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Florencio Maíllo esboza su primer apunte de la Encina de los Arévalos. Carlos Espeso
La plenitud del tiempo, en la dehesa

La plenitud del tiempo, en la dehesa

Florencio Maíllo recoge las esencias de la Encina de los Arévalos, un ejemplar magnífico de unos seiscientos años de antigüedad

Carlos Aganzo

Valladolid

Jueves, 28 de noviembre 2019, 09:20

De paso por lo que queda del castillo de Tejeda y Segoyuela, Florencio Maíllo recuerda su primera etapa como pintor romántico. Su amor por las ruinas, las devastaciones, las raíces... El recuerdo impresionante de las pinturas de Caspar David Friedrich. Sus tempestades, sus árboles desnudos ... y electrizados, magnetizados bajo un cielo amenazador. Algo de lo que más tarde el pintor dejaría de su propia cosecha en su tierra y en su paisaje salmantino. En lugares tan impresionantes como el Mogarraz de los rostros. El Mogarraz de la memoria atávica y rural. La fuerza radical de su pintura.

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