Isaac Posac e Isabel Bellido en La Luz de Las Delicias.

El circo, un arte por dignificar

La escena circense vallisoletana, limitada a escuelas sin apoyo institucional, lucha por consolidarse y ser reconocida

Camino lópez lozano

Miércoles, 7 de septiembre 2016, 21:09

Un hombre orondo y bigotudo, vestido de frac negro a juego con su corona-bombín, sujeta un arco de fuego en una mano y con la otra agita el aire con un látigo retando a la bestia (suele tratarse de un león flaco, de pelo pobre y amarillo claro tirando a pollo) a cruzar la puerta en llamas. Al fondo, unas mellizas posan sonrientes junto a un hombre con gigantismo que coge en brazos a un enano hidrocefálico. La mujer barbuda, el hombre elefante y otros tantos esperpentos hacen sonar instrumentos bajo la carpa rayada roja y blanca que acaba de llegar a la ciudad.

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Este es el estereotipo universal del circo. Lo raro, lo sucio, lo decadente convertido en un espectáculo de lucro para toda la familia. Sin embargo, la realidad dista mucho de esa imagen que pocos cirqueros mantienen viva hoy. Allá por el año 2000 el nuevo circo comenzó a consolidarse. Esta ola abandona las rarezas y los animales para englobar en un solo espectáculo no solo trucos asombrosos, sino la danza, la dramaturgia y la belleza física que crean los acróbatas, malabaristas, contorsionistas, equilibristas, trapecistas, escapistas, los hombres bala, los titiriteros, con el arte en el que se han educado. El nuevo circo actúa como nexo, se trata de una evolución más que de una continuación.

«La producción que se está haciendo y lo que enseñan las escuelas está enfocado no solo a sorprender si no a poder contar algo» , cuenta Rafa López, fundador de la productora de artes escénicas The Freak Cabaret Circus. «Hay gente que tiene muy mal recuerdo por lo que fue. Ahora es todo músculos, cuerpos, gente joven... y gracias a eso se promueve el teatro de calle, los festivales. Por ejemplo, en Berlín el circo es el espectáculo rey. Donde antes había cabarets y variedades ahora hay circo porque se ha logrado fusionar todo», explica.

En Valladolid

A veces López se pone bigote postizo y un bombín negro o dos, o tres, o no se sabe cuántos que hace dar vueltas y volar y desaparecer y aparecer de nuevo. Su cuerpo está moldeado por el paso del tiempo sobre el trapecio, las telas, la báscula rusa, los portés y el malabarismo con sombreros. Pero Rafa no tiene leones en su circo. De hecho, no tiene circo, pero tiene una escuela. La primera Escuela de Circo de Valladolid.

López empezó tonteando con los malabares por las calles de Valladolid cuando todavía era un crío. Luego ingresó en La Mano Tonta, una asociación de malabaristas, la única relacionada con este mundillo que había en la ciudad entonces. Y así, entre inocentes actuaciones y viajes cortos, pasó el tiempo y Rafa tuvo que decidir lo que quería ser de mayor. «Cuando quise formarme en técnicas de circo en Valladolid no había nada y tuve que irme», recuerda.

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Se fue a Madrid, primero a la escuela de Alcorcón, y después a formarse en la primera promoción de la escuela Circo Carampa. Ahí aprendió a burlarse de la gravedad haciendo piruetas en el aire, sobre una báscula, un trapecio o más, o incluso sobre otra persona. Disciplinas que terminó de dominar en Barcelona y en la escuela de Londres ciudad a la que regresó en 2012 para colaborar durante los Juegos Olímpicos, The Central School of Speech and Drama, donde se diplomó en Teatro Práctico, especializado en Circo. «El circo en España no está regulado y eso es un problema. Yo soy diplomado y aquí no me convalidan ese título porque no existe una diplomatura en artes escénicas como tal, entonces mi carrera no está reconocida», cuenta, un poco triste, este cirquero.

Una lucha vigente

Que las escuelas profesionales de España se consoliden como grado para poder homologarse con Europa, al igual que la danza o el teatro, es una guerra en la que no han dejado de luchar. «Porque allí en Europa ya es una realidad, hay carreras universitarias de grado medio y de grado superior», cuenta desde su despacho, situado a la altura del trapecio que pende de la bóveda de su pequeña escuela, ubicada en el Camino del Cementerio de Valladolid. La escuela comenzó como un taller en la sala Ambigú del Instituto Nuñez de Arce en 2012. En 2014 consiguieron hacerse con su propio espacio, una nave de unos 6 o 7 metros de altura de cuyo techo cuelgan telas de colores y trapecios. El suelo está inundado de colchonetas. Las paredes las adornan decorados de cartón, un monociclo, una bicicleta y toda clase de artilugios fantásticos. «Este espacio está adaptado a nuestras necesidades, cumple todas las medidas de seguridad y aquí impartimos las clases ahora», dice con ojos satisfechos.

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The Freak Cabaret Circus, su productora, organiza espectáculos, eventos, galas o festivales. Y desde ahí nació el proyecto de la escuela, con el fin de servir como puente entre otras academias de España y de Europa para «gente que tanto a título lúdico quiere experimentar cosas nuevas como para gente que se quiere profesionalizar, que quiere ser artista o quiere prepararse para otra escuela de circo». Las pruebas de admisión de las escuelas de circo son duras y requieren mínimos físicos, artísticos y habilidades que solo se ganan con esfuerzo y disciplina. Y ahí es donde Rafa que además de artista también ha sido profesor en Londres, Madrid y Barcelona y su escuela informan, ayudan y preparan a críos a pasar las pruebas. Críos que al igual que él se han enamorado de este arte tan poco reconocido en nuestro país.

La Escuela de Circo está dentro de la Federación Española de Escuelas de Circo, que está vinculada con todas las de Europa. Los miembros que la integran construyen, pasito a pasito sobre la cuerda, este incipiente panorama educativo en España. A la hora de impartir sus clases, Rafa cuenta que siguen unos manuales de formación que han elaborado ellos mismos con especialistas, para equiparar los conceptos, la pedagogía y todo lo que va asociado a la educación en técnicas circenses: «Queremos dignificar el circo y que sea reconocido en España como se merece».

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Otras luces

En las Delicias hace un par de años algunos amantes de las artes escénicas se reunieron para crear un colectivo circense, con el fin de entrenar y aprender los unos de los otros. Ahora es una asociación bautizada como La Luz de las Delicias. Su sede es una nave de puerta azul en la calle Cádiz del barrio de las Delicias. Ellos también imparten cursillos y organizan actuaciones, cuenta Isaac Posac, un malabarista de 34 años que trabajaba para la compañía inglesa Gandini Juggling, organiza el festival Circo Olmedo y entre otras cosas, da clases en La Luz de las Delicias. Isaac empezó con 20 años y también tuvo que irse a Madrid a aprender el oficio. Él e Isabel Bellido impulsaron la creación del colectivo que empezó siendo una «quedada» para entrenamientos en el gimnasio de un colegio del barrio Belén. Los horarios eran muy limitados y entonces se plantearon buscar un espacio propio para entrenar y enseñar. Isabel era psicopedagoga cuando a los 33 años le picó el bicho de las telas. «Al principio era un hobby, ahora es mi vida», cuenta esta antigua maestra que se ha tomado un tiempo para dedicarse de lleno a su pasión: los aéreos.

La nave es amplia, por el tragaluz entra un rayo que ilumina la tela naranja trenzada que Isabel deshace para ascender por ella después, como si nada. A tres metros del suelo enrosca la pierna en la tela, colgada, se balancea mientras Isaac hace dar vueltas a cuatro mazos a la vez. También imparten equilibrismo, trapecio, danza tribal, lecciones de clown e incluso de capoeira. Tienen clases especializadas para niños desde los tres hasta los doce años y clases para adultos. Isabel, que descubrió su amor por el circo algo tarde dice que «la ventaja de eso es que te entrenas con más cabeza siendo consciente de las cosas que tienes que mejorar».

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Cuando el trimestre toca su fin, la asociación disfraza la nave de auditorio y organiza una gala para mostrar lo que han estado trabajando y sacar fondos para mantener el local. «Ahora con el cambio de alcalde hemos vuelto a hacer las galas aquí, en nuestro espacio», dice Isaac, que ha tenido qu lidiar alguna vez con la Policía por organizar estos espectaculos. «Las licencias son caras, las obras que nos pedía el Ayuntamiento costaban un dineral que no nos podíamos permitir, así que nos encontramos con que o cerrábamos el local o seguíamos así». Y ni una, ni la otra, al final el centro cívico de la Pilarica se ofreció a dejarles un espacio para sus actuaciones, pero «no es lo mismo hacerlo allí, porque nuestro espacio es este», concluye.

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