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Luis Mateo Díez en su casa de Madrid.
Luis Mateo Díez: «A los lectores sin criterio se les engaña con la mayor nadería»

Luis Mateo Díez: «A los lectores sin criterio se les engaña con la mayor nadería»

El autor leonés hace un alegato sobre el descrédito de la ficción y cuenta su relación vital con el género novelesco en ‘Los desayunos del Café Borenes’

JESÚS BOMBÍN

Viernes, 11 de septiembre 2015, 16:04

Ejerce desde hace muchos años Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) de degustador del ambiente de tertulia, del intercambio de opiniones al calor glorioso de un café con tres churros o del aperitivo de un vino blanco con aceitunas. En esa atmósfera apacible de canje de pareceres despliega en su último libro, Los desayunos del Café Borenes, una controversia sobre la degradación del género de ficción y sobre su relación personal con la novela amparado en las perspectivas de los personajes de la tertulia.

¿Qué le llevó a escribir este libro?

Hace siete u ocho años escribí una especie de alegato irónico que se titulaba Contra el descrédito de la ficción, un opúsculo para el desayuno, un texto hecho con urgencia que se me perdió en el ordenador. Me quedó siempre el recuerdo de aquello y, como testigo de determinadas derivas de la ficción que no me complacían, se fue alimentando la idea de este nuevo libro.

¿Cómo expresa ahora esa visión?

En la primera parte el libro recoge aquello que fue una diatriba contra el descrédito de la ficción, un relato de la mano de unos desayunadores que comparten ideas y contradicciones con un novelista. Y en la segunda parte, Un callejón de gente desconocida, título derivado de una obra de Irène Némirovski, hago un recuento sobre mi concepción del género novelesco, una especie de poética personal, con cierta pedagogía particular.

¿Por qué considera que la imaginación está en decadencia?

El sostén de las grandes novelas contenía tradicionalmente un fuerte reto literario para el novelista, que se auspiciaba en un mundo de imaginación poderoso, capaz de crear buenas historias, sugestivas, sustentadas en tramas complejas. Frente a esta idea, hay otra basada en una reducción de la expresividad literaria, un camino que lleva a un cierto uso limitado en el que el novelista no tiene por qué demostrar tener un estilo propio.

¿Cómo plasma todo ese contexto en una diatriba de tertulia?

Esta evaluación un poco exagerada hace mención a algo que debaten estos desayunadores perspicaces y un poco atrabiliarios ante la idea de que hoy se busca un mercado para la novela que no es el del gran lector. Como lectores ambiciosos, sienten que se ha roto un compromiso con ellos, que están dejados de la mano de Dios y que los teóricos novelistas y el mercado editorial en general salvo honrosas excepciones los tiene abandonados, porque hay una búsqueda denodada del lector que no lee. Al lector que lee se le soslaya desde el mercado editorial, parece que está asegurado; y a los lectores que no leen si les pillas puedes captar infinitos para una novela, no tienen criterio y les puedes engañar con la mayor nadería, contándoles la historia de San Sulpicio.

¿Qué papel juega la atmósfera del café en esas disquisiciones?

El escenario, el café y el acto del desayuno no son inocuos. Como en cualquiera de mis novelas, en el Borenes hay una atmósfera y oyes los ruidos, percibes a qué huelen las cosas, sabes cómo son los posos que un café deja en las tazas, en fin, hay todo eso que ofrece unas posibilidades distintas.

¿A qué atribuye la degradación de la ficción?

Vivimos en un mundo y en una realidad degradada. Es una conciencia común que todos tenemos dentro de este ámbito en el que estamos, de reconversión en sonámbulos, de pérdida del sentido común y de tantas cosas. Estamos llenos de alicientes efímeros, sobre todo tecnológicos. A mí me hace tener la sensación de que sobrellevamos una vida un poco medieval, nos hemos reconvertido en seres un poco medievales que tenemos en las manos instrumentos de una sofisticación fascinante, pero la conciencia, la cabeza, es un poco medieval, antigua, penosa, es todo una eclosión bastante lamentable, de vacío cultural, de pérdida de tantas cosas...

¿Qué ficción le atrapa?

La gran tradición novelesca del escritor con reto, que nos propone un mundo personal, una mirada de la condición humana y que intenta sostener eso con algún tipo de conquista expresiva en un estilo lo más bello posible. Esa figura ha decaído porque el mundo de la ficción rebaja sus cualidades, sobre todo de complejidad, se hace más vulgar, más asequible, directo, predestinado a cumplir un trámite de entretenimiento y por ahí cuenta la vida de una manera mucho más precaria.

¿Se ha perdido el afán de tertulia como espacio de convivencia?

Sí, la vieja tertulia, el conciliábulo de la barra de los cafés donde uno se sentaba a charlar y a pasar el rato, se ha perdido. A mí me han gustado siempre mucho los bares, sin ellos estaríamos perdidos. Ahora necesitamos comunicarnos menos o lo hacemos a través de artilugios donde el contraste de pareceres es verdaderamente penoso y lleno de riesgos estúpidos.

¿Por qué escribe novelas?

Me sale con naturalidad. Es una necesidad desde mis orígenes de escritor, de contar la vida. Quizás tenga que ver con mis propias carencias, del mismo modo que la ficción a los seres humanos nos llena lo que tenemos vacío.

¿Sigue de cerca la actualidad o el panorama le invita al retiro?

Vivo intensamente y con sobresalto la actualidad. Me complazco poco con las cosas que pasan, lidio como puedo mis indignaciones. En mi perspectiva de creador de ficciones siempre digo que me siento escritor muy del siglo XXI, vivo muy intensamente el tiempo y siento toda la herencia que un escritor puede tener de nuestros clásicos, de nuestras vanguardias, pero a la vez no puedo negar que tengo una parte sustancial de mi vida anclada en el siglo XX, ese siglo donde pasaron tantas cosas terribles. He sido testigo del crepúsculo de las culturas campesinas, de las transformaciones, de los contrastes, de los viejos valores de tantas cosas extinguidas o en trance de desaparecer... Y también soy ese escritor del siglo XXI que no deja de mirar el XIX en lo literario, porque para mí la gran tradición novelesca está en la herencia del XIX.

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