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Marisa Paredes y Chus Lampreave en una escena de 'La flor de mi secreto'
Entre Djuna Barnes y Amanda Gris hay un abismo

Entre Djuna Barnes y Amanda Gris hay un abismo

''La flor de mi secreto', de Almodóvar, a la luz de su referencia a 'El bosque de la noche'

ANGELICA TANARRO

Martes, 17 de mayo 2016, 17:17

lAl comienzo de la película, mientras los primeros créditos se hacen visibles en pantalla, la cámara sobrevuela el estudio de Leo Macías (Marisa Paredes), escritora de novelas rosa que firma con el pseudónimo de Amanda Gris. El espectador que asiste por primera vez a la proyección de La flor de mi secreto (1995), el undécimo filme de Pedro Almodóvar, no sabe que está ante un melodrama protagonizado por uno de esos personajes femeninos del director de Pepi, Luci, Bom... de los que es difícil olvidarse. Pero, para el espectador avisado, un detalle de ese corto vuelo de cámara no puede pasar desapercibido: Entre los libros que se adivinan en el estudio, solo un título se hace visible: El bosque de la noche, de Djuna Barnes.

No hay nada más lejano de Robin Vote, la protagonista de la más famosa novela de la norteamericana considerada una de las mejores del siglo XX que la dependiente e inestable Leo Macías, ni nada más lejano a la real Djuna Barnes (Cornell on Hudson, 1892-Nueva York, 1982), escritora de carne y hueso, que acabó sus días recluida y sola en su apartamento neoyorkino, que su colega Amanda Gris, salida de la imaginación del cineasta. Ni el ambiente de la bohemia del París de los años 20, libre, libertino, frenético, nada tiene que ver con el ambiente del Madrid de finales del siglo pasado en el que se desarrolla la película, ni con la vida de las mujeres del filme. Por eso, la visión del libro nos pone sobre aviso. Todo lo que se cuente a continuación tiene este piloto encendido. Habrá, pues, que tomarlo con distancia.

Se dice ya hasta el tópico que Pedro Almodóvar es de esos directores que entienden a las mujeres. Su cine, es cierto, está lleno de papeles femeninos, unos más creíbles que otros. Pero ¿por qué las mujeres tenemos la sensación de que nos entiende, a pesar de que en muchas ocasiones sus mujeres están sometidas al más puro machismo, incluso con aparente complacencia por parte de las víctimas?

Porque lo que le hace cómplice del género femenino (si es que se puede hablar en estos términos tan generales en un director que también ha sido polémico por el tratamiento de la mujer) no son los personajes completos que pululan por sus películas, no son mujeres tan opuestas como Raimunda (Volver), Manuela, Agrado (Todo sobre mi madre), Rebeca ( Tacones lejanos) o Kika. Lo que le hace dar en el clavo es una forma de mirar el mundo, pequeños destellos que hay en todas ellas y en los que mujeres, también distintas e incluso opuestas, en la vida real pueden reconocerse. Almodóvar es, antes que nada, un buen observador. Su parte femenina se despliega en su capacidad para captar los detalles, esa capacidad que siempre se nos adjudica a las mujeres. Así, el libro de Djuna Barnes en el escritorio de una autora de novelas rosa que esconde su condición y el leonino contrato que la obliga a cumplir con cinco historias al año bajo un sonoro seudónimo se convierte en una declaración de intenciones. Su personaje puede que esté encerrado en un pozo negro pero tiene a su alcance alguna ventana para escapar.

Abismos

Ninguna mujer pienso quisiera ser Amanda Gris y mucho menos en el momento de su vida que fija La flor de mi secreto: La escritora, una mujer débil y dependiente, no es que esté al borde de un ataque de nervios, está simple y llanamente al borde del abismo. A punto de ser denunciada por sus casposos editores por incumplimiento de contrato, ella vive en vilo, obsesionada por el desapego de su marido, militar en misión diplomática en Bruselas (Imanol Arias) que hace tiempo la engaña con su mejor amiga. Ciega ante la infidelidad (no hay peor ciego...) su único deseo es recuperar su matrimonio y solo su encuentro con Ángel, un periodista que la admira (Juan Echanove) la salvará de la autodestrucción.

Lo que diferencia este personaje de otras mujeres de Almodóvar es lo que en Leo Macías hay de todo hombre o mujer que sufre el abandono de la persona amada y no encuentra el camino de regreso a la normalidad. Por eso siempre he creído ver en este personaje un alter ego del director. Pero, como mujer, el personaje de Marisa Paredes acarrea todos los condicionantes sociales que han dibujado hasta hace bien poco y en cierta forma siguen dibujando el papel de la mujer en la sociedad.

Otra de las claves del acierto de la mirada almodovariana sobre sus mujeres es la relación madre-hija, siempre presente en sus historias, casi siempre conflictiva, como en la mayoría de los casos en la vida real. Pero, por muy tormentosa que esta relación haya sido en el pasado hay un momento en que las heroínas de Almodóvar necesitan volver al nido materno, al abrazo de la progenitora. Ese abrazo que tan lúcida y humorísticamente retrata en Volver, entre una desgreñada Carmen Maura y una desconcertada Penélope Cruz.

También Leo (diminutivo de Leocadia, nombre heredado de la madre o del santoral del día que lleva como una marca sobre la piel) necesitará volver al nido, al útero materno cuando la ceguera de sus obsesiones le impida ver la puerta de salida. La imagen de Marisa Paredes junto a la sin par Chus Lampreave (en el papel de una de esas mujeres de pueblo con las que el director homenajea a su madre), ambas con gafas de sol, de regreso al pueblo de La Mancha del que salieron es uno de esos momentos impagables en el cine del director de Átame. Como lo es la secuencia de la protagonista junto a las mujeres que hacen bolillos al sol, absorta en su laberinto, tan cercana a la muerte no solo física, al lado de esas mujeres que aparentemente celebran la vida.

Entre Djuna Barnes y Amanda Gris hay un abismo pero tanto una como otra sintieron la necesidad de huir de su propia vida. La una y la otra intentaron suicidarse en algún momento y aspiraron al silencio, cuando el ruido se hizo insoportable. Almodóvar lo contó de esa forma excesiva que es marca de la casa. De cómo consiguió hacer un melodrama sin que se le desbordara por todas partes es una historia para contar otro día.

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