![La plenitud del tiempo, en la dehesa](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201911/28/media/cortadas/florencio1-kavH-U908160439241MH-624x385@El%20Norte.jpg)
![La plenitud del tiempo, en la dehesa](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201911/28/media/cortadas/florencio1-kavH-U908160439241MH-624x385@El%20Norte.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
De paso por lo que queda del castillo de Tejeda y Segoyuela, Florencio Maíllo recuerda su primera etapa como pintor romántico. Su amor por las ruinas, las devastaciones, las raíces... El recuerdo impresionante de las pinturas de Caspar David Friedrich. Sus tempestades, sus árboles desnudos ... y electrizados, magnetizados bajo un cielo amenazador. Algo de lo que más tarde el pintor dejaría de su propia cosecha en su tierra y en su paisaje salmantino. En lugares tan impresionantes como el Mogarraz de los rostros. El Mogarraz de la memoria atávica y rural. La fuerza radical de su pintura.
Al traspasar la puerta de la finca, sin embargo, la cosa cambia. La dureza del romanticismo alemán de Friedrich se torna, al poner pie en la dehesa, en la arrebatadora dulzura de la campiña de su contemporáneo inglés John Constable. El sentimiento encendido de la Naturaleza. La humanización del paisaje. «No salió nunca de su Suffolk natal, pero eso no le impidió interpretar el mundo a través de su mundo», dice el artista.
La Encina de los Arévalos se encuentra en el interior de la finca del mismo nombre, junto a la localidad de Tejeda y Segoyuela (Salamanca).
Distribuida alrededor de cinco grandes ramas, casi horizontales, la encina (quercus illex ballota) mide 17 metros de altura, con una copa de 16,10 x 24 metros y un diámetro del tronco de 6,65 metros.
Su antigüedad está datada en unos 600 años. Por su porte, tamaño y edad, es uno de los árboles más singulares de Salamanca y de toda Castilla y León.
Algo parecido a lo de Constable es lo de la Encina de los Arévalos. Sin salir en seiscientos años del entorno en donde se ubica, ha recibido en plenitud la armonía del mundo. Ni el mejor ingeniero habría podido equilibrar las tensiones que sus cinco grandes ramas, como un póquer de vida, ejercen sobre el eje central. Un canto a la robustez. Pero sobre todo al equilibrio. A la belleza. Alguien dijo una vez que Castilla era el producto de la coyunda de un árbol masculino, el chopo, y un árbol femenino, la encina. De ser así, bien podría ser ésta la madre de todas las encinas. Con esmero la cuidan los propietarios de la finca de los Arévalos. Con devoción la mira cada día Eugenio, su mayoral.
Alrededor de su inmensa campana protectora, la encina ha dispuesto una montanera feliz para los cerdos negros que pueblan este pequeño paraíso. Incluso, pensando que el pintor lo pudiera necesitar para dar carácter al carboncillo, un pequeño charco con agua. Así lo entienden los pinceles de Maíllo. Con el agua, la dureza del blanco y negro de los primeros apuntes se transforma en un placentero universo de grises. Húmeda de musgo y brillando al sol, la encina le explica entonces al pintor la geometría terrestre. Las dehesas, en el camino de Salamanca, nos recuerdan que hay ecosistemas perfectos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.