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Don Antonio Caño Díaz, párroco de la zona de Lanzahíta (además de este municipio, también imparte misa en Gavilanes, Mijares, Pedro Bernardo y el núcleo de La Higuera), lleva dedicándose al sacerdocio «desde siempre». No entiende una vida alejada de la palabra de Dios, de los rezos a pleno pulmón, de oraciones por los que ya no están. Pero hace un mes, «casi cuando pasó lo del confinamiento», este sacerdote regresó a la casilla de salida. A empezar de cero. «Nunca» se había enfrentado a una situación similar a la que le tocó vivir «el 15 o 16 de marzo, no recuerdo bien». Es un día que el padre, menudo y corvado, «jamás» olvidará.
Aquella vez fue el primer día del resto de su vida. La pandemia ha cambiado los ritos funerarios. En cinco minutos «como mucho» dio sepultura al primer vecino de la zona que falleció víctima de la covid-19. Fue «doloroso». Ahora se entierra a toda prisa, en soledad (en este caso acuden el cura, dos enterradores, dos operarios de la funeraria y «dos o tres» familiares). El proceso es sencillo y sobrio. La última oración por los difuntos, rauda. «Es algo muy sencillo, pero frío; rezamos frente a la sepultura o a la entrada del cementerio y los que estamos, que somos muy pocos, despedimos al difundo, guardando las distancias de seguridad entre todos, por supuesto», asegura Caño.
Desde entonces, su rutina es constante. Celebra entre uno y tres entierros cada uno, si bien «de ninguno hay muy pocos». Hasta la fecha ha despedido a 32 conciudadanos de las citadas localidades, aunque matiza que «no quiere decir que todos hayan muerto por coronavirus».
Pero este sacerdote creyó que debía «rendir homenaje» a aquellas personas que la pandemia se les ha llevado por delante y, por ello, propuso a los alcaldes de estos pueblos leer un responso desde la megafonía de los ayuntamientos para que todos los vecinos escuchasen sus palabras y dieran un sentido adiós a los difuntos.
El miércoles fue el turno de Lanzahíta. A las doce, puntual, Don Antonio pulsó el botón y no hubo rincón que se le resistiera. Los cerca de 844 vecinos que a diario dan vida a sus calles y casas escucharon, camuflado bajo el intenso sonido de la lluvia, que arreciaba con fuerza, un discurso en el que Caño recordó «a todos los afectados por el virus, los que cuidan y velan por la seguridad de todos, los enfermos, los que ya han fallecido y las familias que lloran su muerte». «Ánimo a todos y pongamos lo mejor de cada uno al servicio de los demás. Gracias», concluyó el párroco.
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