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La necesidad de mano de obra abre el abanico a temporeros del África subsahariana o MarruecosSilvia G. Rojo
Lunes, 17 de julio 2023, 00:02
Define la Real Academia Española de la Lengua a un temporero como aquel «que ejerce un trabajo temporalmente», con independencia de su procedencia. Por los campos de Castilla y León se mueven a lo largo del año, en las diferentes campañas agrícolas, alrededor de 10. ... 000 temporeros. Es el dato que la Junta manejaba el año de la pandemia y que resulta sumamente complicado actualizar.
El periodo de mayor contratación se da entre los meses de junio y octubre, con la recogida de la patata, uva o plantón de fresa como estrellas. Según los datos de la Consejería de Comercio, Industria y Empleo, el año pasado se realizaron 26.116 contratos a peones agrícolas (excepto en huertas e invernaderos) y fue el mes de septiembre, con 7.484, el que marcó la diferencia.
Detrás de los números están las personas, de cada vez más nacionalidades, que sacan adelante estas campañas agrícolas repletas de matices.
Gustavo Herranz es el presidente de Viveros Campiñas y no solo relata su experiencia en primera persona en la provincia de Segovia, donde se asientan, sino que hace extensivas sus declaraciones a todo el sector, pues es el presidente de la Asociación Española de Viveristas de Plantas de Fresa. «La realidad es que en la época de verano, sobre todo, competimos con otros países de Europa. Y ciudadanos del Este, que antes venían a España, con el tiempo también se van quedando por allí porque les cuesta más llegar hasta aquí».
También influye la tendencia demográfica. «Tienen menos gente joven y menos renovación» y aunque las situaciones siempre son muchas y variadas, algunos han ido encontrando estabilidad en su país.
Ante esta nueva realidad, las empresas, y como tal se debe entender la figura del agricultor, tienen que buscar mano de obra en otros lugares, por lo que Herranz confirma el relevo con ciudadanos procedentes del África subsahariana, Marruecos o Colombia, aunque en este último caso, «los contingentes son más pequeños, es más difícil».
En el caso de Marruecos, para la campaña 2022-2023, el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, a través de la Secretaría de Estado de Migraciones, puso en marcha una nueva edición del programa de migración circular de Gestión Colectiva de Contratación en Origen (GECCO), que traerá a más de 16.000 marroquíes a trabajar en diferentes campañas agrícolas en España. El destino de un millar de esas personas es Segovia.
«A través de programas como ese intentan promover que retornen convenientemente y, además, se pueden ir trayendo trabajadores de manera estable», explica Herranz, quien añade que muchos temporeros «vienen de Lérida, Andalucía o Murcia, donde hacen otras campañas y se van uniendo a los ajos, la vendimia o las fresas».
Sentimiento «generalizado» de falta de mano de obra
Su vivero mueve entre 2.000 y 2.500 temporeros y necesitan mano de obra desde que empiezan a plantar. En esta época están con la planta de fresa en maceta. «Lo más fuerte es en octubre, cuando recolectamos 'raíces nuevas', y cierto grupo de viveros también tiene oferta entre diciembre y enero con la planta de fresa frigo conservada».
A la hora de buscar mano de obra, Herranz confirma que en su sector «la gente va apurada, hay un sentimiento generalizado de que falta mano de obra cualificada y sin cualificar». También cuentan con trabajadores de nacionalidad española, porque «necesitamos mucha gente y en las zonas rurales no la hay ni para trabajar ni para nada; entre los diez pueblos de la zona no sacas ni cien».
Cuando se le pregunta por los salarios, afirma que «son dignos, con condiciones dignas» y que se han ido actualizando con el paso de los años. En su zona son un referente. «Tenemos experiencia de más de 20 años trayendo gente, tenemos viviendas para los trabajadores, un autobús con chófer a su disposición para ir a comprar, personal para favorecer su integración y que entienden su idioma».
En este sentido, Comisiones Obreras edita cada año una guía con información sociolaboral para las campañas agrícolas en varios idiomas y sobre esta cuestión concreta se recogen tres puntos: se fija en el convenio de aplicación; no podrá ser inferior al Salario Mínimo Interprofesional (SMI) y, por último, «las personas trabajadoras eventuales y temporeras cuyo trabajo no supere los 120 días en la misma empresa, cobrarán un salario al día con carácter general de 51,15 euros».
Sobre si es la dureza de la labor lo que puede echar a la gente para atrás valora que el trabajo en el campo no es lo de antes. «Ha cambiado mucho, ya no se mueven los pesos ni se hacen los esfuerzos de hace años, pero, lógicamente, es a la intemperie».
En una sociedad sujeta a protocolos y manuales y después de la experiencia de la covid, manifiesta que a la hora de organizar y desarrollar el trabajo, nada como aplicar «el sentido común», por lo que «no hace falta ninguna medida que te diga lo que tienes que hacer, ya sabes que con un calor excesivo o lloviendo no vas a ir al campo. Hay tareas que las hacemos antes del amanecer, cuando hace más fresco y paramos cuando empieza el calor». Salvo que aparezca algún «dominguero», bromea, «en el campo hace frío y calor, y siempre se recuerda que hay que estar hidratados y tomar ciertas medidas».
Asentados en Chañe, toda esta mano de obra supone un revulsivo para la zona pues «al final son muchos los salarios, hay gente que envía mucho dinero a sus países de origen, pero también gasta y es dinero que queda en los bares, las tiendas, los supermercados o la farmacia».
El apoyo de UCCL
Ante esta necesidad de mano de obra, UCCL Segovia decidió arrimar el hombro y en coordinación con cinco empresas, tres de ellas viveros de planta de fresa, endivia y frambuesa, coordina la llegada de temporeros. Aclaran desde esta organización agraria que una de las empresas «para la poda y poda en verde necesita entre 20 y 25 personas y solemos buscar gente que está aquí».
Cada año traen operarios de Rumanía. «Para los viveros suelen venir unas 250 personas, pero también gente de Marruecos, este año 250 mujeres».
Hace unos días llegaron 24 personas desde Rumanía para hacer planta de fresa y en septiembre esperan otros 200 marroquíes para otro vivero.
«Hay gente de Rumanía que lleva mucho tiempo con las empresas y están en sus listados, llamamos y buscamos una empresa que haga el viaje, siempre atentos por si hay algún problema, a sus condiciones». En el caso de Marruecos sucede más o menos lo mismo, se hace una oferta y si no se cubre, se solicita a través de la Subdelegación del Gobierno.
En el caso de las fresas recuerdan desde la organización que «cuando todo esto empezó iban mujeres estudiantes que venían en autobuses, luego esta gente dejó de venir y han llegado otros para hacer campañas cortas e intensas, con el sueldo de aquí igual viven allí todo el año, están sujetos al convenio agrario y con ayudas por producción, quieren sobre todo mujeres porque son más hábiles con las manos».
A nadie se le escapa que también «puede que haya alguna pillería cuando se hace a través de terceros, pero cada uno sabrá, allá ellos».
Entre los temporeros los perfiles son múltiples, cada uno con su realidad. Ana Ruszczymska llegó hace 17 años a España desde Polonia para hacer una campaña de fruta durante tres meses en Huelva, «se acabó el trabajo y dije que me buscaba la vida, me quedé».
A lo largo de este tiempo ha ido enlazando unos trabajos con otros, incluso se dedicó a la hostelería, pero su preferencia es por los trabajos agrícolas, sobre todo los que tienen que ver con la viña por lo que conoce a la perfección las necesidades de cada momento e, incluso, su tarea también ha llegado en ocasiones a la bodega.
Con el paso del tiempo ha hecho su vida en Tordesillas. Hace poco más de un año montó su propia empresa de servicios agrícolas a través de la que contrata gente por diferentes periodos, en función de la campaña. «Hacemos poda seca, poda en verde, luego la temporada de patatas o la vendimia», relata. En su caso trabaja con marroquíes asentados en la zona, tanto hombres como mujeres, «lo hacen rápido y bien», valora.
Muestra la aplicación de su teléfono para indicar cómo realiza la parte burocrática, en contacto continuo con su asesor. «Yo tengo que presentar a quien me contrata los datos de Hacienda, Seguridad Social y bancarios para empezar a trabajar». Declara que los gastos a los que se enfrenta «son muchos, por eso tienes que negociar bien para que te interese», aunque también cuenta con una parte de clientes fijos que la conocen desde hace años y «confían en ti y en tu trabajo y hay muy buena relación».
De manera continua siempre tiene cinco personas en la empresa, pues el viñedo no se resume solo a vendimia o podas, «hay que bajar alambres, subir, arreglar cosas». Otra cuestión son los momentos puntuales y campañas como la de la vendimia, cuando puede llegar a contratar hasta 70 personas.
Reconoce la dureza del trabajo agrícola. pero, en su caso, «si no trabajo me duele todo, necesito trabajar, el trabajo agrícola siempre me ha gustado, la viña me encanta». Lo mismo que España, país del que se declara «enamorada».
También son variadas las necesidades del agricultor en lo que a mano de obra se refiere. Unos precisan personal para las patatas, otros para los ajos o la vendimia. Eduardo Arroyo, por ejemplo, concentra la parte más fuerte de su explotación en las patatas, pero además tiene viñedos.
«Es difícil tener siempre a la misma gente, eso sería lo ideal, pero no siempre están los mismos». Esta semana comenzará a sacar patatas en la provincia de Valladolid, ya lo ha hecho en la localidad madrileña de Fuentidueña de Tajo, y entre las nacionalidades que figuran en los contratos de los temporeros no faltan búlgaros o rumanos, «y ahora más marroquíes, bastantes, también algún senegalés», enumera.
Desde hace un par de años es su empresa la que contrata directamente a los temporeros. «El año pasado fueron marroquíes e hicieron el trabajo de maravilla», aunque llegan a través de intermediarios que hacen esa prestación de servicios. «Me pasan los datos y yo a la gestoría, que les da de alta y si alguno no está al día, no viene». A Arroyo le parece la fórmula más acertada «para evitar problemas y que todo esté en orden».
Muchas de las personas que ahora están sacando patatas irán después a la vendimia. «Muchos de ellos ya están todo el año por aquí, la viña entre unas cosas y otras te puede llevar siete meses, también los hay que bajan a la naranja a Sevilla». Concluye que es necesario «gente experimentada» que conozca bien la tarea.
Ibou Sy, trabaja en las labores de la viña en Ribera del Duero.
Llegó a España en una patera en el año 2006 y, tras varios destinos, entre ellos, Almería y La Coruña, recaló hace cinco años en la localidad burgalesa de Quintana del Pidio. Allí, desde entonces, realiza las labores propias del viñedo en la zona de la Denominación de Origen Ribera del Duero. Ibou Sy es senegalés, tiene 45 años y una historia dura a sus espaldas desde que hace 17 años decidiera abandonar su país para buscar una vida mejor.
«Desde que he llegado aquí mi vida a cambiado, estoy muy bien», afirma con una sonrisa en la boca, mientras realiza las labores de la poda en verde en unos viñedos situados en La Aguilera, acompañado de otros compañeros. Ibou trabaja durante todo el año en las diversas tareas que aprendió desde cero cuando recaló en Quintana del Pidio, ya que «cuando vine no sabía nada, he conocido aquí todas las labores». En este pueblo burgalés ha encontrado su lugar. Dice que Daniel, Susana y Maxi, sus jefes, «me acogieron desde el primer día como un rey». En ese enclave ribereño se siente como en casa y ya ve muy cerca la llegada de su familia: su mujer y su hijo de cinco años que actualmente viven en Senegal. «Quiero traer a mi familia, he hecho los papeles y ya me han salido favorables. Estoy esperando porque ellos tienen cita en Senegal para conseguir la documentación y poder venir», detalla con ilusión. No los ve desde finales del pasado año, cuando viajó a su país para pasar dos meses después de finalizar la campaña de vendimia en Ribera del Duero. Por cierto, confiesa que su labor preferida en el campo es esa, la de la recolección de la uva cada año, ya que «hay mucho ambiente, mucha alegría».
Al echar la vista atrás, Ibou recuerda su dura llegada a España. «Llegué a Canarias en patera, allí estuve veinte días y luego a Almería vía Málaga. En Almería estuve ocho años hasta conseguir los papeles. Después, hice un curso de marinero pescador y empecé a trabajar en el mar en La Coruña. Es muy duro, no es igual que el mar de Senegal que es lo que conocía. Por ello, decidí volver al campo», cuenta sin perder la sonrisa. Respecto a la regularización de sus papeles confiesa que le costó «mucho tiempo y varios intentos, pero al final salió». Ahora, años después, espera con ganas la llegada de su mujer y su hijo para emprender una vida común en España. Texto: Susana Gutiérrez
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