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Silvia G. Rojo
Domingo, 14 de julio 2024, 09:29
Ha cambiado el zurrón por la mochila de una conocida marca deportiva que hace referencia a un pueblo indígena. En ese compartimento no solo viaja el agua y algún que otro alimento, también hay espacio para 'El hombre en busca de sentido', el libro de Viktor Frankl que Deme González acaba de comenzar a leer. Y es que la figura del pastor, ya casi inexistente, ha cambiado en muchos aspectos y mientras que antaño se dedicaban a elaborar utensilios en lo que se considera como arte pastoril, ahora es tiempo de libros, redes sociales o de preparar cencerras.
«He leído mucho con las ovejas. Se puede compatibilizar perfectamente con ellas y siempre traigo algún libro para leer», comenta Deme, pastor de la localidad salmantina de Martiago.
Abandonó los estudios una vez concluida la ESO, aunque «ya antes iba con las ovejas, me gustaba cuidarlas y aprendí con mi padre, mi tío Cipri y otro Cipri que también tenía ovejas; es un oficio que hoy ya no se enseña y tiene que haber alguien para que te diga las cosas, aparte de que te tienen que gustar el campo y los animales».
Las complicaciones del oficio de pastor son bien sabidas: una 'oficina' al aire libre, todos los días del año. «Hoy ya puedes sacar algún rato libre si las dejas en el alambrado, las puedes echar pienso para comer, pero al final es todos los días. Te dan para vivir, pero es por la mañana y por la tarde».
Hasta no hace tanto tiempo, en su pueblo las parcelas estaban divididas en infinitas partes. «Tenías que meterlas entre sembrados, en tierras estrechas con un perro a cada lado y tú delante para que no anduvieran tanto. Ahí sí que era todos los días y cuando comían ellas y las echabas en un sitio más amplio, era cuando comías tú, sin horario. Ahora los terrenos son más amplios, es seguirlas y que no se queden las paridas; antes era más complicado».
Su trabajo de pastor es totalmente vocacional y en su explotación también cuenta con ganado vacuno. «Con las vacas podría estar más a gusto, 100 vacas las atiendes en una mañana y te sobra tiempo, pero yo cojo la mochila y me gusta ir con ellas; si no te gusta, no sales con el empleo».
Su jornada comienza «súper pronto» y, de hecho, «si ahora en verano sales a las fiestas de los pueblos de la zona es mejor ni echarte y según llegas a casa, te vas a sacarlas». Por la mañana recorren unas zonas, luego llega el momento de sestear y sobre las cinco, de moverlas por otro sitio. Siempre está la opción de tenerlas por la mañana en un sitio abierto y ya por la tarde, dejarlas en un cercado.
El único en su pueblo
En su pueblo ya es el único ganadero de ovino y para hablar del número de cabezas de su rebaño dice que esquilaron 550. Reconoce que el ovino no se termina: «El manejo ya es estilo vacas; si no las sacas, las echas de comer, pones el agua limpia y las cambias de parcela. Lo que sí se acaba es el pastor de todos los días, lo de la merienda en la mochila y estar todo el día».
El propio Deme ya no pasa tantas horas en el campo como hace unos años cuando su madre incluso le iba a llevar la comida porque no se podía separar del rebaño. «Mi madre nunca entendió que me quedara, y más en esos días de invierno de pies fríos, pero yo la decía: ¿Y lo bien que han estado las ovejas? Hoy ha sido un día que no es para cualquier pastor y al final me respondía: estás loco, hay que dejarte», recuerda.
Sobre si en algún momento se ha arrepentido por haberse decantado por esta profesión, se puede interpretar que la sensación es otra. «Alguna vez se cabrea uno porque no tienes todo el tiempo que quieres y para cualquier cosa hay que andar corriendo», a pesar de que parezca un contrasentido por todas las horas que vive en contacto con la naturaleza, en una paz absoluta. «Si tienes que ir a algún sitio, hay que madrugar un montón o si voy al cine a Ciudad Rodrigo y están pariendo, cuando vuelves te pones otra vez el mono y a la nave; pero bueno, bien». Aún así, concluye que la figura del pastor «ha desaparecido, ahora es a ratos».
Algunos oficios tradicionales de nuestros pueblos y localidades están en peligro de extinción. Por eso, y a lo largo de seis entrevistas, pondremos cara y ojos a esas personas que, pegadas a la tierra, intentan que estos trabajos no desaparezcan. Su día a día, sus esperanzas y sueños de la mano de Reale Seguros y su compromiso con territorio y las personas que mantienen la vida en el entorno rural.
Deme también lamenta que con la paulatina desaparición de los pastores se va a perder una parte cultural. «Muchas expresiones que son propias o prácticas asociadas a determinadas fechas». Esa acción de echarse la siesta o sestear, en su pueblo se denomina 'acarrar' por eso a los 'dagales', que no zagales, en otros tiempos se les preguntaba si ya habían cumplido con la tarea. A Deme, además, sus mayores le enseñaron los cinco mandamientos del pastor que enumera sin ninguna dificultad: «El primero, comer sopas del caldero; el segundo, comer con las ovejas todo lo que hay en el mundo; el tercero, comer el mejor cordero; el cuarto, ayunar después de harto, y el quinto, no decir la verdad ni a Cristo». «Es una pena que esto se acabe y los que pueden enseñar son mayores o ya no están».
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