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Iñaki Ramos, de 34 años, es uno de los voluntarios que forma parte del batallón de fumigación que todas las semanas recorre las calles de la localidad salmantina de Villoria. Lo hace a pie, con una mochila cargada de desinfectante y una manguera de limpieza. Cuenta que «lo primero» que hizo cuando se decretó el estado de alarma fue contactar con el alcalde, Julián Barrera, para preguntarle cómo podía ayudar. Sentía esa «necesidad». «Tenía que sentirme útil, ayudar a mi pueblo como fuera y arrimar el hombro en la medida de lo posible, que el Ayuntamiento tiene mucha tarea», argumenta este joven.
No dudó en echarse a la calle a pesar de que es asmático –«aunque leve», matiza– y, por tanto, pertenece a uno de los grupos de riesgo más vulnerables al coronavirus. Pero no se esconde. Reconoce sentir «miedo» a un posible contagio, pero insiste en que para él «lo primero es contribuir a que estemos todos mejor». «Es algo que en mi casa entendemos que es así: mi mujer es auxiliar de enfermería y ella está al pie del cañón, salvando vidas, y ahora era mi momento, el de ayudar a mis vecinos», apostilla.
Donde no llegan los tractores (cada tres o cuatro días tres vehículos de estas características fumigan las calles», ahí están ellos. Los voluntarios que, a pie de calle, rocían cada rincón del pueblo. «Es un lujo contar con gente tan colaboradora;así salimos de esta seguro», concluye.
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