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Es la palabra de moda. Fango. Para mal, claro, porque asociar lodo, barro, cieno a la actividad política, a lo público, define por sí solo ... el nivel en el que se mueve la dirigencia, epicentro del chapoteo, y en ondas sucesivas los ciudadanos a los que salpica el barrizal o se dejan arrastrar por el ambiente. Que el fango gane terreno conlleva un retroceso de valores. Abre la cancela a una forma oscura de caminar por la vida, caiga quien caiga, sin sufrir por los daños colaterales de las decisiones.
La Primera División del lodo es la política nacional, con diferencia. Pero en ámbitos más cercanos podemos encontrar casos, ejemplos, situaciones en las que sin llegar al cieno (o sí) pudiendo obrar de una manera se optó por otra. Y ahí queda la muesca. Tres noticias de la semana que cierra llevan a esta reflexión sobre cómo tomar el camino justo, limpio.
La primera es muy dura. Un juzgado de Ponferrada sentaba en el banquillo de nuevo a Pedro Muñoz, exprocurador del PP que fue alcalde popular del Toreno antes de migrar a Coalición por El Bierzo. Muñoz fue condenado hace unos meses a casi 17 años de prisión por maltrato continuado a su esposa, Raquel Díaz, que culminó una noche durante el confinamiento en que la tiró desde una terraza.
Los médicos constataron hasta 17 traumatismos y heridas posteriores que no tenían origen en la caída, de por sí bestial. Golpes con algo similar a una barra y arrastre que dejaron a la víctima con lesiones motoras y neurológicas de un calado que los jueces describen con crudeza en el fallo. «No debe haber algo muy distinto a la muerte en vida», plasman, en una sentencia que recoge una de las últimas frases que escuchó Raquel aquella noche negra: «Zorra, hija de p., ¿te has muerto ya?»
Muñoz ha vuelto al banquillo y con él se han sentado sus dos hijos. Tras la agresión que acabó en una UCI pero a punto estuvo de hacerlo en un tanatorio, caviló que podría tener que indemnizar a la víctima y decidió promover una donación de sus bienes a sus hijos. Eso es lo que argumenta la Fiscalía. La etiqueta de insolvente frente a la responsabilidad por el daño cometido supone aquí una vuelta de tuerca al concepto de maltrato continuado, que sumaría a las secuelas que arrastra la víctima la burla de hurtarle la indemnización. Ética cero.
Las otras dos informaciones son menos hirientes, pero en ellas hay dos frases que enfocan hacia un punto en el que se torció la senda correcta. Verónica Casado, la exconsejera de Sanidad durante la coalición de PP y Cs, se jubila como doctora y docente en estos días. Preguntada sobre cómo fue su paso por la política, responde con un «muy doloroso».
Lidió con una pandemia, dio la cara a diario por las medidas que aprobaba el Gobierno autonómico presidido por Alfonso Fernández Mañueco y los pésame por los fallecidos. En pago recibió un portazo con un mensaje en Twitter. Las cosas podían haber sucedido de otra manera para romper la coalición con Cs, pongamos que como lo hizo en Andalucía Juanma Moreno, pero acaecieron así en Castilla y León.
«Fue muy, muy duro. Yo creo que se manipularon muchas cosas, se dijeron muchas mentiras se tergiversaron muchísimos aspectos», confiesa Casado, a la que como colofón ahora se le ha 'desanimado' a estirar su vida laboral y docente. Donde para otros ha habido alfombra roja, ante la falta de médicos y profesorado, para ella han sido todo trabas. La política es así.
Se cuela entre la alegría del ascenso del Real Valladolid la tercera noticia que mueve a la reflexión. El entrenador relata en ella que no dejó que sus hijos de 8, 6 y 4 años fueran al estadio por no tener que explicarles lo que le gritaban. Sin entrar en que Pezzolano ha apostado por esa estrategia del desaire ni en el derecho del aficionado a la crítica en una temporada, pese al resultado final, cargada de partidos en los que el mejor momento fue el del bocadillo, esa confesión del técnico lleva a preguntarse dónde está el matiz que separa la crítica de las ganas de bronca o el desahogo.
Siempre se puede elegir.
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