchos casos, habían combatido en el bando que se levantó contra la República a la que él servía. El pacifista de los cojones, como le llamaban muchos compañeros en la CNT y la FAI, los sindicatos anarquistas a los que perteneció, solo defendía la legalidad y la dignidad de los seres humanos en un asombroso ejercicio de integridad y coherencia. Él lo resumía en una frase que no cesaba de repetir, en un ambiente en el que unos lanzaban vivas a la muerte o se hacían novios de ella y los otros la justificaban con la misma facilidad. «Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas», solía decir. A los que le acusaban a gritos de traidor respondía con argumentos: «La verdadera revolución no es matar a hombres indefensos». Domingo lamenta que «en el otro bando no hubo nadie que hiciera lo mismo».
«Es un hombre que nos dignifica a todos, honrado a carta cabal, único en la historia que salva a sus enemigos por convicción personal y por mantener la legalidad de la República», resalta Domingo, que ya publicó en 2009 un libro sobre este desconocido héroe contemporáneo, parte del cual aprovecha en su película. «Fue un anarquista alejado del estereotipo porque repudiaba toda violencia pero abrazaba la ideología libertaria por convencimiento, un personaje que deberíamos capitalizar como españoles», valora el realizador al constatar los escasísimos ejemplos sobre los que las dos Españas han estado de acuerdo y que han sido capaces de unirlas.
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Para ejemplarizar estas afirmaciones el desde hace tiempo admirador de Rodríguez cita su entierro en Madrid, en febrero de 1972, al que acudieron anarquistas y miembros del régimen de Franco en «un caso único en la historia española». Se congregaron en torno a un féretro envuelto en la bandera de la CNT sindicato prohibido entonces y después de que unos cantaran el himno anarquista, A las barricadas, los otros rezaron un Padrenuestro en medio del mismo respeto y silencio.
Retirado del cargo
La vida de este sevillano parece extraída de una película y, de hecho, Alfonso Domingo ya trabaja en el guion de un largometraje basado en ella, por el que han mostrado interés varias productoras. En su documental aparecen numerosos testigos de los hechos que se narran, muchos de ellos ya desaparecidos, y personas que conocieron a este ángel rojo. Su hija Amapola Rodríguez, su sobrino José Ramos Rodríguez, su bisnieto Rubén Burén dramaturgo y compositor de la banda sonora de la película historiadores como Ian Gibson, Paul Preston, José Luis Gutiérrez Molina, Eduardo Pons Prades; y otros como Santiago Carrillo, Gregorio Gallego, Cecilio Gordillo, Heleno Saña, Ignacio García Noblejas o Ramón Luca de Tena son algunos de ellos.
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Nacido en Sevilla en 1893, Melchor Rodríguez García, se crió en un orfanato tras perder a su padre de niño. Fue novillero, poeta, pintor, amante de la copla. Trabajó de chapista y, tras la Guerra Civil, se ganó la vida como agente de seguros después de declinar varias ofertas de trabajo de personajes relacionados con el régimen que reconocían sus méritos, por cuestión de principios. Estuvo en la cárcel en más de treinta ocasiones varias de ellas durante la República y por eso conocía bien las condiciones de vida de los reclusos. «Solo quiero para los demás lo que entonces pedía para mí», reconocía después.
Nada más empezar la Guerra Civil se dedicó a firmar salvoconductos para evitar los abusos de los incontrolados y a refugiar a personas perseguidas en su casa. Cuando fue nombrado delegado especial de prisiones aseguró el orden en las cárceles, organizó una oficina de información de los detenidos, mejoró la condición de los presos, creó un hospital penitenciario con ayuda de la Cruz Roja, puso fin a las sacas de los presos ante la entrada de tropas sublevadas en Madrid e intentó detener la matanza de Paracuellos.
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Su polémica actuación le valió ser retirado del cargo y nombrado para otro con menos responsabilidades: concejal de cementerios. «Se preocupó de los muertos lo mismo que había hecho con los vivos», afirma su sobrino en la cinta. Como último alcalde de la República fue el encargado de entregar Madrid a las tropas franquistas. Condenado a muerte en consejo de guerra se le indultó la pena, que pasó a 20 años. Solo cumplió cinco gracias a las gestiones de aquellos a los que salvó. Nunca renegó de sus ideas ni dejó de proclamarlas. Ni siquiera en el homenaje organizado por el popular Boby Deglané en un abarratado Circo Price en 1964, en el momento álgido de la dictadura.
Hasta enero de este año no recibió un reconocimiento oficial. El Ayuntamiento de Madrid aprobó po unanimidad una propuesta de Ciudadanos para dedicarle una calle de la capital de España.
El documental, que obtuvo el segundo Premio Imagenera del Centro de Estudios Andaluces y ya se ha exhibido en Sevilla y Madrid, cuenta con la locución del acto Javier Gutiérrez. Además de cuantiosos testimonios, aporta imágenes de la España de los años 20 y 30 obtenidas en distintos archivos españoles. También intercala fotogramas de Don Quichotte, película rodada en 1933 por el austriaco Georg Wilhelm Pabst, y lo hace porque, para el autor, Melchor era «un Quijote que se lanzó contra los molinos del odio, la injusticia y la crueldad humanas para revelarse como un paradigma en medio de aquel conflicto fratricida». El documental, en definitiva, propone una mirada diferente a través de una persona que «en medio de una guerra ejemplificó la confianza en el ser humano, convencido que de que entre todos era posible crear un mundo más justo», concluye su autor.
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