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Nuestro mapa de los afectos se ha desdibujado: El de Juan, adolescente, porque apenas puede quedar un rato alguna tarde y nunca con más de tres amigos. Hace meses que no entrena con su equipo de fútbol y en sus padres cunde la preocupación porque ... le ven más agresivo y enganchado a las pantallas; el de Clara, treintañera, porque al acabar la jornada laboral no puede desahogarse delante de una caña con sus compañeros.
Por no hablar de quienes no han podido despedir a pie de tumba a un ser querido o han visto arruinado su negocio. O de pandillas de amigos, familias y ciudadanos aunados por aficiones que el toque de queda ha estrangulado aún más, convirtiéndolas en impracticables. A las ocho en casa. Otro día más. Engrosando la factura social de la pandemia, un lastre que se rumia en soledad y en muchos casos entre terapias y pastillas.
«Básicamente lo que nos pasa está relacionado con asuntos de activación psicológica que se traducen en ansiedad, nerviosismo, inestabilidad, indefensión ante el futuro, bloqueo, incapacidad de tomar decisiones. No creo que esta situación cree más depresiones, sino más estados temporales depresivos relacionados con tristeza», observa Vicente Martín Pérez, vicedecano del Colegio Oficial de Psicólogos de Castilla y León. Habla desde la experiencia de su consulta privada, como coordinador del grupo de psicólogos de emergencias y catástrofes de Castilla y León y en contacto permanente con los colegiados de la región. «Por lo que estamos viendo y está descrito se puede decir que ha aumentado hasta un 30% la toma de ansiolíticos y antidepresivos. Hay quien usaba medicación y ahora está tomando más, y también personas que para sobrellevar todo esto acuden a los fármacos; y aquellos que tomaban alcohol y marihuana se está viendo que consumen más», refiere.
Las renuncias personales agravadas con la última restricción del toque de queda no inciden por igual en todos los sectores de población, considera este psicólogo, que no duda de que son jóvenes y adolescentes quienes más lo están sufriendo. «Somos una sociedad muy relacional, de alterne, vida en la calle, salidas nocturnas, y en esa franja de edad se nota mucho lo que han perdido. Luego están los padres de entre 40 y 50 años que ven con desesperanza el futuro de sus hijos. Y ya ni te cuento la gente que ha perdido a un ser querido, o los que se han quedado sin trabajo, cada uno lo está viviendo de una manera».
El 'hambre de piel' es otro de los efectos en el balance de daños del virus. En esa expresión engloba Dafne Cataluña, del Instituto Europeo de Psicología Positiva, secuelas como la carencia de afectividad, las dificultades para dormir, la sensación de miedo y alarma constante. «Cuando tenemos contacto con alguien y nos abrazamos o sentimos una caricia, lo que hacemos sin querer es disminuir los niveles de cortisol, la hormona que se libera en momentos de estrés, así que cuanto más limitamos nuestra capacidad para poder quedar y relacionarnos, más acuciante se hace la necesidad de afecto, algo que notamos en consultas. Una de las preguntas que más se verbaliza es la de cuándo acabará esto».
Qué se puede hacer para no sucumbir emocionalmente en las redes del hastío del ecosistema covid? «Los consejos que se dan son de lo más vulgar –sostiene Vicente Martín Pérez–: hacer deporte, cursos, entretenerte, pero hay que ir a un concepto más amplio del ser humano, ser conscientes de que no podemos controlarlo todo y entrenarnos en no ver la situación como dramática si aún somos esa parte de la población que no ha perdido a un ser querido; no es lo mismo ser testigo de la situación que víctima. A cada persona hay que darle un consejo en función de su situación vital;si eres testigo, alégrate de poder darte una ducha, de estar vivo, disfrutar de lo más pequeño y cotidiano que tenemos a mano: pautas para los que están bien, tratamiento especializado para quienes están mal por una situación muy traumática».
La alternativa que ofrece la psicóloga Dafne Cataluña para sobrellevar mejor el día a día pasa por la afectividad. «En la consulta estamos percibiendo una necesidad de apoyo psicológico brutal; recomiendo abrazos, que experimentemos mucho cariño con los que convivimos habitualmente; para sentir los beneficios de un abrazo o una caricia no hace fala dárselo a muchas personas, lo importante es que sea sentido y prolongado con alguien cercano; nos privamos de darlo porque nos puede la vergüenza, nos cortamos y eso no es bueno».
La imposibilidad de hacer vida en la calle y la anulación de las actividades extraescolares dirige el ocio infantil y adolescente hacia las pantallas, a las que muchos ya estaban enganchados. Es otro de los efectos colaterales de las restricciones: «Vemos a través de padres y madres –prosigue– que hasta un 60% de los menores tienen adicción a dispositivos digitales y la consecuencia es que un 30% de los niños presentan problemas de concentración, episodios de mal humor y comportamientos más agresivos».
Los psicólogos también observan un incremento del fenómeno de rumiación, la acumulación de pensamientos negativos que se van sumando sin control en nuestra mente. «Se basa en dar vueltas y vueltas a esas ideas pesimistas; ¿qué sucede? que cuando mi atención no la tengo entrenada, mi mente se desconecta del presente y queda atrapada con lo que ocurre en esa rumiación. Si conseguimos entrenar la atención, nuestra mente se centrará en el momento presente y ganaremos equilibrio emocional», sugiere la psicóloga.
Echa en falta Vicente Martín Pérez la educación emocional para afrontar momentos vitales complicados. «Nuestro modelo educativo en las escuelas nos enseña cuál es la capital del Bélgica, pero no a pensar, a afrontar la vida. Nos falta entrenamiento para procesar bien la información y aprender de las adversidades. Tenemos que cambiar el foco, si antes poníamos nuestras ilusiones en comprar algo, visitar a los padres o viajar, ahora nos tenemos que centrar en que estamos sanos, vivos y no tumbados en una UVI. Es preciso aprender a manejar la impotencia, saber que somos vulnerables y que dentro de nuestro organismo tenemos miles de posibilidades de morir. Llevábamos años viviendo en una burbuja, pero la enfermedad y las limitaciones están ahí».
En la consulta de la psicóloga Isabel Reyes, en el centro de salud mental del Hospital Río Hortega, saben de los efectos que las restricciones se cobran entre la población. «El toque de queda a las ocho de la tarde coincide con la suma de otras medidas y el añadido del mal tiempo, que reduce aún más las opciones de hacer cosas; en las consultas la gente nos transmite pesar por todo ese conjunto de factores que alteran su vida», alega.
Constata esta profesional que la incertidumbre y la angustia de la primera ola ha dado paso ahora a la sensación de «agotamiento terrible». «Todo el mundo repite lo mismo, hay un enorme pesar que fatiga. Y últimamente se percibe un bajón de ánimo enorme por el cúmulo de malos datos de contagios, restricciones y el mal tiempo que nos limita tantísimo; si fuera verano, esto se afrontaría de otra manera».
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