fernando herrero
Sábado, 26 de julio 2014, 10:12
Discutida la posible autoría de Lope. No importa. La tragedia, así cabe definirla, es una crítica dura al absolutismo del Rey, lo que no ha sido norma en el opus global del Fénix de los Ingenios. El rey Don Sancho es un rijoso felón, un canalla de la peor especie. El resto de los personajes no sale tampoco bien librado. El servilismo culpable de Don Arias, la extraña ingenuidad de Sancho Ortiz, la cerrazón de Busto, la traición de la Esclavilla. Incluso los Alcaldes de Sevilla que parecen independientes al enterarse de que el crimen procede de las órdenes del Rey, inclinan la testa, «sus razones tendrá». El Monarca sale bien librado en ese final melancólico e insatisfactorio.
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Buen texto, formulado sin historias adyacentes, fijando con claridad el conflicto. Alfonso Zurro en su versión fija unos cambios dramatúrgicos potenciando la crítica al Rey Absoluto. Una serie de introducciones a las escenas (no necesarias) emiten el mensaje implícito en la obra. Al final añade una escena que muestra la lascivia del Rey y el servilismo del noble. En la realidad histórica de España han ocurrido sucesos semejantes a los que se muestran en La Estrella de Sevilla.
El montaje parte de un escenario vacío que se va llenando con unas lanzas que llegan hasta el techo y crean los diferentes espacios en un movimiento casi continuo conducido por los siete actores. Estos permanecen toda la representación en escena, como mudos testigos de la felonía del Monarca. Los conflictos se clarifican desde las presencias y las contiendas en un mundo cerrado e injusto, lleno de temor al soberano y con el código del honor como «deux machine» de la Tragedia.
Siete actores, buenos profesionales, de físicos muy apropiados para los personajes. El «teatro en el teatro» se encuentra en la introducción del espectáculo y en el final. Con los detalles apuntados se es fiel al texto ¿de Lope? y a su desarrollo dramático.
Surge el verso con nitidez de las voces de estos intérpretes también justos en la expresión corporal. No es fácil que se entiendan todas y cada una de las palabras pero los actores andaluces lo consiguen presididos por Manuel Monteagudo, magnífico Rey Sancho. La seriedad de su trabajo se pone de manifiesto de principio a fin con una coherencia positiva. El intento de Zurro de universalizar el tema y la crítica no necesitaba una morcilla que hizo reír al público. El poder absoluto corrompe tanto en los testimonios de la historia como en las realidades presentes, en las que las formas de ejercerlo son muy variadas.
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