Decíamos anteayer que ya va a ser imposible cumplir con muchos de los propósitos que nos habíamos hecho cuando supimos que tocaba quedarse en casa. En muchos casos debido a las condiciones del propio encierro. Personas que confiesan que su preocupación por la situación presente ... y por la que vendrá después les ha restado capacidad de concentración y les cuesta entrar en las tramas de los libros que intentan leer o en los argumentos de las películas y series que han elegido para llenar el tiempo. Algunos temen que además de haber renunciado a objetivos provechosos, hayan empezado a caer en hábitos nuevos y perniciosos, como el prudente Miguel, moderado bebedor social como tantos en España, que jamás tomaba alcohol en casa pero que en estas semanas ha incorporado la cerveza como un fijo en su lista de la compra.
No son aisladas tampoco experiencias como la de Leticia, opositora, quien al principio de la alerta sanitaria vio una oportunidad para encerrarse sin distracciones con el temario que tiene que sacar adelante, pero que semanas después, en parte por el bombardeo continuo de novedades relacionadas con la propia pandemia, en parte por la imposibilidad de separar con claridad momentos del día dedicados por completo al estudio con otras fases necesarias de descanso, al final se ha mezclado todo sin posibilidad de fijar límites y ni se centra cuando tiene que hacerlo ni desconecta cuando sería el momento.
Otro caso frecuente es el de quienes se encomendaron al deporte casero para hacer más llevadero el confinamiento, bucearon en YouTube para encontrar los mejores tutoriales de rutinas y se aplicaron a ellos como si más que una llamada del Sacyl para informarles de que han sido seleccionados para formar parte del estudio de seroprevalencia que comenzó el lunes, esperasen figurar en el equipo olímpico español que irá a Tokio en 2021, quién sabe incluso si como abanderado en el desfile inaugural. Que no tema Craviotto, ese honor no peligra. Muchos lo dejaron pronto. Quizá porque abrazaron la causa con excesiva fe del converso. Tal vez porque aquella mentalidad cortoplacista de la era anterior a la covid-19 (hace ya una eternidad) nos impedía digerir de qué iba en realidad esto de un confinamiento largo. A mí me lo van a decir, que llevo 46 entradas diarias, una detrás de otra, en esta sección y que podrían ser un total de... buf, menuda temblequera. Hubo otros que también asumieron compromisos similares, que convertirían su salón en sala de actividades y desistieron pronto en su intento. Lo debieron de ver tan fácil...
Bueno, pues consolidado el domingo pasado el derecho adquirido por los menores de catorce años para alcanzar un tercer grado en su reclusión, desde el sábado nos toca a los demás poder salir a practicar deporte, aunque sea en solitario, lo que representa un motivo de alegría, pero también de preocupación. Y no creo hablar desde el alarmismo. Si en los primeros días de este encierro conocimos el caso de aquel andoba que había salido a pasear a su perro de peluche, quién no podría temer la proliferación, el día 2 de mayo, fiesta grande en mi pueblo, de calles, plazas y parques sembrados de cuerpos yacentes como los tallados por Gregorio Fernández pero en peor forma física, pertenecientes a personas que a primera vista podrían parecer 'extras' de 'Cuéntame', con sus chándales de Arkapen, Meyba, Kharu o Kappa y sus deportivas de Yumas, Paredes, J'Hayber. Calles hediendo a alcanfor. Gentes que no habían vuelto a correr desde aquella vez en el pasillo de la casa paterna para huir de la zapatilla materna (hasta en el relato de la rutina doméstica es imposible esquivar el lenguaje del patriarcado), pero que ahora se apuntan a un bombardeo con tal de propinarle un lametazo a la libertad antes de que el siempre entregado personal del 112 retire con cucharilla lo que quede de ellos, lengua cual corbata de Luis Aguilé incluida, de las zonas de paso. Por lo que más quieran, calienten antes en casa y dosifiquense, no se conviertan en las otras víctimas de todo esto.
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