Un local de Valladolid con un aforo de 90 personas que se verá reducido a 30 desde el día 25. Ramón Gómez

Póngame un tercio

Diario de un confinamiento. Día 47 ·

La regla del 33,33% definirá en las próximas semanas el aforo máximo de esos establecimientos que nos son tan queridos y que a día de hoy resultan tan añorados

Viernes, 1 de mayo 2020, 08:07

Hay un principio básico en fotografía, la regla de los tercios, referido a la composición y según el cual el centro de atención debe colocarse en la intersección de las líneas imaginarias que dividen una foto en tres partes de arriba abajo y de izquierda ... a derecha. El proceso del desescalada tras el confinamiento adopta también como unidad de medida el tercio, no el de cerveza ni el de Flandes, sino el de la capacidad máxima permitida en la ocupación de los establecimientos públicos. Así, en la primera fase, en vigor desde el 11 de mayo –en realidad es una segunda etapa si se cuenta la fase cero en la que estamos, una suerte de entreplanta en edificios señoriales–, el pequeño comercio y las terrazas de los bares –si tragan– tendrán que limitar su aforo al 30%. Este 'uno de cada tres' también regirá en espectáculos, museos y lugares de culto. En la segunda fase también se aplicará la regla del tercio para el consumo en el interior de restaurantes, cafeterías o bares, no en discotecas, que tendrán apertura con limitación de un tercio en el siguiente escalón, pero sí en zonas comunes de hoteles y alojamientos turísticos, así como en cines, teatros, auditorios, salas de exposiciones.

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Estas novedades obligarán a hosteleros y clientes a poner al día su capacidad para el cálculo mental para hallar la cifra exacta de parroquianos que conforman ese tercio autorizado libre de sanciones. ¿Funcionarán las calculadoras de los móviles como en su día aquellos convertidores de pesetas a euros?

La limitación del aforo es una medida preventiva en vigor desde hace décadas en EE UU, anterior incluso al rediseño de la seguridad en espacios públicos al que obligaron los atentados del 11-S y encaminada a garantizar el desalojo ordenado y sin incidentes en casos de emergencia. Pero en España estamos menos acostumbrados a que nos impidan el paso a locales que han superado su capacidad. Es más, en muchas ocasiones, sobre todo en los nocturnos, el mejor reclamo a la hora de elegir dónde entrar es el del bar más rebosante. La nueva realidad nos obliga a introducir cambios en nuestros hábitos de ocio. Hemos de aceptar que esas limitaciones se establecen por nuestra propia seguridad, sea por amenaza de contagio ahora, sea por riesgo de incendio siempre, por lo que no cabe apelar a la defensa de nuestros derechos. Quién sabe si a partir de ahora empecemos a parecernos a los ciudadanos de otras latitudes cuya mentalidad más previsora les lleva a planificar vacaciones, acontecimientos sociales y otras celebraciones con lo que a nosotros siempre nos ha parecido una exagerada antelación. Tampoco es descabellado pensar que en este periodo en el que se restringe el uso de las mesas de las terrazas primero –si hay– y de la estancia en el interior de los bares después se pueda producir un adelanto generalizado en el horario de un hábito tan arraigado en el solar patrio como el del aperitivo, bajo la consigna del «tonto el último», y acaba por imponerse el vermú de las diez de la mañana, al que se incorporen familiares y/o amigos en horario de retirada tras disfrutar de una velada respetando la limitación a un tercio en la ocupación de las salas, no así en la ingesta de combinados a base de destilados nacionales o de importación.

Y estos augurios serán apresurados pero no hiperbólicos, sirvan de ejemplo experiencias en el litoral mediterráneo como la de Cullera, cuyos veraneantes encomiendan a un miembro de la unidad familiar –a menudo, el abuelo, perra vida la de nuestros mayores, en la salud y en la enfermedad, durante el curso y en vacaciones– la responsabilidad de guardar la correspondiente cola hasta la apertura a las 7:30 de la mañana del horario de la playa para marcar territorio pinchando sombrilla.

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Ánimo que ya queda menos. Aunque para algo parecido a la normalidad falte aún la mitad del camino, no un tercio.

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