‘No hay entradas’, el libro que narra la experiencia de un promotor musical ‘amateur’
Alfred Crespo narra en tono de humor su aproximación profesional a sus ídolos musicales
Victoria M. Niño
Sábado, 6 de agosto 2016, 12:16
Ha convivido con el bajo eléctrico como músico, como crítico, como montador de escenarios, sobre todo como gozador del rock y también como promotor de conciertos para que otros los tocaran. Alfred Crespo ha reunido en un libro sus experiencias en esta última faceta, riéndose de su osadía a la vez que cribando lo mejor de una década. El humor aparece ya en el título, No hay entradas, «un cartel que teníamos preparado pero que no llegamos a usar».
Lector desde el primer número de la revista Ruta 66, después colaborador y ahora codirector, el «gusanillo de conocer a mis ídolos» comenzó por el trato con gente con la que compartía gustos. «Siempre hay alguien que conoce a un cantante de Boston que viene a España, o a otro que pasa por aquí sus vacaciones. Propones un par de conciertos y de un pequeño bolo te vas liando».
Alfred y sus socios no dieron ningún salto al vacío. Su primera aventura como promotores fue gracias a «lo que todos buscan en este negocio, teníamos un sponsor. Se trataba de una marca de bebidas alcohólicas. Nos pidió que organizáramos tres conciertos porque tenían un dinero para gastar antes de cerrar el ejercicio. Organizamos dos; uno con un grupo sueco, The Soundtrack of our Livez (TSOL), otro un grupo de Detroit y un tercero que iba a ser de Lee Rocker, de los Stray Cats. Pero se puso enfermo y anuló su gira. Íbamos a buscar otra alternativa cuando el sponsor dijo que no hacía falta, que ya habíamos gastado todo el dinero. Ese fue el primer jarro de agua fría. Te das cuenta de que es gente poco interesada en la música, lo que les mueve es otra cosa».
Perdida la virginidad artística, Crespo y sus colegas aprovecharon las ganancias para traer «a grupos que nos gustaban a nosotros, lo cual no quería decir que le gustaran igual al público». El juego estaba en «cuando salía uno bien, invertir en otros con los que perderíamos». Por eso se dice amateur, «los promotores profesionales analizan las posibilidades comerciales, yo no hacía eso, me podía mi condición de fan. No quería arruinarme pero en la liga en la que jugábamos nosotros, que no era llenar estadios, sino salas de 200 personas, no se podía ganar o perder mucho».
Champán caliente
Cumplió su sueño de meterse hasta la cocina del rock, enfrentarse a la intendencia de viajes, hoteles, caterings y cachés. «Se exagera mucho sobre las manías de los músicos», dice riendo, aunque solo hace falta asomarse ligeramente para recomendar la música de Steve Earl, por ejemplo, mejor que su trato personal. «Es duro escuchar un disco de tu ídolo después de la decepción de conocerlo, eso me pasó con él. Me gustaba mucho su country, era el típico ejemplo de alcohólico redimido, muy concienciado políticamente, que en el trato era seco, desagradable, sin ninguna empatía. Venía a hacer el bolo y ya está». El caso contrario lo tuvo con Ian Hunter, «un gentleman, muy educado. Un músico que había llenado estadios en los setenta y seguía tocando solo. Fue muy cariñoso».
La banda que más quebraderos de cabeza le dio fueron los Buzzcocks, «pioneros del punk, unos hooligans que no quisieron ni hacer prueba de sonido. Exigen cuatro botellas de Moët & Chandon caliente y en vasos de plástico de litro, porque según ellos el cristal lo estropea. Se toman eso y salen disparados como balas al escenario. Son unos broncas de sesentaitantos años, pero con todo, el peor era el manager. Suele ser así, son ellos los que ponen más problemas porque tienen que parecer imprescindibles para mantener su puesto». Otras sorpresas le deparó Jonathan Richman, «que sale en Algo pasa con Mary. Está muy loco, solo bebía agua del grifo. Decidió a mitad de gira que no viajaba en avión, solo en tren, sin móvil. Cuando iba llegando a los sitios nos llamaba desde el teléfono público. De Barcelona debía ir a Mallorca, el último ferry era a las 21:30, así que tuvimos que adelantar el concierto y los teloneros tocaron detrás. Pero en cuanto el tío salió, unas 500 personas fueron tras él hasta el puerto». El sueño cumplido de ser promotor no tuvo el colofón deseado. «Soy muy stoniano. Ron Wood vive en Barcelona porque allí está su novia. Hombre, un caramelo como hacer un concierto privado de él hubiera estado bien. O algo con Keith Richards». Ahora Crespo prefiere «comprar la entrada y disfrutar. Cuando te causa más dolores de cabeza que placer, mejor dejarlo».
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.