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Adiós a la memoria viva de la Roma antigua

Muere en Valladolid, a los 85 años, el arqueólogo, profesor e historiador Emilio Rodríguez Almeida

CARLOS AGANZO

Lunes, 22 de febrero 2016, 11:11

Enseñó a varias generaciones de estudiosos a leer la Muralla de Ávila como un libro abierto. Un libro en latín, quizás su lengua más querida, compuesto por la epigrafías funerarias que sirvieron para cimentar la base defensiva de una ciudad que, gracias a él, sabe que Ávila, con v, se escribía ya así en el siglo I, y no con la b con la que tantas veces aparece en las crónicas medievales. Historiador, arqueólogo, epigrafista, dibujante, Emilio Rodríguez Almeida, premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades en 2012, falleció ayer en Valladolid, en el Hospital Universitario Río Hortega, a consecuencia de un ictus cerebral que había sufrido unos días antes.

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Nacido en Madrigal de las Altas Torres en 1930, obtuvo el título de doctor en el Pontificio Instituto di Archeologia Christiana de Roma, y recorrió medio mundo como lector o profesor visitante en universidades italianas (Roma, Vari, Viterbo, Perugia), francesas (Aix-en Provence, Marsella), suizas (Berna, Basilea, Lausana) o estadounidenses (Ucla, Stanford, Berkeley, Pennsylvania). Estaba considerado el mayor experto mundial en el conocimiento de la topografía urbana de la Roma antigua. Desde el año 2001 vivía en Ávila, la ciudad a la que regresó después de una larga y fructífera vida de investigación, que continuó hasta el final de sus días. En imprenta queda su monumental estudio de los puentes romanos de Ávila, un tratado al que ha dedicado más de diez años de estudio in situ, y que constituye una verdadera revelación de la romanización de esta provincia, a partir de los viejos caminos de los ganaderos celtas.

EL TESTACCIO Y LA FORMA URBIS

Sobre el resto de los trabajos del profesor, destacan especialmente sus investigaciones sobre el monte Testaccio y su recuperación del plano marmóreo de la Forma Urbis, que le han valido un reconocimiento mundial en los estudios de la Roma antigua. Sus trabajos sobre el monte Testaccio, formado en realidad por una acumulación de ánforas provenientes en su mayor parte de la Bética hispana, desde tiempos de Augusto hasta el siglo III, comenzaron en 1968, el año en el que se instaló de manera definitiva en Roma, y en ellos el profesor abulense recogió más de 1.300 inscripciones que revolucionaron los estudios sobre Roma y que le valieron el doctorado honoris causa por la Universidad de Sevilla en el año 2001. Emilio Rodríguez Almeida escribió entonces Genaro Chic, catedrático de Historia Antigua, encargado de darle la bienvenida al claustro sevillano- se ha ganado con creces esa alabanza pública de la palabra Doctor, expresado con el énfasis de la letra mayúscula.

Su otra gran aportación a los estudios del mundo romano fue una nueva reconstrucción de la Forma Urbis, un mapa marmóreo del siglo III que representa un plano de la ciudad en la época de Septimio Severo, destruido a lo largo de la historia y repartido en más de un millar de piezas inconexas que custodiaba el Ayuntamiento de Roma. Algunas de sus más célebres teorías, como la de la navegación atlántica de los romanos ya en el siglo II a.C., han sido después ratificadas por estudios posteriores. Sin olvidar su tesis doctoral sobre las catacumbas de Priscila. Emilio Rodríguez Almeida formaba parte del cuadro de doctores de la Pontificia Academia de Archeologia de Roma y del Deutsches Archáeologisches Institut de Berlín, dos verdaderos centros europeos de sabiduría.

ÁVILA ROMANA

En clave local, Emilio Rodríguez Almeida ha sido el mayor especialista sobre Ávila romana, contribuyendo poderosamente a ensanchar la visión de la ciudad de la Muralla como una urbe casi exclusivamente medieval. Miembro de una familia de ocho hermanos de Madrigal de las Altas Torres, después de pasar una infancia difícil en la guerra y la primera posguerra, entre los años 1941 y 1954 se formó en el Seminario de Ávila, antes de ser profesor de lengua, latín, dibujo e historia en el Colegio Diocesano de la capital abulense. En 1954 llegó a Roma, para licenciarse como arqueólogo en 1957. A su regreso, durante cinco años volvió a ser profesor del Diocesano, antes de marcharse, en 1965, a dirigir unas excavaciones en Gabii, a 18 kilómetros de Roma, a las órdenes del profesor Martín Almagro.

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Sobre la veintena de sus libros, escritos en castellano y en italiano, destacan algunos vinculados con la ciudad amurallada, como Ávila romana, Ávila gallega o El testamento espiritual de Pedro Berruguete en Ávila. Si sus amigos americanos o franceses le consideraban -como el profesor de la Sorbona Claude Nicolet- lami de la Piazza Navona o la memoria viva de Roma, tras su regreso a Ávila sus clases, talleres y conferencias se convirtieron en un verdadero acontecimiento, siempre con nuevos hallazgos y maravillosas lecciones de sabiduría. En 2006 recibió un gran homenaje en la ciudad.

En sus últimos años ha estado acompañado siempre por su esposa, Juliana Wilhelmsen, quien estaba con él cuando sufrió el ictus y ha permanecido a su lado hasta los últimos momentos. Sus presentaciones en Valladolid, en el Aula de Cultura de El Norte o en el museo de la Villa Romana de Almenara-Puras, al lado del profesor Germán Delibes, dejaron también en la ciudad del Pisuerga el testimonio de su genio y su extraordinaria humanidad. Permanecen aún inéditas auténticas joyas bibliográficas, como sus ilustraciones sobre El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez, que contribuyen aún más a dar la talla de su condición de hombre del Renacimiento.

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