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'Siroco', escultura de Feliciano Álvarez en la estación de trenes de Valladolid. Ramón Gómez

Preparando el salto al vacío

Diario de un confinamiento (Día 26) ·

Es cierto, hablan tanto de cómo de distinta va a ser la nueva realidad –supongo que ya han estado– que da vértigo, pero planteémoslo como una oportunidad... ¿no?

Viernes, 10 de abril 2020, 08:18

Esta noche he soñado con que me tiraba en paracaídas. Tan real, que más que la sensación del vértigo increíble que produce el salto al vacío, que lo produce –lo cuento y todavía me tiemblan las piernas–, lo que recordaba vívidamente del sueño justo al ... despertarme eran las diferentes tarifas de cada salto, en función de si era un servicio para saltadores principiantes o se trataba ya del de veteranos que va añadiendo extras como si se fuera un helado al que se le ponen toppings que suben el precio final.

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No lo he consultado con ningún experto en interpretación de los sueños y cuando me vine a Valladolid, uno de los libros que se quedaron en casa de mis padres fue el tocho de Freud, por lo que tampoco he podido recurrir al padre de la ciencia, pero a falta de opiniones expertas, estoy convencido de que este sueño y los detalles del mismo encajan perfectamente con las consecuencias del confinamiento. No es que no pueda ser posible y hasta recurrente soñar que viajas en un avión que no va a ningún destino diferente al de origen, sin azafatas distantes y sin niños que le dan patadas al asiento que tienen delante –sí, el tuyo– y con una compuerta abierta para que te lances por tu cuenta.

Por lo que creo que esta experiencia onírica –lo malo de no querer usar una y otra vez las mismas palabras para no ser repetitivo es que acabas resultando insoportablemente pedante– se enmarca en la nueva situación que vivimos desde mediados de marzo y es por las partículas en suspensión en nuestro ánimo que están empezando a dejar tantas afirmaciones que aseguran que cuando finalice el desescalado de las medidas impuestas para atajar el contagio no volveremos a la vida anterior, sino a una nueva en la que será diferente nuestra forma de relacionarnos con los demás, de desplazarnos, de vivir nuestro ocio –adiós, playa de Levante en Benidorm, adiós rock de estadio (a ver quién es el guapo que se lo dice a Bono, ¿qué le va a quedar a ese pobre hombre? Bueno, Bergloglio cumple 84 en diciembre, igual le recolocamos). Retomo el hilo, entendédme, me preocupo por mis seres queridos. ¿Por dónde iba? Ah sí, que nuestro ocio será diferente, decía. También nuestra forma de trabajar, que para eso hemos dejado de mirar condescendientes, con los ojos semi entornados y media comisura de los labios en alto a Yolanda, la directora de Recursos Humanos, cuando hablaba del teletrabajo. Del «menuda batallita» hemos pasado a aptos cum laude.

Y si todo esto que viene, que será nuevo pero distinto aunque incierto –bueno, incierto para nosotros los de a pie, pobres mortales, que no sabemos ni qué vamos a hacer de comer mañana, pero no para esa raza superior de los contertulios de radio y televisión– si no sentimos vértigo del bueno ante este cambio radical del mundo tal y como lo hemos conocido hasta ahora, si no nos parece un salto estatosférico más grande que el que dio Félix Baumgartner hace casi ocho años, es que somos de corchopán.

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De ahí mi sueño de anoche, en el que aún me visualizo asomado al vacío agarrado a la compuerta del avión, temblando más que cuando subí a la web la entrega 23 de este diario, que ya es temblar, y recordando, ahora, no en el sueño –que iba en serio–, aquel chiste del pasajero despistado que instantes antes de la tragedia y sintiendo el descenso imparable de la nave le preguntaba a la azafata, del oriente andaluz para más señas, si es que iban a tomar tierra. «¿Tomar? Te vah a jartar».

Y pensándolo bien, visto el sueño desde esta perspectiva, ahora me cuadra que recordara sobre todo las distintas tarifas del servicio en función de cada salto. No hay más que ver los augurios sobre la situación económica, que oscilan entre el muy mala y el de puta pena, para entender ese detalle. Por lo menos espero que en el nuevo escenario económico al que se aluden nuestros padres contertulios, se planteen soluciones análogas a los precios del paracaidismo, donde supongo que en lo que se refiere a los vuelos, solo te cobran el desplazamiento aéreo de ida, la vuelta corre por tu cuenta.

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