He aquí una de las mayores eruditas de España en arte funerario, su estudio y su investigación. Mercedes Sanz de Andrés (Segovia, 1974), historiadora y profesora de Caminos del Románico de Madrid y de la Universidad de la Experiencia con el Instituto de Empresa. Su ... primera gran obra escrita la dedicó a estudiar en los 316 pueblos de Segovia sus 364 cementerios. La tituló 'Los Cementerios de la provincia de Segovia. Museos al aire libre', dentro de la Colección Becas de Investigación de la Diputación segoviana, y en pocos días verá la luz 'Cual guardo yo en mi pecho... 200 años del Cementerio de Segovia' (Editorial Derviche). Con un ameno tono didáctico, su quehacer pedagógico en el estudio de los cementerios le lleva a concluir que no existen en el mundo lugares mejores para aprender a valorar la vida.
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–Su trabajo 'Iconografía de la muerte en el Barroco. La Orden de los Capuchinos como paradigma pedagógico', ¿le abocaba a especializarse en el arte vinculado a la muerte?
–Ese fue el segundo paso.
–¿Y el primero?
–El profesor José Ramos me impartió una asignatura en el máster que me marcó para toda la vida. Y tuve otros profesores también muy buenos que supieron sacar de mí buenas cosas para estudiar el tema de la muerte.
–¿Estaba predestinada a ello?
–Toda mi carrera se fue especializando poco a poco en ese acercamiento a la muerte y cuando la finalicé, el tema a abordar tenía que estar relacionado con la iconografía de la muerte: elegí los Capuchinos porque tienen un estigma muy especial relacionado con la muerte.
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–Estigma que consiste en...
–Además de los de obediencia, castidad y pobreza han de elegir un cuarto voto entre ir a misiones a predicar o ayudar a bien morir.
–¡Ayudar a bien morir!
–Me pareció tan interesante que me fui a Barcelona y conocí a Fray Valentín Serra de Manresa, monje capuchino que me abrió las puertas de su archivo. Tuve la suerte de poder investigar cómo ayudaban a bien morir los capuchinos desde el siglo XVII hasta nuestros días.
–¿Y es por eso que decidió dedicar toda su vida a esta materia?
–Lo de investigar sobre esto yo lo hacía desde la perspectiva de la belleza porque en Historia del Arte nos acercamos a la muerte con el lenguaje de la belleza: cómo el ser humano ha utilizado el arte para hablar del más allá y no olvidar a los seres queridos.
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–Ya, pero parece un oxímoron: Belleza de la muerte en estos tiempos internetizados, cuando la muerte es ocultada, rechazada.
–La higiene escatológica ha blanqueado nuestras postrimerías. La única certeza que tenemos en la vida es que nos vamos a morir y, precisamente, es la que más obviamos. Es verdad que hoy día sigue siendo un tabú. Y, aunque parezca que todo está en Internet, sorprende cómo para estudiar el tema de la muerte hay que acercarse a los archivos. Es en ellos donde está toda la información.
–¿El patrimonio funerario es tan distintivo como para que alguien pueda especializarse en ello?
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–La muerte en la Edad Media...
–¿Qué le pasaba a la muerte en la Edad Media?
–Que tenía unas características, con una determinada iconografía, que es verdad que luego se puede repetir en el Barroco, que se mantiene hasta nuestros días, pero la sociedad es distinta y la manera de enfrentar la muerte, también lo es.
–¿Tanta es la diferencia?
–En la Edad Media estaba interiorizada, formaba parte del ciclo biológico. Sin embargo, en el Barroco ya no daba miedo la muerte propia, sino la del ser querido y eso va a tener unas consecuencias artísticas preciosas. Por ejemplo, en el Romanticismo, donde la iconografía va a estar muy relacionada con los sentimientos, el desgarro, el horror y se va a pasar a otra muy diferente en nuestros días, también reflejo de la sociedad que tenemos. El gran cambio que se ha dado en los últimos tiempos es que se ha pasado de dar sepultura en el interior de los templos a gestionar la muerte y el recuerdo.
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–¿Cómo se gestiona la muerte?
–Antes una persona nacía en una parroquia y moría, por lo general, en la misma parroquia. Y se le daba sepultura en el mismo lugar en el que estaban enterrados sus antepasados. Y era la Iglesia la que gestionaba nuestro paso por el mundo.
–¿Y eso cuándo cambió?
–En el siglo XVIII Carlos III, por así decirlo, exilia a los muertos, los saca de los poblados y construye cementerios extramuros. Y ahí ya es el Estado el que regula y controla nuestro paso por la vida y da fe de nuestra existencia. Eso aumentó la burocracia de la muerte en el siglo XVIII: hubo que empezar a hacer una doble papeleta; el capellán tenía que recibir una papeleta para entregarla al sepulturero... Hay todo un protocolo que anteriormente no existía. Y eso evolucionó en el XIX con la aparición de las funerarias y así, hasta nuestros días.
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–¿Tan didáctico es el asunto como para que se planifiquen visitas guiadas a los cementerios? Usted participa en las de Segovia y Zamarramala.
–En 2011 el Ayuntamiento de Segovia me propuso hacer una visita guiada en el cementerio; era la primera vez que se iba a hacer y no sabíamos qué impacto iba a tener: la experiencia fue maravillosa, gustó muchísimo y desde hace 5 años se llama 'Tiempo de ánimas', de tal manera que se hace un programa específico.
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–¿De noche?
–¡Tuvimos uno! Además, nos nevó y fue todo muy especial. Justo antes de la pandemia. Se creó un entorno muy mágico, en el que nos acercábamos con respeto y todo el amor del mundo.
–Otro oxímoron: Bullicio (de los vivos) en la paz (de los muertos).
–A ver, a ver. Los cementerios, y así me he acercado a ellos desde el principio, son espacios sagrados, de superación del duelo y del dolor y, teniendo eso muy claro, hay otra perspectiva del cementerio, la de la parte histórica y cultural. Antes de comenzar a hacer una visita guiada a un cementerio hay que tener claras muchas cosas y hay toda una parte de preparación en la que hay que saber el entorno en el que se va a estar. Pero son muchísimos los cementerios que tienen visitas guiadas y que ofrecen un recurso cultural. Muchos ayuntamientos han visto en los cementerios una apuesta no solo para hacer turismo o rescatar el valor cultural y patrimonial sino también como motor económico.
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–Para las empresas funerarias, sí, pero fuera de ellas, ¿motor económico para quién más?
–Se crea empleo, porque hay que arreglar sepulturas; o la botánica, para adecentar la parte vegetal y floral. Luego, el ingreso que puedan tener de esas visitas. Y, lo más importante de este tipo de actividad es que se conciencia a los municipios del valor cultural y patrimonial de sus cementerios. Es muy importante porque es un patrimonio muy indefenso.
–¿Indefenso?
–Estar al aire libre lo deja sujeto a las inclemencias del tiempo. Por otro lado, el recuerdo tiene su tiempo y el tiempo es un pleito y cuando pasan varias generaciones familiares hay sepulturas que quedan desatendidas y hay algunas que tienen un alto valor artístico no solo en las esculturas, sino también en los epitafios. Si un Ayuntamiento es consciente del valor cultural y patrimonial de su cementerio lo puede mantener y además transmitírselo a sus vecinos para que el cementerio forme parte también de la ciudad de los vivos.
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–¿Qué puede verse en un cementerio, más allá de lo que percibe el ojo humano?
–Lo primero que hemos de tener en cuenta es que está en un entorno y el paisaje condiciona la propia arquitectura y los materiales: es diferente que haya granito en el entorno o pizarra, o los pueblos rojos y negros de Segovia... Luego hay que fijarse en el muro, que no es solo un elemento arquitectónico, sino también simbólico: diferencia el espacio de los vivos del de los muertos.
–Eso parece evidente.
–Cuando se accede a un cementerio, se tiene la sensación de que se pasa a otra dimensión, a otro tiempo, donde está el silencio. Uno es capaz de escuchar el sonido de la muerte, el sonido de la naturaleza. Y se pasa de un espacio profano a uno sagrado por una puerta, que suele estar por lo general en un eje vertical con una capilla funeraria.
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–El entorno, el muro, la puerta...
–Dentro es muy importante fijarse en cómo está jerarquizado el espacio funerario porque aunque siempre se hable de la igualdad y la democracia de la muerte, eso es pura teoría.
MERCEDES SANZ
Historiadora del Arte y especialista en iconografía de la muerte
–¡Pero si siempre se ha dicho que la muerte nos iguala a todos!
–Todos somos iguales en el morir, pero no en el cómo morir. Un cementerio también ofrece la misma jerarquía que la que encontramos en vida.
–¿El más rico del pueblo también se distingue en el cementerio?
–Existe el dicho popular ese de 'Vas a ser el más rico del cementerio'. Uno entra en un cementerio y ve la jerarquización del espacio: los enterramientos en suelo y en nicho, los panteones, los mausoleos... Se ve perfectamente cómo está estructurada la sociedad de los vivos.
–El entorno, el muro, la puerta, los enterramientos...
–Luego es muy bonito ir recorriendo tumba a tumba, porque nos podemos empapar de las biografías de los allí enterrados por los epitafios, las esculturas...
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–¿Qué se puede aprender en un cementerio?
–¡A vivir!
–¿A vivir? ¡¿En un cementerio!?
–Si a algo enseña un cementerio es a vivir, a disfrutar este regalo de la vida y a transmitir en vida todos los sentimientos que tengamos que decir porque cuando uno se ha muerto...
–El refrán dice que 'el muerto al hoyo...'
–Recuerdo en cementerios escuchar a personas que están rotas de dolor, llorando ante la tumba del ser querido y diciendo «Te quiero, te quiero mucho». ¿Por qué no haberlo dicho en vida?
–Morirse siempre se dijo que es un arte, pero ¿es la tumba la que acaba por definir al difunto?
–Es muy peligroso dejar en manos de otros la muerte propia.
–¿Y eso? ¿Peligroso?
–Uno cuando analiza las esquelas encuentra mensajes que ha redactado la familia, que el difunto a lo mejor no quería que figuraran. Gestionamos el matrimonio, pero no nos preocupamos de preparar nuestra propia muerte; eso queda en manos de otros. Es muy difícil de saber en un cementerio hasta dónde llega la voluntad del difunto y hasta dónde la de los familiares porque los epitafios, por lo general, están escritos por las familias. La burguesía del siglo XIX en algunos casos tuvo la intención premeditada de comprar terreno para un panteón, de tratar con el arquitecto municipal para que lo construyera...
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MERCEDES SANZ
Historiadora del Arte y especialista en iconografía funeraria
–Un panteón es un elemento que permite que no caiga en el olvido el difunto, pero esparcir las cenizas ha conducido luego a que familiares de finados sientan el vacío de no tener dónde llevar flores.
–La tumba es el eslabón para no olvidar. Necesitamos un espacio físico. De hecho, la tumba tiene dos partes: una invisible, la parte higiénica, y otra visible, la que tiene la función de recuerdo. Y es que necesitamos acudir a la tumba del ser querido no solo para recordarlo sino también como proceso de duelo y para poder superar el dolor. Es acudir a un lugar como ayuda para el propio vivo. ¿Por qué en los panteones pone 'Familia tal' o 'Familia cual'?
–Usted dirá.
–Porque refleja la identidad familiar. Nosotros somos de la tierra y de ahí la necesidad de tener una identidad arraigada a la vida, de no perder el recuerdo.
–No me resisto a preguntarle por el epitafio más original que se ha encontrado, el que más le haya llamado la atención.
–¿El más original o el que más me ha impactado?
–Usted decide.
–Uno en Muñopedro pone: 'Madre' y en la cabecera tiene una escultura de un niño arrodillado. Ese me impactó mucho. Pero el epitafio con el que más me identifico tiene detrás un historión tremendo de dos niños, de Segovia, Federico y María del Pilar. Tenían 5 años y pocos meses de edad, respectivamente, y murieron con pocos meses de diferencia. Su epitafio dice así: «Cual guardo yo en mi pecho, por el pesar deshecho, memoria inextinguible de vuestro dulce amor, guardad aquí hijos míos vuestros restos fríos, emblema de mi eterno dolor. Cobija bajos tus alas queridos pedazos ahí desprendidos de mi triste corazón, les encomiendo tu guarda y por Dios que con anhelo cuides de ellos en el cielo, que ángeles como tú son».
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–Las ánimas marcan una tradición en estas tierras nuestras. ¿Quién es el culpable de que se deje fagocitar por 'Halloween'?
–Esa fiesta, con los niños con lo de truco o trato y las calabazas es la cara más amable de la muerte.
–Pero llueve sobre mojado: nos dejamos conquistar terreno navideño por Papa Noel, que arrinconó en parte a los Reyes Magos, y ahora esto contra la fiesta de ánimas.
–No podemos dejar que nos roben nuestra identidad cultural.
–¡Pero está pasando!
–Está pasando porque hay un problema cultural.
–¿Y educativo? En los colegios se impulsa 'Halloween'...
–Los colegios tienen que afrontar el tema de la muerte porque puede morir un papá, una mamá, un compañero. De niña, perdí una compañera de clase en un accidente de tráfico y recuerdo perfectamente cómo la religiosas nos transmitieron su muerte. Los colegios tienen que saber gestionar esos momentos porque pueden marcar a las personas definitivamente. Y, por otro lado, es un problema cultural. Hay muchos padres que se niegan a llevar a sus hijos a un tanatorio o a un cementerio y les roban una parte muy importante de la vida que es el despedirse de los difuntos. No se puede ocultar la muerte.
–En un mundo tan tecnológicamente avanzado, ¿un cementerio es el único sitio donde no podrán coparlo todo?
–Ya han entrado con códigos QR en algunas sepulturas, que permiten leer la biografía de quienes están allí enterrados.
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–¿Qué cementerio es el que más le gusta?
–El de Comillas marcó un antes y un después en mi vida; a partir de él decidí estudiar los cementerios desde una perspectiva cultural. Me abrió un mundo tan bonito y tan interesante... El de Luarca y el de Lugo también me gustan mucho.
–Tanto analizar los panteones de los demás, ¿se le ha pasado por la cabeza cómo puede ser el suyo?
–Sí. Claro que llegas a pensar en tu propia muerte, ¡porque vivimos en precario! Y más después de la pandemia, con la muerte de seres queridos y de seres cercanos. Claro que he pensado en mi propia muerte. ¡Y hasta en el sacerdote que debería oficiar mi entierro!
–¿Y lo sabe él?
–Incluso hablé con los músicos que tocaron el día de mi boda y llegué a decirles: «Que sepáis que el día que muera me gustaría que tocáseis vosotros en mi entierro». Y al sacerdote se lo dije también, aunque le han destinado fuera.
–¿Ha hecho ya su epitafio?
–¡No! Y sí que he pensado en ello en alguna ocasión, pero no lo he escrito.
–De tanto ver en los cementerios en qué han derivado tantos seres humanos, ¿se le ha pasado por la cabeza qué quiere ser de mayor?
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–Con ser buena persona y pasar por la vida con paz... Me considero muy afortunada por el trabajo que tengo, por la familia que tengo y por la vida que tengo. Tengo el convencimiento de que las obras en vida marcan la inmortalidad en un sentido u otro; a fin de cuentas, uno lo que busca en los difuntos es qué han hecho en vida, que es lo que nos acaba convirtiendo en inmortales.
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