Manuel Sierra, pintor
«Me vino bien que Franco me encarcelase, me echó en brazos de la pintura»Secciones
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Manuel Sierra, pintor
«Me vino bien que Franco me encarcelase, me echó en brazos de la pintura»He aquí unos ojos privilegiados, unas manos superlativas, una mente sobresaliente, una envidiable sensibilidad y una postura vital de las que dejan una huella muy positiva en sus semejantes. Manuel Sierra (Villablino, León, 1951). Pintor afincado en Simancas, adonde llegó después de haber nacido y ... criarse entre montañas y crecido en tierras gallegas. Esa variedad territorial de residencia ha contribuido también a amoldar un estilo muy personal que cuenta con la aceptación del público, juez supremo en el mundo del arte y que a este leonés de nacimiento y castellano de ejercicio siempre le ha reconocido su valía. Y su compromiso social, artístico y político. Y su constancia por seguir en la brecha, por querer dar siempre un paso más. Lo explica en el arranque de la entrevista:
–Estás trabajando en un cuadro, un mural, un grabado y lo haces con mucha satisfacción, y siempre queda una sensación final de qué bien haberlo terminado, pero a la vez qué insatisfecho quedo por algo que falta. Y ese algo que falta posiblemente sea el siguiente cuadro, la necesidad de seguir disponiendo del deseo de pintar.
–¿Culpa del genio creativo?
–A lo mejor tiene que ver con ello, pero de eso sé poco.
–¿De creatividad?
–Yo sé del carácter del que está poseído quien pinta o quien está en los procesos creativos pero, hombre, genio, entendiendo por tal el ángel que dicen los flamencos, o el duende... Eso es un mecanismo muy enraizado en lo humano. A lo mejor una de las cosas que define lo humano sería el estar en permanente insatisfacción y, por tanto, en permanente estado de deseo sucesivo. Lo humano, quizá multiplicado, a lo mejor es el hecho creador, vamos, si es que esto de pintar es creación, que yo creo que sí.
–Solo tiene dos manos y de ellas salen el pintor, el muralista, el ilustrador, el cartelista y el dibujante que es usted. ¿Cómo es posible?
–Por el afán comunicativo. Necesito todo tipo de soportes que estén a mi alcance y que pueda dialogar con ellos, establecer una especie de pugilato para poder expresarme y comunicarme conmigo mismo y con los demás. Y dejar que éstos se comuniquen conmigo, que me hagan el favor de darme material con el que luego reelaborar un discurso y devolverlo.
–¿Cuándo adquirió conciencia de ser artista?
–De ser artista no tengo conciencia exactamente. Ahora ya sé que soy pintor. Pero no se crea que lo sé desde hace mucho... Una cosa es el deseo de serlo, que creo que a lo mejor anida en mí desde niño, pero sé en qué momento tengo conciencia en el sentido de tomar la decisión de querer dedicarme a esto en exclusiva.
Manuel Sierra
Pintor
–¿Cuándo fue?
–En 1980. Coincidió con el abandono de la ciudad, donde vivía, y el paso a vivir en Zaratán en un colectivo de doce personas. En ese momento dejé todos los trabajos que había hecho (vendimia, construcción, mensajería, publicidad...) y me dije que quería dedicarme en exclusiva a tratar de ser pintor, es decir, contar todo lo que quiero contar dedicándome enteramente, asumiendo el riesgo de todo lo que viniera con eso.
–¿Que fue...?
–La pérdida de un sueldo mensual fijo. Pero decidido, a si era posible, no volver atrás; y si no hubiera sido posible, tampoco volver atrás. Hasta dejé la carrera de Derecho; y esto creo que en buena hora, porque habría sido un pésimo abogado.
–¿Por qué empezó Derecho?
–Soy hijo de juez y de profesora de Filosofía, Geografía e Historia y hubo un momento en que quise agradecerles, respondiendo a los deseos que tenían para mí de que fuera un buen abogado o un buen profesor. En ese sentido, me vino muy bien que Franco me expedientase y encarcelase: me ayudó a dejar todo eso y me echó en brazos de la pintura.
–No sabremos nunca qué se perdió el Derecho, pero sí sabemos que el arte ganó un pintor.
–Eso sí.
–Y ha marcado estilo propio. ¿La muestra de que ha triunfado?
–De alguna manera sí, pero yo no lo vivo como una satisfacción.
–¡Pero bueno! ¿Y eso?
–Porque soy bastante prisionero de mi estilo, de mi manera de expresarme. Sé de dónde viene mi estilo, o lo puedo rastrear a través de las influencias que tengo de toda la historia de la pintura, pero creo que es algo que se observa mejor desde el exterior que desde uno mismo.
–¡Su estilo es inconfundible!
–Yo enfrento una obra, porque deseo hacerla, porque creo que necesito hacerla y que es bueno que la haga, y entonces me meto enteramente, a tumba abierta. Inevitablemente mis manos y mis ojos ordenan las formas y los colores de una determinada manera que resulta conocida de una vez para otra. Y si eso es el estilo, evidentemente sí que está conseguido. Nunca lo pretendí, pero como tantas cosas me parece importante desmitificarlo un poquito porque tiene sus tributos.
–¿De qué tipo?
–El tributo es que yo no puedo escapar de él. De hecho, hay momentos en los que no respondo a mi propia manera de hacer, cuando me meto en abstracciones, en minimalismos y en la pintura política, que es más collage que pintura; eso me cuesta mucho trabajo, sobre todo la abstracción. Y eso no deja de ser consecuencia de mi propia manera de hacer.
–Pero da la impresión de que ese estilo le hace libre como artista.
–¡Desde luego! Visto de esa forma, claro que sí. Disponer de esa manera me permite, una vez que los destinatarios, los demás, aseveren que ese es un estilo mío, moverme con mucha tranquilidad e incluso ensayar otras cosas.
–¿Y esa libertad le lleva a que su vocación artística le permita su 'modus vivendi'?
–Sí, porque eso me lo planteé desde el principio. Me dije: no quiero un oficio que no lo sea. Quiero ser pintor, pues voy a ver si consigo ser pintor a título principal y que esto me permita vivir. Por eso me diversifiqué tanto. Y lo conseguí. La prueba del 9 es que no he tenido que recurrir ni a otros trabajos ni a que nadie me financie.
Manuel Sierra
Pintor
–Desde sus 73 años que ya tiene, mira hacia atrás ¿y qué ve?
–Una mezcla de esfuerzo y satisfacción.
–Desde un compromiso ideológico y artísticamente militante.
–Sí, podría ser una manera de decirlo.
–Sus pájaros tricolores tienen un mensaje de la ideología republicana a la que nunca ha renunciado. ¿Mayor aún la libertad como artista?
–Yo creo que sí. Aunque pudiera parecer que no, porque como que estuvieras limitado por una ideología, pero una ideología no es necesariamente una opción política, aunque también, sino que es una manera de ver el mundo y de proponer la solución o la manera de enfocar las cosas de cómo podría ser otro mundo.
–En Medina del Campo y en Castronuño, con gobiernos locales del PP, han sido borrados murales que llevan su firma. ¿Involución impensable e indeseada?
–Desde que me recuerdo en las calles con otras personas buscando lo mismo no recuerdo casi ningún mural que no haya sido atacado. Hay murales y murales. Quiero decir que, a efectos de esa involución, la presencia de los involucionistas no es nada nuevo. Lo de Castronuño y Medina del Campo o lo de la calle Falla... Y en León y en Soria, lo de la calle Ruiz Hernández con León de la Riva... Lo de la historia de las dos Españas no es solo una frase o motivo de ensayos y artículos: se está poniendo de manifiesto cada vez más que eso está ahí.
Manuel Sierra
Pintor
–¿Le quedan ganas de rebelarse?
–Sí, sí. Va con la masa esencial de cada uno. Lo llevo puesto.
–¿Dónde halla fuerza para inspirarse y seguir pintando?
–Hay una dialéctica interna dentro del trabajo pictórico y expresivo, en la propia estructura del asunto. Inexplicablemente surge y, a día de hoy, no sé cómo se produce. Surge. A veces es como una tormenta de cosas. Y otras veces sale del esfuerzo, de la práctica concreta, del oficio. Y en mí se produce y funciona mucho, que es en los momentos previos a quedarme dormido y en los momentos inmediatamente anteriores a despertar.
–¿De qué forma se manifiesta?
–Me despierto muy pronto y antes de decidir levantarme y meterme en lo que esté, ese momento en el que todavía no eres plenamente consciente del todo para saltar de la cama, ese momento, ese duermevela, creo que es un momento fundamental en mi manera de trabajar. Las mejores obras que yo haya hecho salieron de como si alguien te pusiera la mano en el hombro y al oído te dijera: «Es esto». Y hay veces que lo provoco.
–¿Cómo?
–Toda obra, exceptúo los murales, tiene un momento, hasta que se acaba, de una zozobra constante. Hay veces que si me quedo atascado ante un cuadro que se me empieza a torcer, y estoy ligando mal en ese proceso de seducción recíproca entre la pintura y el autor, antes de dar un zapatazo, retirar el lienzo y poner otro, me tumbo en el suelo y provoco entrar en esos estadios del sueño; en unos pocos minutos me quedo sonaja total, pero total, boca arriba, sobre el suelo, que esté frío. Y al instante, cuando despierto, veo las cosas claras. Fíjese qué bobada.
–De bobada, nada.
–¡Me funciona! Y creo que se traslada de un momento que comprobé que eso funcionó para salvarnos la vida a mi hermano y a mí.
–¡Qué dice!? Por favor, detalle.
–En una ocasión, subiendo en Babia una montaña de caliza blanca hermosísima, La Crespa. En la que no tienes dónde agarrarte. Digamos como que en un momento de la mocedad, tienes que subir a esa peña. Subimos y hubo un momento en el que no lográbamos ir más adelante; estábamos al borde del abismo y para atrás era peor. Las cabras y los rebecos en esas situaciones se enfanan, se paralizan, ven que no pueden ir para arriba y se lanzan al vacío. En esas estábamos mi hermano y yo, acongojados, y en la bolsa que llevábamos iban avellanas y uvas pasas. Nos las tomamos y nos quedamos dormidos.
–¡Al borde del abismo!
–Sí. Y cuando despertamos, empezamos a tantear de nuevo la peña y encontramos la salida. ¡Estaba allí desde el principio! Todo eso ha de estar precedido de conocer bien el oficio y las técnicas y después dejarte y confiar. Creer que es posible. Y afirmarlo con hechos. Es raro que yo eche un día sin pintar o dibujar, pero aunque no lo haga, estoy pintando.
–¿Un artista no se jubila nunca?
–No. Desde luego yo no lo hago.
–¿Ni lo hará?
–Creo que no. Este oficio tiene un componente artesanal muy grande pero, a la vez, es un oficio que está nutrido de vocación, de desear hacerlo, de estar enamorado del oficio. Muchas veces pienso si al mirar las cosas o las personas logro distanciarme lo suficiente para ver la realidad de lo que estoy mirando o si lo estoy ya mirando de una determinada manera relacionada con este oficio.
–¿Le pasa en esta entrevista?
–Viéndole donde está sentado no puedo evitar que me venga a la memoria la imagen de Emilio Salcedo sentado ahí mismo, donde usted, cuando esta era la casa de Gabino. Para un libro que se editó sobre Emilio Salcedo, Gabino estaba donde yo estoy sentado y le estaba haciendo un retrato. Lo hizo mientras, a la vez, alguien le hacía una entrevista.
–Espacio e instante de privilegio.
–¿Cuando un pintor mira lo hace como cualquier otra persona? No, está viendo ya elementos compositivos de manera no consciente, pero son milésimas de segundo que te están atravesando, como si constantemente estuvieras asaeteado por flechas. Eso va a mis cuadros. Por eso, a partir de una edad, de un momento determinado, ¿yo dejo de mirar de esa manera? No. Necesito hacer cuadros, tengo necesidad de ello. Por eso ningún creador se jubila nunca; aunque se jubile de 'ius', no lo hace de facto. Es imposible que por edad un comediante pase a otra forma de vida, o un danzante, o un fotógrafo, o un escritor... Pues igual le pasa al pintor.
–Con el ojo tan educado para ver como pintor, ¿se ha parado a mirar qué quiere ser de mayor?
–En realidad, estoy siendo lo que quería ser. Quizá, sin saberlo, ya estuviera llamado a ser esto. Pero a lo que aspiro muchas veces es a irme a algún sitio donde nadie me conozca y, aunque sea un viejo, empezar de nuevo con una libreta, tomar apuntes... ¡y nada más!
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