Ramón reúne en un bodegón sus propósitos para el confinamiento. Ya nos contará cuántos ha cumplido. Ramón Gómez

Propósitos que no vamos a cumplir

Diario de un confinamiento. Día 44 ·

Ya queda menos camino por delante que por detrás, falta poco para el cartel de «está Vd. dejando Málaga, vuelva pronto» y para ver el siguiente, «bienvenido a Malagón»

Martes, 28 de abril 2020, 07:16

Mes y medio en casa. Cuarenta y cinco días con sus cuarenta y cinco noches entre paredes, poniendo la vida en 'stand by' y sabiendo que como poco aún quedarán otros diez días. Si no habéis hecho trampas y habéis respetado las condiciones del confinamiento, ... enhorabuena, estáis demostrando tanta responsabilidad como capacidad para el sufrimiento. Sobresaliente en resistencia.

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Y en cuanto al cumplimiento de los propósitos, ¿qué nota nos ponemos? Cuando a mediados de marzo supimos que teníamos que renunciar temporalmente a muchas de las cosas que solíamos hacer, a cambio, con más tiempo en casa, pensamos que podríamos plantearnos iniciar o retomar otras, completamente nuevas o rescatadas del olvido.

Algún reto personal nos marcamos todos. Resultaría increíble que habiendo llegado la primera edición de los juegos olímpicos de los (buenos) propósitos personales, la prueba más exigente del circuito para atletas con grandes registros en la disciplina del «si tuviera tiempo», no hubiésemos pensado en plantearnos nada.

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Vale que quedaban descartadas por fuerza mayor decisiones como: apuntarnos a un gimnasio, a un centro de idiomas, a una escuela de cocina o de repostería, a clases de sevillanas, de equitación, de esgrima, de macramé, de natación, de submarinismo, de coctelería; tatuarnos el maleolo o el glúteo, perforarnos el ombligo, la ceja, la lengua, la oreja pero por el cartílago; a un taller de corte y confección, a sesiones de rayos UVA, a teñirnos el pelo de morado, a terapias para controlar la ansiedad, a zumba, a pilates, a un taller de escritura, a un club de lectura, a hacernos la depilación definitiva, a una autoescuela para obtener el carné de moto de gran cilindrada, a cursos de piano, de arpa, de mandolina, a clases de canto, de origami, de encuadernación rústica, de óleo, de body-combat, de esgrima, a una academia para mejorar en atención y concentración –esta última no os hace falta si habéis descubierto ya que la esgrima está repetida, los demás deberíais dejarla en la lista–, a terapia de autoncontrol, o para abandonar el tabaco, a yoga, a meditación...

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Bueno, aunque en realidad de esta lista exhaustiva pero incompleta de extaescolares para adultos inquietos podemos excluir durante el confinamiento las que duelen –tatuajes, depilaciones y piercings– y las que necesitan para ponerlas en práctica piscinas, rayos ultravioleta, caballos o motocicletas, pero el resto están disponibles con mayor o menor solvencia en tutoriales de YouTube.

Y a todos esos posibles propósitos podríamos haber sumado otros para los que los requisitos son incluso menores, como leer ese libro que lleva ahí un tiempo y que sin saber bien por qué se nos ha atragantado. O sacar la tarjeta de memoria de la cámara o del movil para volcar en el ordenador las fotos que llevan ahí desde el verano pasado o del anterior, o de ambos. Someternos a un maratón de tele para dejar de ser los únicos habitantes del planeta que no vimos 'Juego de Tronos' cuando era trendy y ahora toca hacerlo a destiempo, como esos enteraos a los que les dio la melena para coleta cuando David Beckham ya tiraba de tupé.

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De llamar a ese amigo del club de los «a ver si un día», para saber si sigue vivo, ponernos al corriente de las respectivas vidas y despedirnos con el deseo de que «ahora ya en serio, a ver si un día». De sentarnos un rato con la persona con la que dormimos a diario y preguntarle, con los niños dormidos, sin tele, sin móvil, sin urgencias: «bueno, a todo esto, ¿y tú qué tal?».

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