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javier prieto
Sábado, 16 de abril 2016, 09:01
No hay mucho de donde tirar a la hora de dibujar un viaje de Rucios y Rocinantes por Castilla y León pero eso no quiere decir que no haya nada o que no se pueda. No es como seguir los pasos de Santa Teresa -que no dejó trocha por recorrer- pero, de hecho, hay bastante más de lo que parece a simple vista.
Baste como ejemplo, y como pequeño homenaje al genial escritor (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616), esta sin par escapada en dos capítulos a dos lugares que tienen mucho que ver con él: nada menos que las dos casas de las que hay memoria suya en esta comunidad. Una, única que queda en pie de las varias en las que habitó en España, nos lleva hasta Valladolid. La otra, la que algunos indican como su caserón familiar, nos traslada hasta la Alta Sanabria en Zamora, el paisaje enmascarado por el que, según cada vez más estudiosos, discurrirían en realidad una buena parte de las aventuras de Don Quijote a las que se atribuye siempre sin dudarlo una apariencia manchega.
Casa Museo de Cervantes en Valladolid
El traslado de la Corte de Madrid a Valladolid en 1601 sumó a esta ciudad un tercer río a los dos que ya tenía: una auténtica marabunta formada por todos aquellos que, de una u otra forma, tenían algo que ver con ella. O querían tenerlo. Algo previsto, con un ojo clínico -o cínico- de primera, por el principal instigador de este movimiento migratorio que no fue otro que el gran Duque de Lerma. Durante varios años antes de que el traslado de la Corte se hiciera realidad compró propiedades, palacios, solares y todo lo que se le puso a mano con la sola idea de ponerlos a la venta en el preciso momento en el que el traslado generara tal necesidad de viviendas que el precio se disparase hasta las nubes. Ejemplo de libro de pelotazo urbanístico en pleno siglo XVII.
El caso es que al rebufo de aquella marea, don Miguel aterrizó en Valladolid en febrero de 1603, para quedarse a vivir aquí el tiempo que hiciera falta. Seguía la estela de una Corte recién instalada en la ciudad con el propósito de resolver en la Chancillería la acusación que se le hacía de haberse quedado con fondos públicos procedentes de su oficio como recaudador. A tal fin, acabó encontrando vivienda -de alquiler, por supuesto- en el número 9 de la calle del Rastro Nuevo de los Carneros, en las afueras de la ciudad, junto a uno de los ramales del Esgueva (la actual calle de Miguel Íscar) famoso por dejar a su paso el rastro maloliente de todas cuantas inmundicias que los vallisoletanos de entonces acostumbraban a verter en él. Era la segunda vez que se asentaba en Valladolid. En la ocasión anterior contaba cuatro años.
Por desgracia para don Miguel -y por suerte para nosotros, dado que gracias a lo sucedido todo quedó sobradamente bien documentado- esta segunda vez su estancia en la ciudad se vio acompañada de un extraño y conocido suceso que acabó con sus huesos en la cárcel.
Tuvo lugar la noche del 27 de junio de 1605 cuando un caballero con fama de mujeriego y galanteador, Gaspar de Ezpeleta, se las tuvo de capa y espada con un desconocido que acabó por recibir una estocada de muerte. El asesino huyó enseguida mientras el caballero agonizó durante dos días. Avisada la justicia, tomó esta declaración a testigos y vecinos, de manera que se evidenció que en la casa del escritor, que convivía con cuatro mujeres de su misma familia -las Cervantas: sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su sobrina Constanza y la criada María de Ceballos- se recibían con frecuencia las visitas de caballeros de distinta y, a veces, dudosa condición, incluido el propio Gaspar de Ezpeleta. Se dio entonces por sentado que el asesino tenía, por fuerza, que haber salido de aquella casa y, a falta de otros sospechosos, se mandó detener al escritor, su familia y algún vecino hasta que terminó por aclararse el episodio, conocido como El proceso de Ezpeleta, y fueron puestos en libertad. Cuando la Corte salió camino de Madrid, en 1606, también lo hicieron el escritor y su familia.
Durante su estancia en Valladolid, Miguel de Cervantes vio publicarse la primera parte de El Quijote mientras continuaba su actividad literaria escribiendo varias de sus Novelas Ejemplares, como El casamiento engañoso, El coloquio de los perros o El licenciado Vidriera.
No es raro que la ciudad aparezca reflejada en varias de ellas. Por ejemplo, en sus páginas encontramos alusiones a la iglesia de San Lorenzo, a la de San Pablo, al Pisuerga, a la Acera de San Francisco, al Palacio Real y, muy en especial, al hospital de la Resurrección, el más importante con el que contó la ciudad, escenario en el que sitúa El coloquio de los perros y El casamiento engañoso. El hospital, derruido a finales del siglo XIX, quedaba situado en la esquina que hoy ocupa la Casa Matilla y de él, además de alguna fotografía, lo único que queda es la estatua que representa el Misterio de la Resurrección y la hornacina que había sobre la puerta. Ambas pueden verse entre hiedras en un costado del jardín del Museo Casa de Cervantes.
La visita al museo, por su parte, permite un paseo por el edificio en el que vivieron Cervantes y su familia. Aunque ha sufrido reformas desde entonces, conserva elementos originales, como la escalera, por ejemplo. Pero sobre todo, lo que conserva es el sabor de un momento y una época, la del escritor, muy lograda gracias a la presencia de muebles y enseres que, aunque no pertenecieron a don Miguel, son un fiel reflejo de cómo estuvo organizada la casa y la vida en aquel momento. Información: Calle Rastro s/n. Tel. 983 30 88 10.
La Casa del Escritor de Cervantes (Zamora)
Para este viaje hace falta un poco de imaginación y algo de fe. Hay quien piensa -y cada vez son más- que ni Cervantes nació en Alcalá ni el Quijote cabalgó por La Mancha. Son los mismos que opinan que Cervantes nació en Cervantes (Zamora), un diminuto pueblo de la Alta Sanabria, y que don Quijote en realidad vivió sus alucinantes aventuras por los caminos y veredas que atraviesan las fragosas serranías del noroeste zamorano.A la cabeza de las investigaciones, desde hace lustros y con numerosas publicaciones, el profesor Leandro Rodríguez afirma que Miguel de Cervantes nació en Sanabria y que era judío, razones ambas que llevaron al escritor a disimular sus orígenes, a fin de poner a salvo a su familia.
Según este investigador, en muchos pasajes del libro en realidad se está hablando de tierras y rincones sanabreses perfectamente conocidos por Cervantes. Cuando en el inicio de la obra el escritor habla de La Mancha aludiría en realidad a su condición de manchado, una condición de judío converso que oculta cuidadosamente dando a entender que el viaje transcurre por tierras manchegas.
Sea como fuere, y por si a alguien le faltaran excusas en cualquier momento para visitar los hermosos pueblos que esconde esta zona de la montaña sanabresa, nos llegamos hasta la localidad de Cervantes, no solo porque nos resulten curiosas la existencia de un pueblo con ese nombre -hay otro en Lugo- o la abundancia de Saavedras en las lápidas de los cementerios de la zona, muy en particular en el de Santa Colomba, sino porque en esta ocasión queremos plantarnos ante la maltrecha fachada de un caserón al que desde siempre conocieron los vecinos como la Casa del Escritor y en la que algunos sostienen que pudo nacer don Miguel. Esta alusión popular, llegada desde tiempos lejanos, fue una de las primeras piedras sobre las que comenzó a construirse la teoría del Cervantes sanabrés.
Una teoría que encuentra tantas coincidencias entre los escenarios y personajes que desfilan por El Quijote con los lugares, costumbres y paisajes de las montañas sanabresas que parece imposible la casualidad. Como también parece imposible la casualidad del acróstico que puede leerse tomando las primeras letras de los versos con los que finaliza la primera parte de El Quijote: «Él es en Sanabria» refiriéndose a la verdadera sepultura del caballero. No es que haya datos ciertos que atestigüen todo esto, que para muchos no será más que un desvarío de Quijote. Pero... ¿y si sí?
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