Un grifo abierto y un terrón de azúcar bajo el chorro de agua. Eso es Ciudadanos en estos momentos. Bueno, un terrón a secas, porque azucarada no es la convivencia en un partido que un día logró ocho diputados y doce procuradores en Castilla ... y León.
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Ha sido una semana en la que el portavoz en el Ayuntamiento de Valladolid, el profesor Martín Fernández Antolín, ha decidido pasar a ser concejal no adscrito y Francisco Requejo, único diputado naranja y presidente de la Diputación zamorana en 'coalición' con los 12 del PP, ha anunciado que se presentará a las elecciones con una formación provincialista de nuevo cuño: Zamora Sí. A Requejo llevaba tiempo rondándole la tuna del PP. Le imagino sopesando cuánto podía tener el desembarco en las filas populares de valoración de su persona y cuánto de exhibición como trofeo político ganado por el PP de Castilla y León, el de Alfonso Fernández Mañueco, para escarnio del partido y los dirigentes que le hicieron en su día presidente de Castilla y León. Requejo ha optado finalmente explorar la vía zamoranista para probar fortuna electoral el próximo mayo y sigue los pasos de Por Ávila, Soria ¡Ya! o los veteranos de UPL. El viraje no deja de resultar paradójico teniendo todavía un pie, con sueldo público, en un partido de ideario liberal alérgico a vitolas territorialistas.
Cs acelera su proceso de disolución, que en Castilla y León comenzó el mismo día que la dirección de Albert Rivera impuso la estrategia del socio preferente siempre a beneficio del PP. Así vendieron que era igual de regenerador acabar 36 años de gobierno del PSOE en Andalucía que prolongar 32 años del PP en Castilla y León, donde no tenemos 'Eres', pero sí Trama Eólica o Perla Negra, que acumulan años de instrucción judicial. Sobre quién ganó con el pacto de PP y Cs, más allá de la evidencia, hay literatura analítica para aburrir.
Ese proceso de camino hacia la nada de los naranjas no es principalmente mérito de los populares. Se han empleado a fondo los propios dirigentes de Cs. Desde el equipo de Rivera al de Inés Arrimadas. Está a punto de cumplirse el aniversario del fichaje bomba, por lo explosivo que resultó, de la popular Silvia Clemente para que fuera candidata a la Junta en 2019. Fue en febrero de hace cuatro años. Plantó cara Francisco Igea, a contracorriente.Y a contracorriente ganó unas primarias dopadas chapuceramente dentro del partido, con fabricación en cadena de votos telemáticos en favor de Clemente. Una vergüenza nunca aclarada por un partido regenerador.
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Se fue Rivera y llegó Arrimadas, que no ahorró desprecios, en declaraciones y visitas, a quienes daban la cara por Cs en la gestión de la pandemia en Castilla y León, al tiempo que se hacía fotos con Mañueco tras salvarle de la moción de censura del PSOE. Atisbó el error cuando este último reventó la coalición vía Twitter. Tarde.
«Hemos trabajado como grupo municipal, pero no como equipo». El vallisoletano Fernández Antolín resumía el miércoles el mal de Cs. Falló el apoyo del partido, con dirigentes orgánicos nacionales, autonómicos y locales que estaban a otra cosa, más personal quizás. O directamente en Babia, fuera de la realidad. Eso es algo que puede soportar en un Ayuntamiento o una Diputación, aún a riesgo de seguir en la oposición, el PP, que es un partido con una estructura fuerte y un suelo electoral amplio. Pero no Cs.
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Y así llegamos al momento actual. Con tres opciones para los últimos supervivientes naranjas: defender la papeleta del partido con el riesgo cierto de no salir, irse directamente a casa o intentar seguir en política arrimándose, como vía preferente, al PP. Que les abrirá la puerta, no digo que no, por su valía personal. Pero también por lo que ese fichaje supone de trofeo político para restregar en la cara a sus antiguos compañeros. Los que queden, claro.
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