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Cela Conde charla con Germán Delibes
«¿Cómo se puede ser censor franquista y escribir ‘La familia de Pascual Duarte’?»

«¿Cómo se puede ser censor franquista y escribir ‘La familia de Pascual Duarte’?»

Camilo José Cela Conde habló de su padre, el escritor premiado con el Nobel y el personaje que le superó, en el ciclo ‘Valladolid, Tierra Capital del Español’

a. tanarro

Sábado, 28 de noviembre 2015, 11:45

Ha heredado parte de la retranca gallega y de la ironía inglesa que adornaron a su padre. Y con ellas le recuerda. Su padre: Camilo José Cela Trulock, autor de libros imprescindibles en la historia reciente de la Literatura Española (La familia de Pascual Duarte, La colmena...) premio Nobel, premio Cervantes y un personaje inclasificable, que él mismo creó y que a fuerza de alimentarlo consiguió que engullera a la persona, y que casi se llevara por delante al escritor.

¿Quién era Cela? Alrededor de esta pregunta, de imposible respuesta, giró ayer la segunda de las charlas programadas dentro del ciclo Valladolid, tierra capital del español, que ayer se celebró en el salón de los espejos del Teatro Calderón, organizada por El Norte de Castilla con el patrocinio de Junta, Ayuntamiento y Diputación.

La pregunta fue formulada por el director del periódico, Carlos Aganzo, para introducir las palabras de Camilo José Cela Conde, profesor universitario, escritor e intelectual, que ayer asumió la tarea de tratar de explicar al auditorio quién fue su progenitor. Una tarea que, aunque imposible, él mismo comenzó hace ya unos años, concretamente en 1989, cuando publicó Cela, mi padre, reeditada en 2002 tras la muerte del escritor, y que ahora verá una nueva versión, como su autor explicó ayer: «Cuando murieron mis padres (lo hicieron con trece meses de diferencia) mi madre me dejó una caja llena de documentos que entonces no quise o no pude leer. Pero en ella he encontrado entre quinientas y mil cartas que se cruzaron en la época de su noviazgo y cuando mi padre fue a América a tratar de que se editara La catira, que quizá sea un libro prescindible pero que a nosotros nos sacó de la miseria».

Cartas que le han devuelto una imagen de su padre que corrobora lo que ya sabía. Que es tarea inútil tratar de definir su personalidad. «La persona que aparece en esas cartas no tiene nada que ver con el vagabundo que fue después, ni con el viajero, ni con el marqués (ese personaje irreconocible con blazier azul marino de botones dorados y un perrito en brazos). Entonces era una persona angustiada, insegura, frágil, cargada de dudas, que no cree en su futuro como escritor a pesar de haber escrito ya La familia de Pascual Duarte». Es el hombre enamorado que quiere casarse pero le pregunta a su futura esposa «¿de qué vamos a vivir?» y piensa en pedir ayuda a su tío Eduardo padre de Eduardo Riestra, el director de Ediciones del Viento para que le ayude a poner un bar.

«Hubo al menos diez celas diferentes y algunos coincidieron en el tiempo: ¿Cómo se puede ser censor de la censura franquista y a la vez escribir La familia de Pascual Duarte? ¿Cómo se puede ser una persona cargada de emociones y sostener que la emoción es algo sin importancia?» Preguntas sin respuesta porque la única posible es que realmente no importa quién fuera en realidad Camilo José Cela. «Los escritores tienen el don de que lo bueno o lo malo que hicieron en vida queda enterrado con sus huesos y lo que queda es su literatura.Mi padre fue el autor de La colmena, de Viaje a la Alcarria y todo lo demás da lo mismo».

No es fácil resumir en unas cuantas líneas lo que dio de sí una intensa conversación entre Aganzo y Cela Conde, que devolvía una imagen hilarante casi siempre, y en algún momento tierna, del escritor que creó un personaje para esconder tras él «su extrema timidez, una defensa entre él y el mundo», y que se le fue de las manos. Personaje que llegó a su apoteosis durante la entrega del Premio Nobel en la capital sueca, del que fueron testigos directos los integrantes de la mesa de ayer. Ambos recordaron las hordas de alcarreños, mallorquines, gentes llegadas de todo el país que se comportaban en la ciudad como hooligans. «El Nobel de mi padre despertó un furor popular incluso entre gente que no le había leído jamás ni pensaba hacerlo. El Cela de verdad hubiera cambiado todo eso por solo un lector más, pero estaba ya muy enterrado por las capas y capas de aquella especie de coraza que rozaba el ridículo».

Algunos celas

El Cela que a pesar de ser hijo de una inglesa respondía cuando le preguntaban si hablaba inglés lo mismo que Lola Flores: ni lo permita Dios; el que tras la concesión de su primer doctorado honoris causa por la Universidad de Siracusa, mantuvo una larga conversación con el rector de la misma en la que, a las peroratas de la autoridad universitaria, respondía invariablemente cojonut Paraguay; el que se tomó tan en serio su papel de académico que se convirtió en un estudioso de la lengua y todo por su amor a las palabras, algo que le emparentaba con Cervantes; el que trasladaba su amor por el débil y el perdedor a sus personajes; el que se encerró mes y medio sin salir de su despacho para escribir San Camilo 1936, tras unos años de sequía y tras haber oído de labios de su hijo, que hacía de portavoz de su esposa, que las treinta primeras páginas del manuscrito eran muy malas... Todos esos celas estuvieron ayer en el Calderón. Pero se habló mucho de su literatura. De cómo es imposible separar en ella la poesía de la novela, pues su prosa encerraba todo su aliento poético. De cómo, parafraseando a Eduardo Riestra, «escribió siempre en gallego aunque utilizara la lengua castellana»; de sus espléndidos libros de viajes, en los que más que hablar del paisaje hablaba de las personas y que junto a La colmena y los Apuntes carpetovetónicos componen la trilogía preferida por su hijo. El que ayer se metió en el bolsillo a un auditorio a base de sinceridad («quizá después de Mazurca para dos muertos no debía haber escrito más», pero también de respeto.

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