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«Esta será la última vez que hable de mi maltrato y de cómo me arruinó la vida. Me hace daño recordarlo. Lo meteré ... en una caja para no volver a sacarlo más», cuenta Luisa, antes de ponerle el punto final a un capítulo que quiere sepultar para siempre.
«Sé que si no hablo del tema estaré mejor. La vida me ha dado nuevas oportunidades y me premió con lo que más deseaba: ser madre». Y a eso se agarra Luisa para dejar todo aquello atrás. Su relato final está lleno de silencios, quebrado por las lágrimas, atravesado por unas heridas que todavía duelen.
«Yo tenía 17 años cuando todo comenzó. Hija única. Venía de una familia en la que se pensaba que las cosas con látigo entran, pero mi madre fue la única que me puso la mano encima. Me marché de casa. Conocí a un chico dos años mayor. Me enganché a él y él se aprovechó de mí. Fingía que me defendía, que me protegía. Se aprovechó de mis miedos y me maltrató. Yo no me atreví a volver a mi casa», relata Luisa cuando recuerda aquellos años en su país de origen, en Sudamérica.
«Fue horrible, horrible, horrible». Dice horrible una cuarta vez como si no hubiera otra palabra para tanto dolor. «Yo me creía orgullosa. Decía: no voy a echar ni una lágrima por ti. A él a eso le molestaba. Me pegaba con las manos y como no lloraba, seguía con los palos, luego los cables, por último con agua caliente. Quería que yo llorara. Me dio una paliza en la calle, me arrastró por el suelo agarrándome de los pelos, en un suelo que era todo piedras. Me apretó fuerte las piernas contra el tronco y me provocó daños en la columna. Un día casi me ahogó».
Luisa continúa con este relato que nunca más quiere recordar: «Le trataba de usted. Y él desplegaba todas sus mañas para pedir perdón, hacer cariños, tener detalles contigo y así engancharte. Yo era una niña. Confiaba en él. Pensaba que podría cambiar. Pero esos hombres nunca cambian». «Al final me dejó él».
Y fue cuando Luisa comenzó a reconstruir sus heridas. Estudió contabilidad, consiguió un trabajo, finalmente se mudó a España. Llegó a Valladolid. Pero su historia de dolor no había concluido. «Aquí conocí al padre de mi hijo. Al principio todo iba bien. Todo bonito. Pero cuando me quedé embarazada, comenzó el maltrato psicológico. La palabra subnormal la aprendí por él. Me anuló. Yo no tenía derecho a mis gustos. Él eligió todo para la casa y yo sentía que esa casa no era mía, que solo la limpiaba. Cuando nació nuestro hijo ni podía acercarme, no podía ejercer de madre, sentía que había sido un simple vientre de alquiler. En el paritorio, le agarré la mano y le arañé sin querer. Él empezó a gritarme, a insultarme. Sentí tanta tristeza, que solo pude gritar:' ¡Vete! ¡Déjame sola!'. Fue lo mejor que me pudo haber pasado. Recibir a mi hijo sola, con la ayuda del equipo del Río Hortega, que se portó tan bien conmigo».
Después de muchos episodios de maltrato psicológico, Luisa se divorció. Pidió ayuda y recibió el apoyo de los programas de la Junta, la Diputación y el Ayuntamiento. «Desde entonces no soy la misma. Desconfío. Tengo miedo a conocer a alguien. Pero sé que denunciar es lo mejor que podemos hacer. En su momento duele, pero es la única forma de liberarse y ser feliz. Es el único modo de escapar de una vida triste. Yo ahora quiero descansar, ser feliz con lo que me gusta, vivir con mi hijo tranquila y educarle para que respete a las mujeres con las que esté. Es lo que quiero. Eso, y olvidar. Porque aquello, para mí, ya es un capítulo cerrado».
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