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Ellos nunca tienen nombre. Ellas no se lo ponen cuando los recuerdan, cuando obligan a su memoria a viajar al pasado para saber que ya ... lo sabían, que había indicios claros. Señales fáciles de reconocer en realidad e imposibles de aceptar, la mente busca refugios esperando un cambio, secuestradas y aisladas, esperando a que algo cambiara, aceptando que Él era así porque las quería, las protegía. Cuando las mujeres maltratadas describen las horas superadas nunca se escapa su nombre, el maltratador solo es Él.
Ellas sí lo tienen; pero lo esconden. Su nombre, sus datos de identidad, cualquier señal que pueda ayudarle a Él a localizarlas cuando ya han huido. Igual si ha pasado un mes que si llevan años lejos de su agresor y una vida ya reconstruida, con casi todas sus piezas ya pegadas. Él tiene el nombre del miedo. Ellas, el de la valentía.
Y valor necesitó a sus algo más de cuarenta años y dos hijas pequeñas para frenar, para reconquistar una existencia, una gallega ya también vallisoletana que, sin haber cumplido los 30, se trasladó a Valladolid porque se había enamorado. «Lo conocí en los viajes que hacía aquí porque venía a menudo, tengo muchos amigos en la ciudad e, incluso, algún familiar. Y un día nos conocimos, en unas vacaciones.Después, seguimos una relación a distancia y terminé por trasladarme a vivir con Él, un tiempo y luego nos casamos».
«No sabía ver, no sabía», repite una y otra vez con una voz que se emociona. «Ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de que todas las señales estaban ahí. Era posesivo, mucho, me fue distanciando de los amigos, de la familia y yo ni siquiera me daba cuenta. Perdí a mi gente, que me la cambió por la suya.Aislada, sin vida social y yo era una persona muy abierta, que necesitaba mucho salir, comunicarme, estar con mis amigos, hacer cosas... el borró todo eso. No tenía vida social».
Al principo, en esa traición del pensamiento contra la propia existencia, esta joven que dejó todo atrás, incluso una carrera superior porque «Él nunca me dejó ejercer», creía que «era normal, te echas novio y es lo primero, a quien dedicas todo tu tiempo. Ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. No. Ni siquiera pensaba. Es como entrar en una secta, te anulan y no recapacitas».
Poco a poco, las sombras vencieron a las pocas luces, «mis amigos eran los suyos, mi vida era la suya. Y todo lo mío quedó apartado. Me anuló como persona». Llegaron las hijas, dos pequeñas, «buscadas. Pensé que mejorarían las cosas con Él.En absoluto».
Los insultos, las amenazas, las vejaciones, las humillaciones... llenaron su vida. «Nunca me pegó. Jamás me puso la mano encima. Pero era violento, cuando se enfadaba tiraba y rompía cuanto pillaba, daba golpes a las mesas, a las sillas, rompía la puerta de una patada, me acercaba el puño conteniéndolo en el último instante y se lo mordía con rabia. Nunca me agredió físicamente pero me destrozó anímicamente». La psicóloga, añade, «siempre me dice que no lo hizo, pero que era el siguiente paso, que si hubiera seguido con él seguro que algún día la fuerza se le hubiera ido contra mí».
Dos amigas sostenían las fuerzas de esta víctima de maltrato junto a un apoyo familiar al que, al principio, no contaba nada ni dejaba entrometerse;pero, finalmente, fue todo un colchón emocional. Unos padres que no se sorprendieron: «Me dijeron nosotros ya lo sabíamos;pero eras tú la que tenía que reaccionar y salir».
Él la acusaba de esa relación con sus amigas, insinuaba que era mucho más que amistad, «que nos reíamos de Él, que entre las tres nos lo estábamos montando a sus espaldas.... verdaderas barbaridades, falsas. Me llegó a espiar y a grabar. Me pilló charlando sobre lo mal que lo pasaba, que yo no quería tener que abrazarlo o besarlo... Él ni siquiera interpretó bien los susurros grabados y los creyó prueba de infidelidades».
«No me dejaba vestirme ni pintarme a mi gusto. Siempre me encantó arreglarme;pero me decía que estaba horrible. Si me veía desnuda o en ropa interior me decía que le daba asco, que era feísima. Aparecía de golpe en casa cuando no le esperaba, me despertaba en mitad de la noche para hablar de 'lo nuestro' o para insultarme. Me seguía, me vigilaba, me atormentaba».
A las niñas, que no superaban los 14 años, «no les hacía nada aunque nunca fue nada parecido a un padrazo; pero ellas lo sufrían, las dos me decían: Mamá busca ayuda, alguien tiene que ayudarnos».
«Me intimidaba, me espiaba cuando iba al gimnasio, me prohibió trabajar, decía que era por mí, para protegerme, para que la gente no me hiciera daño... también me repetía 'que no vales nada, que había perdido todo el encanto, que le había defraudado como mujer, que qué bajo había caído...' y luego si me arreglaba se quejaba: 'Qué guapa te has puesto ¿no?', me decía molesto. Mi autoestima se desmoronó porque esto ocurría cada día. Y yo siempre temía que apareciera, que me interrogara... empecé a mentir, para defenderme, cuando salía con las amigas le decía que iba al gimnasio... Él lo comprobaba y me pillaba, claro».
«Cambié mi forma de vestir, de vivir, de sentir. Él está bien situado, tiene dinero aunque ahora no cumple con la pensión de sus hijas. Estos años fue como adoctrinándome, como en una secta. Me venció y me cambió, hasta que decidí salir. Él sigue ahí, detrás, intentando acosar, no se conforma, cree que es temporal, que voy a volver, que lo necesito. Esto te destroza. Él es un maltratador. Cada día. Todos los días».
Un año tardó esta joven gallega en decidir cómo dar forma a su 'no'. «Comencé planteándoselo a él mismo. Tratando de convencerle de que aquello no funcionaba y de que deberíamos darnos un tiempo. No lo aceptaba, todo empeoraba y busqué ayuda a través de mis amigas». Una trabajadora social le ayudó a definir sus pasos. «El sistema funciona, te ayudan de verdad, psicólogo, asesoría jurídica... aunque aún no lo he denunciado. Tengo miedo porque la agresión emocional es más difícil de demostrar y también por mis hijas, la custodia la tengo yo».
«Me dicen, y sé que es así, que he avanzado mucho, que lo peor ha pasado, que soy más fuerte de lo que me pienso.La verdad es que estoy aquí, he logrado un trabajo, mantengo a mis hijas. Soy libre, ¿para qué quiero libertad?, para nada, para estar tranquila. Aún vivo con angustia, aún repaso cada día tratando de entender por qué no lo vi si estaba tan claro. Salgo, voy al cine, de paseo con mis hijas... y aún tengo tendencia como a mentir, a darme mucha prisa en llegar a casa porque antes me interrogaban. Ahora, me paro y me digo, no pasa nada, puedes llegar cuando quieras. Hay paz en casa».
Sabe que aún hay pasos por recorrer, aún hay una fuerte angustia, ¿miedo? «No sé, sí, o no, no quiero verlo, sigue molestándome, acosándome... claro no hay ninguna orden de alejamiento ni nada;pero no descarto denunciarlo si no me deja vivir. Sigo con psicóloga; pero soy libre, libre... Él no se reconoce como maltratador, es curioso».
Hoy es el Día contra la Violencia Machista y esta víctima quiere acercar su testimonio para animar a la denuncia y a saber pedir ayuda. Ella, espera que el tiempo lo borre del todo.
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