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Un momento de la representación de ‘El triángulo azul’.
Micomicón escenifica el horror de los campos de exterminio en clave española

Micomicón escenifica el horror de los campos de exterminio en clave española

‘El triángulo azul’, que narra el cruel destino de los republicanos deportados al campo de Mauthausen, se presenta el sábado en el LAVA

Javier Aguiar

Miércoles, 18 de febrero 2015, 22:18

A ritmo de pasodoble un coro de famélicos presos que conocen su fatal destino «de aquí solo se sale hecho humo y por al chimenea», decía Hitler interpretan una canción que comienza: «Triángulitos de colores para niños y mayores...». Explica la letra la distribución cromática de las etiquetas adjudicadas a los diferentes colectivos encerrados en el campo de Mauthausen. Los rojos para los políticos, amarillos los judíos, marrones los gitanos, «para los mariposa triangulitos color rosa (...) y los negros para asociales, putas y anormales». En este terrorífico arco iris hay un color reservado para los españoles, el azul de los apátridas con una s de spaniaker.

Ellos son los protagonistas de este espeluznante montaje parido a medias entre Laila Ripoll, directora y coautora del texto junto a Mariano Llorente, que también interpreta a uno de los personajes. Una colaboración entre Micomicón y el Centro Dramático Nacional que este sábado llega al Laboratorio de las Artes (LAVA) de Valladolid en una única función (20:30 h. con entradas a 20 euros).

El triángulo azul es un homenaje a esos españoles, cerca de 7.000 de los que sobrevivieron menos de 2.000, «los primeros en llegar y los últimos en salir» de ese campo del horror, huidos y repudiados de su país, de la Francia colaboracionista de Petain, abandonados por todos y que todavía hoy, setenta años después, aun esperan algún tipo de reconocimiento en su tierra. Pero es un homenaje nada complaciente, que no deja mucho resquicio a la imaginacion y cuenta todos los detalles de la barbarie. Tampoco lo es con los protagonistas, que muestran, obligados compañeros en la trágica adversidad, las mismas miserias humanas que cualquier otro colectivo, quizás acentuadas por la necesidad de sobrevivir en circunstancias tan extremas.

La música que suena en las llegadas de nuevos reclusos o acompaña hasta la horca, el paredón o la cámara de gas no deja de ser una tétrica compañía, un elemento discordante que acentúa el absurdo de la situación, de la crueldad supina, del ambiente desquiciado y dantesco de aquella fábrica de tortura y muerte. Remarcar con las composiciones de Pedro Esparza el carácter español, festivo hasta en los momentos más atroces, no deja de ser un juego macabro que vuelve a demostrar que la realidad en efecto se creó una orquestina y se consiguió el único permiso concedido por los nazis para montar representaciones teatrales da cien vueltas a la ficción.

También nos viene a recordar que muchas de las tan denostadas formas de tortura y asesinato aplicadas por los nazis tienen una escandalosa similitud con las que se siguen poniendo hoy en práctica en variados lugares del mundo que, presuntamente, aprendió aquella lección.

En la trama confluyen varias historias entre las que destaca, a modo de hilo conductor, la del fotógrafo alemán que recibió la orden de plasmar en imágenes todo lo que acontecía en el campo y los dos presos españoles que se proponen, y consiguen también en la realidad sacar al exterior las fotografías para dar a conocer el horror que los alemanes decían ignorar.

El montaje, estrenado en abril del año pasado en el teatro Valle Inclán de Madrid y que acaba de ser representado en Reggio Calabria (Italia), cuenta con la iluminación de Luis Perdiguero, profesor de la vallisoletana Escuela de Arte Dramático de Castilla y León (ESADCyL) y especialista en reflejar ambientes en el escenario a través de la luz. Una aportación nada desdeñable y que contribuye a un resultado visual poderosamente llamativo.

El reparto está formado por Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, que encarna al salvaje oficial de las SS, Paco Obregón, José Luis Patiño y Jorge Varandela. Acompañados por tres músicos completan un montaje con escenografía de Arturo Martín Burgos que no deja lugar a medianías y conmueve a todo aquel que conserve un ápice de sensibilidad.

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