Alfredo Gómez
Sábado, 14 de febrero 2015, 11:38
Primeras ediciones y libros dedicados. Así está repleta, a rebosar, la biblioteca de Luis Antonio de Villena, que ayer se convirtió en el protagonista del ciclo de conferencias Bibliotecas de escritores, que organiza la Fundación Miguel Delibes, con la colaboración de la Junta de Castilla y León. Solo lamentó, antes de hablar en público, que la cultura en España «está en una situación agónica, espantosa. Nunca ha habido un nivel cultural tan bajo, ni un nivel de ignorancia como en este momento».
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Los libros son joyas y como en los grandes momentos, lo mejor llegó al final. Y en ese final, Luis Antonio de Villena, colaborador del suplemento literario La Sombra del Ciprés, de El Norte de Castilla, desveló que dentro de sus libros favoritos están dos obras de Miguel Delibes, Cinco horas con Mario y El hereje, que el escritor vallisoletano «me envió dedicado con mucho afecto».
Además, preguntado por Jesús Marchamalo, presentador de la sesión y con quien mantuvo una divertida y amena conferencia, señaló un libro universal como Satiricón, de Petrón, «porque un cura me dijo que estaba prohibido y es un libro muy verde» y se decantó por Proyecto para excavar una villa romana en el páramo, como una de sus propias obras, «porque es un libro cuyos poemas son como teselas que dibujan un mosaico».
Jesús Marchamalo expuso la «relación singularísima» de Luis Antonio de Villena con los libros que tiene en su casa «sobre sillas, mesas y paragüeros. Por paredes y muebles. Una especie de bazar de exotismo que tiene clásicos y modernos, prosa y poesía, «y sobre todo, autores de finales del siglo XIX y de principio del XX y en el que pueden contemplar obras como Soledades, de Antonio Machado, con Viaje al final de una noche, de Celine.
Libros de autores, «sin la menor química entre ellos», como Javier Marías y Trapiello conviven en la cercanía de estanterías con baldas de tres filas, con un orden «milimétricamente caótico», aseguró Marchamalo, porque Luis Antonio de Villena se pone «nervioso si están mal colocados», se niega a ordenar «por orden alfabético» y prefiere «por temas o épocas», aunque avisa, «por si hay algún inspector de Hacienda o algún caco», que hay obras valiosísimas, junto a otras que apenas valen nada.
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Y allí pueden encontrarse ejemplares de, entre muchísimos otros autores, Cervantes, Quevedo, Gracián conviviendo con Caballero Bonald, Gil de Biedma, lasco Ibáñez, Shakespeare, Keats, Proust, Cocteau, Borges, «cuyo manuscrito de El Aleph me quiso vender un librero americano, pero le dije que ese ejemplar debía estar en una biblioteca», como así fue porque acabó en la Biblioteca de Madrid. «Sí tengo el manuscrito que Zorrilla leyó en el entierro de Larra».
Contó su difícil relación con los objetos, «muñequitos», que habitualmente pueblan las estanterías, como adornos entre los libros. Solo se permite «una figura de Oscar Wilde, que me trajo Javier Marías, que se puede articular». Precisamente, desveló también cómo hubo un momento en que «todo el mundo me preguntaba mi opinión sobre los trabajos que hacían en torno a Wilde, como si hubiera una conexión ultramundana entre él y yo».
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Repasó la biblioteca que conserva en la casa de su madre «que es la primera parte y la mejor», donde junto a los libros, hay «piedras mayas, máscaras, un San Sebastián barroco», libros y recuerdos de una primera época, «en un entorno que me gustaba mucho».
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