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Victoria M. Niño
Lunes, 22 de febrero 2016, 13:11
Más mirón que buceador, el fotógrafo Nacho Carretero ha sacado del fondo abisal a peces y sirenas para verlos de cerca. Le fascina el carácter escurridizo y misterioso de estas criaturas a las que ha llevado a su terreno, el de la pintura y la fotografía clásica, el de la estética compuesta y cargada de simbología. Once mujeres posan con las joyas oceánicas en las once obras que cuelgan en la Sala O del Patio Herreriano. La exposición podrá verse durante un mes.
Clara es la primera sirena, una princesa de Éboli con parche de pavo real y un pez sable a modo de gorguera. Los labios, pintados de rojo en forma de corazón, son un guiño a otras de las obsesiones del artista, el mundo de Alicia.
Muy anterior a la duquesa de Pastrana, desde el medievo sonaba la leyenda del unicornio y la doncella virgen, la única que podía apresar al animal de la pureza. Renata, tocada con sardinas, es la doncella que sostiene un negrito, un poni hambriento, el unicornio y el espejo, de nuevo referencia al clásico de Carroll.
Miriam es la dama del armiño. En sus manos descansa un bonito de tres kilos y medio. Sin embargo, la dama, ya sirena, no acusa el esfuerzo en su rostro, que mira fijamente al anhelado mar. Como Anita Ekberg en la Dolce Vita, otra Miriam emerge de un carro-lata. Su vestido, palabra de honor, está hecho de mejillones. «Esta foto está inspirada en la parte trasera de los circos, en la decadencia que transmite ese mundo», dice Carretero.
La siguiente sirena tuvo que soportar el chorreo de la sangre de las sardinas, cuyas cabezas forman un collar brillante. Las gafas de natación, las latas de conserva fajando sus bíceps y la peluca de pasta de espinacas provocan un hipnótico desasosiego.
La infanta portuguesa Carlota Joaquina se retrató con la jaula y su mascota alada. Nacho la ha hecho crecer, la ha vestido con una falda de escamas plateadas y un corpiño de plumas negras y del dedo cuelga una jaula con un pulpo dentro.
Jacques-Louis David pintó la muerte de Marat en su bañera. Aquí el jacobino es una sensual sirena, Lidia, en el entorno más popero y setentero de la exposición, con un cabracho en la mano. «El pez está fuera del agua, que es su medio, mientras la sirena está dentro», explica su creador. La crucifixión también está presente con una sirena que toca su pelo con una raspa de pescado, «el símbolo de los primitivos cristianos», afirma Carretero. Una bailarina de Degas luce también raspa en su moño y lata de Ortiz en su cuello, «es un objeto característico de los ultramarinos de antaño».
La reina de corazones se viste con un miriñaque metálico, «viene del fondo del abismo y trae un pez primitivo, el rape». Yfinalmente, Clara, la sirena sufrida que presta su cabeza a la del pez espada, tan largo, tan increíble. «Es una imagen del Bosco», recuerda su autor, quien ha prescindido de las cartelas porque «las imágenes se explican solas».
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