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Hay que mirar raro para ver en Salamanca un nido de censores, de perseguidores del pueblo judío y una punta de lanza de totalitarismos, término que utilizado por Vox podría sustituirse por el de comunistas, terroristas, feministas... En concurrencia o por separado.
Es la descripción que hizo Santiago Abascal ... , presidente de la formación ultraconservadora, de la Universidad de Salamanca, una entidad con un legado de siglos, de prestigio en docencia e investigación y baluarte de la marca de la ciudad, de la marca Castilla y León y de la marca España dentro y fuera de nuestras fronteras. Allí donde cualquiera ve un una institución que es cuna del saber, Abascal atisba una «máquina de censura, coacción, adoctrinamiento y antisemitismo» en la que hay «comisarios perturbados» que siembran «ideologías criminales».
Y en Vox Castilla y León, de Juan García-Gallardo hacia abajo, dicen amén ante un discurso «memorable», en palabras del vicepresidente de la Junta, que atenta contra la imagen de la comunidad y la 'industria' de la enseñanza del español a las que las instituciones autonómicas, y los dirigentes que cobran sueldo de ellas, tienen obligación de proteger e impulsar.
Abascal soltó el misil contra la Universidad de Salamanca en la convención política de los conservadores de EE. UU, junto a Donald Trump. Un país estratégico para la atracción de estudiantes de español, que es uno de los fuertes de la universidad charra y de la economía de la ciudad. Salamanca recibe cada año más de 25.000 aprendices de la lengua cervantina, según los datos del Ayuntamiento. Ese turismo idiomático da trabajo en las aulas universitarias. También a academias privadas.
Vox incorpora la Universidad de Salamanca a su galería de bestias negras. La encabezan los sindicatos UGT y CCOO. Ha salido de ese listado la patronal autonómica CEOE, tras suavizar hasta borrar sus críticas a las políticas de Industria, Empleo y Diálogo Social de García-Gallardo y del consejero Mariano Veganzones, accediendo a financiación regional y al encargo directo de la gestión de alguna iniciativa que antes contrataba la propia consejería. A esa lista negra abonan desde Vox a los inmigrantes, salpicando a entidades como Cruz Roja. Y también asociaciones, unas laicas y otras religiosas, que trabajan con mujeres víctimas de violencia de género, sexual o trata de personas y prostitución, tildadas de «chiringuitos».
Ahora, con Vox perdiendo suelo electoral, le llega el turno a la Universidad de Salamanca como tambor en el que redoblar ruido en busca de rédito político. Aun a precio de socavar la imagen de la institución, de la ciudad y de la comunidad como destino académico. La universidad centenaria convertida por el partido ultraconservador en fábrica de extremistas echados al monte, pese a que cualquier parecido con la realidad sea, como en las pelis de serie b, pura coincidencia.
Incluso aunque no haya rastro de esas hordas de antisemitas y totalitarios de izquierdas en la única capital de Castilla y León, Salamanca, donde el PP gobierna con mayoría absoluta el Ayuntamiento y la Diputación y sea la provincia en la que los populares sacaron el mayor porcentaje de apoyo en las generales de julio. Lograron tres diputados de los cuatro en liza después, eso sí, de merendarse en el escrutinio al parlamentario que tenía Vox.
El rector Ricardo Rivero, que acaba de dejar el cargo, achacó la invectiva de Abascal a una «irresponsable ignorancia» de un político que arremete contra el calificativo de ultra pero se mira en el espejo del Millán Astray que intentó quebrar a Unamuno, el del 'muera la inteligencia' frente al 'vencer no es convencer'. Reaccionó con contundencia el alcalde de Salamanca, Carlos García Carbayo. También la consejera de Educación y el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco. Este más tibio. Tiene que convivir con los socios de Vox.
Y llama la atención el silencio de los rectores del resto de las universidades de la comunidad. Mudos en esta polémica.
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