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Jon Garay
Jueves, 8 de junio 2023, 11:04
España produce casi 74.000 toneladas de basura electrónica al mes. Esto significa que en solo medio año seríamos capaces de llenar el carguero más grande del mundo con ordenadores, frigoríficos, tablets, teléfonos móviles... Esta enorme montaña de desperdicios tiene un problema añadido. Solo se ... reciclan un 17,4% de sus componentes. Hace dos años, Erlantz Lizundia, profesor de la Escuela de Ingeniería de Bilbao (UPV/EHU) decidió que había que tratar de poner remedio a este dispendio. Junto a Alazne Ojanguren, otra investigadora vasca del ETH de Zurich, y dos científicos más de este centro y de la Universidad de Nueva Gales, en Australia, desarrollaron unas baterías «que se pueden cargar diariamente durante 27 años, mucho más que las convencionales», explica Lizundia. Y se podrían tirar al contenedor marrón, porque han utilizado materiales como la celulosa y el pegamento natural que utilizan los moluscos para adherirse a las rocas.
La mayor parte de las baterías de nuestros móviles son de iones de litio. Se inventaron en la década de los setenta del siglo pasado y se comercializaron dos décadas después. Sus creadores recibieron el Premio Nobel de Química en 2019. Hoy en día están en prácticamente todos los dispositivos que utilizamos. Pero tienen varias pegas. La fundamental es que buena parte de sus componentes -el citado litio, el cobalto, el níquel o el manganeso- son tóxicos. Además no se degradan en la naturaleza y en algún caso son difíciles de conseguir. Otro de ellos, un líquido orgánico que se utiliza como electrolito -lo que permite que la energía circule por la batería- es incluso inflamable. «Por eso explotaron algunos móviles hace unos años», recuerda el investigador de la universidad vasca.
Lo que hicieron entonces es crear una batería que simulara el funcionamiento de estas pero que fuera compostable, «que se degrade en las condiciones de compost: a 58 grados, con humedad y bajo tierra». En otras palabras, que las podamos tirar al contenedor marrón y desaparezcan por sí mismas al convertirse en dióxido de carbono y agua. En su proyecto han conseguido que el 49,9% de los componentes desaparezcan en 63 días. «El objetivo es alcanzar el 60%. Es cuestión de hacer unos ajustes», subraya Lizundia.
Los materiales son muy diferentes a los empleados hasta ahora. Entre ellos están el zinc, la celulosa -»es el polímero más abundante, está en los árboles, las zanahorias…», explica el experto-, la agarosa -»se obtiene al tratar las algas rojas»-, un hidrogel que no puede arder y hasta una sustancia llamada polidopamina, que «es el pegamento natural que usan los moluscos para adherirse a las rocas». «Son abundantes, más baratos y en algún caso también locales», destaca.
El resultado son unas baterías con «un rendimiento no igual a las de litio pero sí aceptable», reconoce el científico vasco, que trabaja también en un proyecto para restaurar obras de arte con materiales sostenibles. Frente al millar de ciclos de carga y descarga de las baterías convencionales, estas admiten 10.000 recargas, «una al día durante 27 años».
Están pensadas especialmente para alimentar aparatos de pequeño tamaño como los propios móviles, relojes inteligentes y marcapasos. ¿Y en los coches eléctricos? «Sería más difícil porque tienen una densidad de carga tres veces menor que las que utilizan ahora. Esto significaría que de pesar 500 kilos pasarían a 1.650. No serían competitivos», aclara Lizundia, que subraya que «hacen investigación básica, es una prueba de concepto, demostramos que es posible, pero no lo escalamos, no nos encargamos de desarrollarlo para que llegue al consumidor».
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