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El cantaor Capullo de Jerez, durante su actuación en el Delibes.
El compás en las venas

El compás en las venas

Capullo de Jerez abrió el ciclo Delibes+ Flamenco con un concierto en el que demostró ser un referente en los cantes festeros de su tierra y profundidad en las letras de los cantes más serios

Alfredo Gómez

Sábado, 22 de noviembre 2014, 09:53

Anárquico, bohemio y callejero, Capullo de Jerez mostró las cualidades que siempre se le suponen a uno de los emblemas del compás flamenco. Aunque ya no solo de fiesta vive el cantaor jerezano, que demostró profundidad y sentimiento en la soleá con la que inició el concierto y hasta en el fandango posterior, con unas letras que habla de amor, dolor, traición y corazones rotos.

Impone y mucho el impresionante marco del Auditorio Delibes y su sala de Cámara, con unas condiciones acústicas perfectas para cualquier tipo de arte musical. Impone hasta para un veterano como Capullo de Jerez, curtido ya en bastantes más de mil batallas, que salió serio y respetuoso, como lo requería la ocasión, en este inicio de ciclo Delibes+ Flamenco.

Pero el cuerpo pide fiesta y compás, mucho más para uno de los referentes en estos estilos y que a lo largo de su vida ha demostrado un sentido especial para expresar los cantes de su tierra jerezana. Porque haber nacido en la calle Cantarería, en pleno corazón del barrio de Santiago, dentro de un patio de vecinos donde no pasaba una sola noche sin que se improvisara una fiesta colectiva entre payos y gitanos, marca el carácter alegre y extrovertido de Capullo de Jerez, que canta a su aire los cantes de grandes del flamenco como Terremoto, Tío Borrico o la Paquera, con letras que salen de la vida, de noches y de juergas.

De una tacada, rindió su sentido homenaje a Camarón, Paco de Lucía, dos de sus grandes amigos a los que admiraba, y también a Alejandro Sanz. Referencia como es en los cantes festeros, el compás le sale por las venas y hasta se atrevió a salirse del micrófono y hacer unas letras a palo seco, con unos bailecitos y pataíta por bulerías.

Embriagado por la euforia y los aplausos de un público entregado, siguió a pie de escenario, quizá alargando innecesariamente los tercios, pero también dando muestras de su generosidad, y ausencia de egoísmo, al repartir minutos de gloria entre su guitarrista, Diego Amaya, y los tres palmeros que le acompañaron.

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