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M. J. Pascual
Sábado, 16 de enero 2016, 09:44
No me queda más remedio, Críspulo, que ir a la Guardia Civil, aunque ya estoy viendo la cara que pondrán en el cuartel cuando me vean llegar otra vez. Pero es que no puedo seguir así, con este sinvivir que no solo me hace sufrir a mí, que a tu hijo también, y mucho. ¿O crees que no sé que también le has hablado a él? Tú, que odiabas ese ingenio del demonio, como llamabas al teléfono, y tiene delito que ahora lo estés usando para torturarme. Es que no tienes perdón de Dios.
Lo peor de todo es que en el pueblo ya empiezan a murmurar y eso yo, la hija única de don Francisco Cairel de Campos, no me lo puedo permitir. Que no he dado que hablar nunca a la gente, ¿me oyes, Críspulo? ¡Pero qué manía te ha entrado ahora de dejarme mensajes en el contestador, que antes lo aborrecías! Y qué pesado, hijo, con eso de que me vaya contigo, con eso de que arriba se está muy bien pero que mejor estabas conmigo ahí abajo. Hay que ver todas las insensateces que se te ocurren y encima las dejas grabadas en el aparato del demonio con esa voz de fumador de Ideales que se te ha puesto: «Benignaaaaa, reúnete conmigooooo». Qué bochorno, hijo.
Creo yo que las misas por tu alma inmortal que encargué a don Aniceto no van a ser suficientes, que todavía debes andar muy perdido por el purgatorio. Porque, si no, ¿qué quieres decir con eso de que estás a los pies de Dios y no puedes hacer nada para remediarlo?
No, te pongas como te pongas, no pienso reunirme contigo, por mucho que insistas en que estás muy solo, y mucho menos me voy a clavar el cuchillo grande de la cocina o algo por el estilo como tuviste la poca delicadeza de sugerirme la otra noche. ¿Es que no sabes que el suicidio es un pecado gordísimo y yo soy cristiana vieja? Para remate, vas, y sueltas un grito desgarrado, que hasta los guardias se quedaron un poco sobresaltados cuando oyeron la grabación. Claro que no se atreven a concretarle al juez si la voz es de mujer o de hombre, aunque dicen que suena como disfrazada.
La verdad, Críspulo, yo no creo que estés tan mal donde quiera que estés, porque se oyen muchos pajaritos, risas y agua de fondo, casi casi como antaño, cuando íbamos a pasear nuestros amores por el río, tan felices.
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