Santiago García-Jalón | Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca
«Cada poco más de diez años, una ley universitaria. ¡Es que así no se puede!»Secciones
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Santiago García-Jalón | Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca
«Cada poco más de diez años, una ley universitaria. ¡Es que así no se puede!»He aquí un hombre de Dios entregado a la enseñanza y a la investigación académica. Santiago García-Jalón de la Lama (Logroño, 1956), desde hace un mes y medio rector de la Universidad Pontificia de Salamanca. Especializado en Filología Hebrea, es doctor universitario y ha ... sido investigador en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en la Universidad Sorbona Nueva-París 3, en la Columbia Británica y en el Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española. Después de 32 años como profesor, ahora asume la dirección de toda la actividad de la Universidad de la Conferencia Episcopal Española. Sacerdote de firme vocación, es contundente a la hora de condenar los escándalos sexuales que afectan a la Iglesia Católica y reclama que paguen su responsabilidad quienes han cometido los abusos.
–A los profesores y a los estudiantes les anima a hallarse en un empeño de formación «fieramente humano». ¿Fieramente?
–Es una alusión a Blas de Otero, «ángeles fieramente humanos». Me pareció una expresión adecuada para explicar la pasión por lo humano que caracteriza a nuestros estudios.
–Contrasta esa visión humana con la cada vez más tecnificada forma, no ya de ver la vida, sino de vivirla.
–Es verdad. Por eso insistía en ello: tendemos a la tecnificación en los estudios y a veces la intervención de la universidad en el mundo cultural queda coartada por ese grado de especialización que todos tenemos. Eso es un lastre de la universidad y puede serlo también para el desempeño profesional de los alumnos.
–En esa su primera intervención como rector decidió «confiar en Dios y en los talentos que nos ha concedido arrostrarnos en esta nueva travesía». Excepto para quejarnos o para pedirle, acordarse de Dios no cotiza al alza en esta sociedad.
–Pero la Universidad tiene que tener algo de contracultural. Y justamente nuestra contraculturalidad es que somos una universidad católica que se declara tal y en la que la apelación a Dios no puede ser extraña.
–Internet es hoy para muchos, sobre todo jóvenes, un nuevo dios.
–Pero también existen las ansias de humanidad y los problemas humanos que se les plantean a nuestros estudiantes. A veces son bobadas que les hacen sufrir, aunque sean eso, bobadas; pero otras veces son problemas serios. Chiquillos, a fin de cuentas, de 18 y 20 años, que tienen que afrontar la posibilidad de un aborto, por ejemplo: Internet ahí no les vale, necesitan el calor de alguien que les serene, les ayude y, al menos, les escuche.
–Esta sociedad si no está completamente de espaldas a Dios...
–...al menos de perfil.
–Eso, de perfil.
–La gente acudimos a Dios a pedirle cosas cuando uno no las puede solucionar por sí mismo o para la queja. Y eso es una pérdida cultural grave en el sentido de la pérdida de la trascendencia, que yo creo que es el mayor problema que tiene que afrontar la Iglesia y, en general, todas las religiones. La gente ya no echa de menos a Dios; oímos que pueden vivir sin Dios perfectamente bien. Claro, hasta que se le plantean problemas concretos. Es una cuestión realmente problemática en la cultura contemporánea que la Universidad, esta al menos, tiene que abordar.
-¿Cómo vence que dos calles más allá de la sede de la Pontificia pueda parecer que es una voz que clama en el desierto?
–Una universidad que se plegara por completo a las ideas dominantes en una cultura no estaría cumpliendo su función. La Universidad tiene que tener algo de inquietud, de desazón, de desasosiego respecto a la cultura contemporánea. Si no, no sería una universidad.
–«Todos los profesores son responsables de promover o de al menos respetar el carácter católico de la Universidad Pontificia», ha dicho usted. Seguro que hay profesores no creyentes, y creyentes no practicantes...
–Desde luego hay que darlo por hecho y se trata de que respeten el ideario de la universidad.
–¿Lo logran?
–Lo intentamos. A veces, el problema con que nos encontramos es que los profesores cuando uno les habla de identidad católica no saben demasiado bien de qué se les está hablando. Eso no implica que el profesor en cuestión sea católico y practicante. Mejor si lo fuera... Tiene uno que pensar qué pasaría con una universidad católica en un país que socialmente no fuera católico; tendría que reclutar profesores que no serían católicos, pero tendrían que compartir, eso sí, ese ideario católico mínimo en su enseñanza y en su tenor de vida general.
–Investigación, transmisión del saber y extensión de ese saber son las funciones que definen a la universidad, en general. ¿Están más amenazadas que nunca por la inteligencia artificial?
–En Estados Unidos tienen verdadera dificultad para identificar cuándo un escrito de investigación de un profesor ha sido redactado por él o por el ChatGPT. Es un reto difícil de resolver. Y luego está toda la enseñanza on line, que no es estrictamente inteligencia artificial, que nos permite acceder a muchísimos más alumnos, pero se pierde en ella el aspecto sapiencial del contacto con otros estudiantes y profesores.
–Si tenía usted poco con estrenar mandato como rector, lo hace en el curso en el que entra en vigor la tercera ley universitaria en 40 años en España.
–Lo tremendo es que en España haya cada poco más de 10 años una ley universitaria y cada 8, una de Enseñanza. ¡Es que así no se puede!
–Todos se quejan de ello, pero nadie pone el cascabel al gato.
–Así es. Todos estamos de acuerdo en que ha de haber para ello un gran consenso, pero luego nadie impulsa ese consenso. Y, efectivamente, el clamor de los rectores contra esa ley es unánime. Una ley, además, que pone en apuros económicos gravísimos a las universidades porque supone un nivel de gasto enorme. A nosotros nos afecta ya de hecho en que todos los alumnos que hagan prácticas han de estar dados de alta en la Seguridad Social. ¿Cómo poner de acuerdo a la gente para decir basta, se acabó, vamos a consensuar...? Si lo supiera lo aplicaría. Pero si no lo han logrado los rectores con más experiencia que yo...
–¿Qué importaría del exterior para mejorar la Pontificia?
–La independencia entre el sistema retributivo y el número de matriculados. Un ejemplo, el de las universidades norteamericanas: un profesor ofrece un curso para el cual es contratado y se imparte con independencia de si los matriculados son 6, 12 o 20. Nosotros, por razones económicas, estamos muy condicionados por eso: si no se alcanza un número de alumnos determinado, un curso no se imparte. Y eso produce una enorme inseguridad en el profesorado, que tiene que esperar a que se termine el plazo de matrícula para ver si realmente va a impartir un curso. Actuamos un poco a demanda y se pierde ese carácter de decir que imparte un curso determinado porque lo considera necesario. Eso sería lo primero que trataría de importar del exterior, el poder lograr eso.
–¿De qué manera cree en Dios el rector de la Universidad Pontificia? Parto de la base de que usted cree en Dios, ¿verdad?
–Creo realmente en Nuestro Señor Jesucristo, con el cual procuro mantener una relación tan constante como puedo a lo largo del día. Claro, el Evangelio nos dice que si tuviéramos fe como un grano de mostaza diríamos a una montaña '¡Muévete!' y se movería. Yo no llego al grano de mostaza ni remotamente. Pero, al final, la fe es un deseo; quien desea encontrarse con Dios ya se ha encontrado con Él porque sale a nuestro encuentro, no es un esfuerzo titánico por parte del ser humano.
Santiago García-Jalón
Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca
–¿Qué le llevó a ser sacerdote?
–En realidad, como era bastante habitual en aquella época, yo ingresé en el Seminario a los 11 años. Eso no predisponía la vocación al sacerdocio. A mí personalmente me influyó mucho la convicción con la que querían ser sacerdotes algunos compañeros de curso, con quienes mantenía más amistad; de hecho me dije «Yo con estos voy donde haga falta». Eso fue el último empujón a la hora de dirimir el si sí o si no.
–Usted fue docente en la Pontificia y ahora es el rector. ¿Cómo ve ahora la Universidad, siendo ya su máximo responsable?
–Yo pensaba que conocía muy bien la universidad porque llevo 32 años en ella, pero en este mes y medio me he dado cuenta de que no tenía ni idea.
–¡Pero bueno!
–Yo conocía la actividad de un profesor en la Universidad. Pero cuando desplegaron ante mí el conjunto de departamentos y servicios, había algunos de los que no tenía ni idea y otros que veía y me preguntaba por qué estaban allí; incluso de alguno pensé que podía ser inútil y me explicaron lo contrario, que eran cruciales en cumplimiento de determinadas normas. De momento, miro la universidad tratando de hacerme idea del conjunto de la misma y no solamente de una parte. La Universidad tiene multitud de casillas, que estoy aprendiendo y valorando.
–¿Cómo les afecta en este centro del saber y en la labor docente y formativa que desarrollan los escándalos que sacuden a la Iglesia Católica, del que la pederastia es el que más doloroso?
–Para empezar, todas esas situaciones de escándalos son objetivamente muy graves. Uno se pregunta muchísimas cosas.
–¿Como cuáles?
–Primero, por el desconcierto: ¿Cómo es posible que esto pase? ¿Y cómo es posible que los filtros que debería haber no existan?
–¿Qué se responde a eso?
–Una cosa distinta es que un sacerdote en un momento dado se haya pasado de copas, que no está bien, pero otras son conductas permanentes. En eso ya no estamos hablando de un error cometido por alguien, sino de algo más serio. Compruebo que en la gente se produce una especie de disociación.
–¿De qué calibre?
–Por una parte, todo eso dificulta enormemente la tarea, porque con toda razón la gente desconfía, y no me extraña. Pero eso, por ejemplo, no me dificulta a mí como cura individual la tarea; si la gente lo conoce a uno, si lo trata, pues olvida todo eso. 'Es verdad que todo eso existe y es escandaloso, pero esta persona concreta me inspira confianza', piensa. Hay que hacer un esfuerzo enorme, en primer lugar y de modo general, por saber quién ha hecho qué. Es un problema que a veces no se está afrontando bien. Se dice la Iglesia, o el clero... No, no, no, no: hay que depurar responsabilidades, ¿eh?
–¿Hasta llegar dónde?
–Quién ha cometido un delito, quién lo ha amparado y tiene que pagar su responsabilidad. Y por otra parte, hay que hacer un esfuerzo de proximidad con la gente, por parte de los sacerdotes o de los católicos, en general. E insisto en esa reflexión: Pero bueno, ¿cómo puede estar pasando esto? Porque no es un caso aislado. Ya sé que se dice que el porcentaje es menor que el que se da en algunos núcleos familiares. Bueno, pero es que eso me parece bien, pero para discutir: yo quiero resolver mi problema. Ojalá también el del ambiente familiar, pero lo que yo tengo que hacer es resolver el problema de esa situación del clero.
Santiago García-Jalón
Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca
–¿Y qué les diría usted a quienes utilizan esos escándalos para atacar a la Iglesia y su papel y obvian la labor social que hace, la labor educativa...?
–Si una persona no tiene ningún afán de entender, tampoco hay que molestarse mucho en explicarle. Si tiene una animadversión visceral, qué quiere que le haga. A quien sí tiene deseos de comprender de entender, le digo que se sume al esfuerzo de las labores sociales y formativas. Siempre me planteo que mi papel en la Iglesia cuál es; ¿empujo? ¿soy un lastre? ¿ni una cosa ni otra? ¿Cómo estoy desempeñando mi función en la Iglesia.
–¿Cómo se contesta?
–Pues yo creo que a veces empujo, a veces soy un lastre. Depende de días y de actuaciones.
–¿Es verdad que 'lo que naturaleza no da, Salamanca no lo presta'?
–Sí, la verdad es que sí. Veo en la enseñanza de idiomas en general, y del hebreo en particular, que eso es una destreza en último extremo. Tiene uno que desarrollar una habilidad general y se parece más el proceso mental a aprender a andar en bici que a estudiar Historia, por ejemplo. Y uno ve gente que tiene mucha habilidad y otros que no lo consiguen por mucho que lo intentan.
–El sacerdote riojano que hoy es rector, ¿en algún momento se ha parado ya a pensar qué quiere ser de mayor?
–El pasado fin de semana pensé: «Santiago, no te engañes: estás en la última etapa de tu vida». Tengo 67 años y es verdad que el Rectorado ahora puede ser una cosa así como deslumbrante, pero, me añadí: «En tres años y once meses vas a ser un jubilado». Lo cual no está mal, sobre todo porque el siguiente paso es peor, ¿no?
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