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ADRIÁN ASTORGANO
Este año podremos cultivar cerebros humanos en el laboratorio
Ciencia | Neurociencia

Este año podremos cultivar cerebros humanos en el laboratorio

La ciencia aplicada nos da respuestas, pero solo la ciencia básica nos permite descubrir qué nuevas preguntas hacer

Amanda Sierra

Viernes, 15 de abril 2022

Amanda Sierra es profesora de investigación Ikerbasque en el Departamento de Neurociencias de la UPV/EHU y el Achucarro Basque Center for Neuroscience

Les confieso mi excitación: creo que este año vamos a poder por fin cultivar cerebros humanos en mi laboratorio. Las técnicas se han desarrollado recientemente, pero no son fáciles de poner a punto y desde luego no son baratas. With just a little help from my friends, como decía la canción de Joe Cocker. Espero que con un poco de ayuda de mis amigos podamos poner estos experimentos en marcha, porque creo que van a marcar el futuro de la neurociencia en la próxima década.

En realidad, no son exactamente cerebros en una placa de cultivo. Quizá sería más adecuado llamarlos cerebroides, porque son una especie masa de neuronas conectadas entre sí, que forma pliegues como los de nuestra corteza cerebral. Tienen indiscutiblemente algunas propiedades de los cerebros. Y desde luego tienen la gran ventaja de que se pueden obtener directamente de pacientes de enfermedades como alzhéimer y párkinson. Esto se consigue a través de un proceso que es una maravilla de la biología molecular: se cogen células de la piel de un paciente y se borran todas sus instrucciones hasta que se obtiene una célula madre, que es como un libro en blanco. A continuación, volvemos a escribir instrucciones, pero esta vez para producir células cerebrales. Y así, por sí solas, esas células empiezan a generar estos cerebroides. A mí me resulta fascinante.

No todo el mundo está tan entusiasmado como yo, y tienen sus razones. Entre las muchas limitaciones que tienen estos cerebroides es que no tienen vasos sanguíneos, ni sistema inmunitario circulando por ellos, ni tampoco el sistema inmunitario residente, que es esencial en el desarrollo de las enfermedades neurodegenerativas. Tampoco hay flora intestinal, que en los últimos años hemos aprendido que regula muchas funciones cerebrales. Hoy en día sabemos que el cerebro y la médula espinal tienen una comunicación bidireccional con el resto del cuerpo, y eso desde luego no lo podemos imitar en estos cerebroides. A pesar de estas desventajas, siguen teniendo un gran potencial para conocer mucho mejor el cerebro humano.

Mi última reflexión es sobre cómo hemos llegado hasta aquí y se lo voy a decir claramente: con varias décadas de investigación básica, hecha fundamentalmente en animales de investigación como los ratones, los gusanos y las moscas del vinagre. Nuestros políticos, agencias de financiación y fundaciones tienen una peligrosísima tendencia cortoplacista a financiar proyectos con aplicación inmediata. Pero ha sido la ciencia básica la que ha permitido descubrir la existencia de células madre, los mecanismos de reprogramación celular y las rutas de señalización que controlan específicamente la generación de neuronas. Sin esos conocimientos, que en su momento no tenían utilidad práctica inmediata, no tendríamos ahora los cerebroides. La ciencia aplicada nos da respuestas, pero solo la ciencia básica nos permite descubrir qué nuevas preguntas hacer.

Así que ya saben, el avance científico es como un marmitako: se cocina lentamente.

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