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El yacimiento de Pintia merece un respeto
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El yacimiento de Pintia merece un respetoLa Pintia vaccea que guarda la memoria de nuestros antecesores bajo el subsuelo de Valladolid lleva décadas soportando un olvido institucional rayano con la ... tirria y el desprecio. Sólo así se entiende que en 2024, tras casi medio siglo de trabajos de excavación y de difusión de lo encontrado allí, alguien se plante con dos excavadoras y abra una zanja de más de 200 metros de largo y metro y pico largo de profundidad por mitad del yacimiento para meter tuberías de riego en un terreno plagado de tumbas vacceas.
No es una anécdota. Puigdemont, Veganzones, Sánchez, usted y yo somos aves de paso, como lo fueron las veinte generaciones de vacceos que hicieron su vida entre Padilla de Duero y Pesquera, los romanos que llegaron después y los visigodos que tomaron el relevo. Pero el legado colectivo de lo que ellos fueron a lo largo de 1.200 años –que es la esencia de lo que nosotros somos– con sus afanes diarios, sus episodios violentos y sus duelos está enterrado en Pintia. Memoria colectiva permanente frente a la fugacidad individual del día a día.
El último estropicio en este yacimiento estratégico ha sido posible porque la Junta no ha encontrado tiempo ni ganas, en casi 40 años, para comprar las parcelas agrícolas bajo las que se refugia la primera ciudad del territorio. Y porque 'ataques' anteriores fueron pasados por alto, cuando no consentidos, por quienes tenían el deber de defender el patrimonio.
La Consejería de Cultura se animó a comprar alguna parcelita. Lo hizo puntualmente, sin poner mucho afán. Vista la desgana de la Administración competente, Carlos Sanz Mínguez, especialista en Prehistoria de la Universidad de Valladolid, arqueólogo que lleva 44 años ligado a Pintia y director del Centro de Estudios Vacceos Federico Wattenberg, adquirió de su bolsillo dos parcelas sensibles, una de ellas en la necrópolis que atesora tumbas con ajuares de más de cien piezas y otra sobre los restos de la ciudad.
Al riesgo del furtivismo por falta de vigilancia, se suma en Pintia que el terreno de particulares es de uso agrícola, limitado a cultivos no permanentes que no requieran meter el arado a más de 30 o 40 centímetros de profundidad. Cualquier labor que baje más, necesita permiso de Patrimonio. Eso, a veces, no se cumple. Ahora ha sido una zanja, pero en 2008 fue una arada que sembró el yacimiento de restos de estelas funerarias. Y en 1999 y en 2000, el tirón de plantar vid, cultivo permanente y que precisa meter la reja a más de 70 centímetros en la tierra, destrozó unas ocho hectáreas del yacimiento.
Allí está el viñedo. En la Junta defendieron que el agricultor había respetado la cota marcada por Patrimonio, pese a las fotos de surcos plagados de restos arqueológicos destruidos. El equipo de la Consejería de Cultura, entonces con el vallisoletano Tomás Villanueva al frente, gastó más energía en intentar acallar al arqueólogo con 'toques' a la Universidad de la que es docente, que en exigir responsabilidades del daño e intentar mitigarlo. Lo grave no era el destrozo, sino que se conociera.
Esas denuncias culminaron en poco más de una multa equiparable a la sanción de ser pillado sin cinturón al volante. Una respuesta muy poco disuasoria. De aquellas aradas a lo bestia a precio de ganga, esta zanja.
El trabajo en Pintia ha salido adelante a pesar de los responsables públicos que debían impulsarlo. Ha sido un yacimiento ninguneado por sistema. A media hora de Valladolid en coche oficial, cuesta entender que nunca un consejero/a de Cultura o una directora/or de Patrimonio se hayan acercado a Pintia. Por eso hay que elogiar que el actual titular, Gonzalo Santonja (Vox), haya querido ver sobre el terreno el daño de la zanja, sacando tiempo de una agenda oficial copada por novilladas, premios taurinos y horas de labor para proteger vestigios franquistas. La Junta se ha personado contra los promotores de la zanja y Santonja ha prometido que irá a por todas.
¿Habrá cambiado la suerte de Pintia? El tiempo responderá a este interrogante.
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