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He aquí una artesana del barro. Mónica Garrote, 58 años, alfarera, cuarta generación de una familia de alfareros. Artesana del barro, pero no de un barro cualquiera, sino del más especial que puede encontrarse sobre la faz de la tierra, el de Pereruela. Un barro ... que proyecta a este pueblo zamorano a los puestos de cabeza de una fama que traspasa lo físico hasta convertir el nombre de la localidad en una marca de calidad. A uno le dicen Pereruela y, a la vez que piensa en cazuelas y hornos de barro, se enciende en la mente la imagen del prestigio de un hacer que lo debe todo a unos artesanos que, como los de la familia de Marisol Garrote, han trabajado toda su vida en una profesión, la de artesanos del barro de Pereruela, que mantiene intacta desde hace siglos la manera de trabajar y la materia prima de la que sale el producto. Y en la que la mujer ha tenido siempre un papel esencial; tanto que es un espejo en el que pueden mirarse las demás.
–La alfarería le viene de familia...
–Mi abuela Escolástica fue alfarera y la madre de mi abuelo, también. Yo no les conocí, pero sí está claro que me viene de familia: mi madre alfarera, mi abuela, alfarera y yo, también. Y Alba, mi hija, está ahí ya, a medias.
–Habla siempre de mujeres: su abuela, su madre, usted, su hija... ¿La alfarería es oficio de mujeres?
–A ver, ahora ya no.
–¿Es que antes sí lo fue?
–Ahora es ya igual un oficio de hombres que de mujeres, pero antiguamente era principalmente la mujer la que se dedicaba a la alfarería porque era la que sabía echar los cacharros, igual los hornos que las cazuelas. A ver, que sí que trabajaban los hombres, porque eran los que preparaban el barro en algunas casas. En la de mi abuela era mi abuelo el que se encargaba del barro pero en otras casas eran también las mujeres. Iban con un cesto a las barreras a buscar la tierra blanca y el bermejo, preparaban ellas el barro, lo amasaban y hacían ellas las cazuelas. Pero fundamentalmente, antes era oficio de mujeres, lo hacían todo, desde preparar el barro a hacer las cazuelas. Luego sí, con ayuda del hombre las metían al horno a cocer.
–¿El único secreto de hacer un horno o una cazuela está en mezclar el barro blanco con el rojo?
–A ver, ¡es que el bermejo es único en el mundo!
–El bermejo es el barro rojo...
–Y es en esta zona de donde se saca, en Pereruela; no lo hay en otro sitio. Luego, envuelto con el caolín, la tierra blanca, es lo que le da la dureza. Pero el bermejo solo lo hay aquí, en Pereruela; en otras zonas hay barros rojos, pero no son como el de Pereruela. Y también lo envuelven con tierra blanca, pero no queda como la mezcla de bermejo y barro blanco de Pereruela. El subsuelo de aquí es el que lo da.
–Incluso los profanos en la materia saben que si quieres una buena cazuela de barro has de comprarla a un alfarero de Pereruela.
–Imitaciones han querido hacer y hay por ahí alguna, pero Pereruela es Pereruela y nada más que decimos ese nombre, lo asociamos en cualquier lugar del mundo con el mejor barro. Es lo que se viene siempre a la cabeza.
MARISOL GARROTE
–En tiempo de vitrocerámicas, de cocinas y hornos eléctricos y de microondas, ¿cómo es posible que se mantengan los hornos y cazuelas de barro de Pereruela como 'lo más' para cocinar buenos guisos?
–Se mantienen porque sirven. Sencillamente. Quitando para las cocinas de inducción, que hay que poner un difusor y con él también sirven, aunque tardan más en calentar, las cazuelas de Pereruela valen para la 'vitro', para el horno eléctrico, para el de barro, para las brasas... ¡Sirven para todo! Sí que es verdad que cuando salió la vitrocerámica tuvimos cierto temor de que las cazuelas de barro se dejasen de vender, pero bueno, todo fue probar. Me acuerdo que cuando salió la vitrocerámica nosotros compramos una enseguida, porque, claro, comemos de esto. Pensamos en su día que si aquello acababa siendo un 'boom', como finalmente fue, el barro pudiera llegar a no servir.
–Experimentaron, ¿y qué pasó?
–¡La alegría fue que el barro no abría! Funcionaba y funciona. No solo no pasó nada malo sino que se demostró que las cazuelas de Pereruela servían. Eso sí, hubo ahí un tiempo en el que tuvimos nuestros miedos. Me acuerdo, no obstante, de que en tiempos de mi abuela a ellos les pasó lo mismo cuando salieron al mercado las cocinas de gas: decían que a ver si con el gas no iban a funcionar las cazuelas de Pereruela y, no solo funcionaron, sino que lo hicieron y lo hacen muy bien. Todo es adaptarse.
–¿Tierra, agua, fuego y la mano del ser humano es la tecnología de Pereruela?
–Sí. Así de sencillo.
–La alfarería es una profesión sacrificada. ¿Cómo atraen a los jóvenes a un mundo tan difícil?
–Es difícil contestar. A mi hija que lo ha vivido de siempre, lo ha visto en casa..., sí. Yo, de hecho, no estudié, pero mi hija sí lo ha hecho aunque como ella no encuentra trabajo en lo suyo, a lo mejor se tiene que quedar con esto y, por las circunstancias de que está casada en el pueblo y su marido trabaja aquí, tampoco se cuestiona irse fuera a buscar trabajo. Pero es que no sé cómo se puede atraer a la gente joven, porque aún viéndolo de toda la vida y aunque alguno sí se puso de nuevo, no vemos a nadie más que diga que quiere aprender y ponerse a ello. También hay que partir de que necesitas una inversión para ponerte en este oficio.
–Porque, claro, no hay titulaciones de FP o de universidad en alfafería de Pereruela.
–Evidentemente, no las hay.
–Con lo cual, son los alfareros en activo los únicos maestros, los únicos que pueden enseñar la técnica...
–Eso es. Sin embargo, a mí nadie me ha pedido nunca que le enseñe el oficio.
–¿Esta actividad va a menos?
–De cuando yo era niña a ahora, más o menos se ha mantenido el oficio. Aunque algunos se jubilaron, se puso gente nueva unos años atrás que han hecho que el oficio en Pereruela se mantenga. Eso sí, ahora la producción en los talleres es más grande que cuando los tiempos de mi abuela.
–¿Por una demanda mayor del producto?
–Ahora se trabaja igual los meses de primavera, verano, otoño e invierno y antes los meses de invierno no se trabajaba; los locales no estaban acondicionados y no secaba bien el barro. Llegaba noviembre y se dejaba de trabajar hasta primeros de marzo.
–¿Las tiendas de toda la vida y las ferias siguen siendo la salida habitual de venta?
–Hombre, ahora vendemos también por Internet.
–¡De Pereruela a la Red!
–Es la gran diferencia con antes, que era solo venta en casa, a particulares, a clientes de muchos años que tienen sus tiendas y en las ferias. Y ahora... pues está Internet, que es un canal de mucha salida de producto.
marisol garrote
–Es decir, ¿que las nuevas tecnologías lejos de acabar con un producto artesano han impulsado sus ventas?
–Facilita las ventas de una manera extraordinaria. De hecho, nosotros ahora mismo vendemos a través de la Red, aunque resulta más caro. Pero se vende. Una parte importante del negocio está ahora en la venta en Internet.
–Como la Red no conoce de fronteras, ¿dónde es el lugar más alejado en el que sabe usted que hay hornos o cazuelas suyas?
–En su momento mandamos a Polonia. Ahora ultimo un paquete para enviar a Alemania. También he mandado a Estados Unidos y a México. No es que estemos todo el día vendiendo al extranjero, que ójala, pero sí sale producto nuestro fuera.
–Alrededor de esta profesión de alfarero hay una forma de vida, múltiples aspectos vinculados a una manera de actuar en un entorno muy especial.
–¡Es que esto es cultura! Cultura tradicional.
–¿Y sienten que son tratados como tal por la propia sociedad?
–Sí, pienso que sí. A través de Internet no tienes contacto directo con la gente como lo tienes cuando vas a una feria. Hay de todo, pero la gente cuando vamos a las ferias te tratan como eso, que esto es cultura, es artesanía, que no hay una pieza igual a otra, y nos dicen que aprecian cuánto trabajo tenemos detrás de ello.
–Es decir, que uno ve una gran cantidad de asadores, qué decirle, 100, 150 asadores, y pese a que parezcan iguales, ¿ninguno es como el otro?
–Ninguno. Y aparte de eso, por ejemplo, en las piezas circulares se nota perfectamente, según va subiendo, la marca de barro, los dedos. Es donde se ve que esto es artesano, que no hay moldes, que cada pieza está hecha a mano.
–¿Creen que existe conciencia en la ciudad de lo que ustedes hacen en los pueblos, donde además de sujetar población, mantienen tradiciones, oficios, en definitiva, cultura?
–Habrá de todo, aunque yo creo que algo sí. La gente cuando compra, aunque sea para una barbacoa, para un merendero, para una cocina es consciente de que en un pueblo pequeño queda esto y que este oficio lleva un trabajo que ahí está.
–De nacer de nuevo, ¿volvería a ser alfarera?
–No lo sé. El trabajo me gusta, pero, luego, esto tiene rachas. Hay momentos en que vendes, que la economía te va mejor. Otras veces estás invirtiendo, porque tienes que seguir trabajando, tienes que juntar las piezas y a lo mejor no sale tanto como tú quieres y tienes, como en cualquier oficio, como cualquier autónomo, unas rachas mejor y otras, peor. No sé... Yo creo que sí, que volvería a ser alfarera, pero a lo mejor de otra manera.
–Usted es cuarta generación en el oficio. ¿Tiene garantizada la quinta?
–Creo que sí, creo que sí. Es mi hija Alba la que ha de decirlo, pero yo creo que sí.
–¿Y cabe pensar en una sexta generación?
–¡Ójala no!
–¿Y eso?
–Porque ya sería mi nieto y yo querría que él tuviera otra vida, unos estudios, que sacara algo y llegase a final de mes y pudiera decir que tiene un sueldo. Y, así, no tuviera que pasar las penurias que hemos pasado los demás. A ver, esto es bonito y a mí me gusta, pero es esclavo, es duro. Cuando te coges la furgoneta y te vas a las ferias... ¡No sabes si vas a vender o no! Es duro. Es bonito en el taller, en casa, pero cuando vas a las ferias, en las plazas de los pueblos unas veces te achicharras de calor, otras te hielas de frío y no sabes si vas a vender o no. Yo esas cosas no quiero que mi nieto las tenga que pasar el día de mañana.
MARISOL GARROTE
–¿Se sienten respaldados por las administraciones?
–Ahora mismo hay un tema... Se ha acabado el plazo para unas subvenciones para la artesanía, para inversiones de arreglos de talleres y demás. Y para acudir a las ferias, para hacer frente a los gastos. Pero las ferias han subido mucho. Si hasta hace muy poco nos costaba 800 euros poder estar en una feria, ahora son mil. ¿De qué me sirve la subvención si la feria ha subido? Nos sale menos de la subvención que lo que ha subido la feria.
–Entonces, cuando les vemos en las ferias, ¿han tenido que pagar para estar en ellas?
–Claro, ¿qué se piensa? En la de Zamora, por ejemplo, no se paga. En Oleiros, La Coruña, tampoco se paga. Y en Navarrete, en La Rioja, tampoco. Pero en el resto, hay que pagar. En las ferias de artesanía, en un puesto de 3 x 2, nos toca pagar como mínimo 750 euros. En las de artesanía, se paga en todas y de 500 euros para arriba. Y las de alfarería, unas son a 250 euros, otras a 400... En una feria tienes unos gastos mínimos de mil y pico euros. ¡Ya hay que vender cazuelas y hornos hasta sacar ese dinero! El oficio es bonito, muy bonito, pero se han pasado y se pasan muchas penurias. Muchas veces vas a muchas ferias y vuelves con pérdidas. ¡Cuántas veces no me he tirado de las orejas por no haber hecho caso a mis padres que me decían que estudiara!
–Con todo lo que tiene vivido, manteniendo como mantiene las esencias de una profesión que ha pasado de padres a hijos desde hace generaciones, ¿ha pensado ya en qué quiere ser de mayor?
–Alfarera. ¿Para qué voy a cambiar a mis años? Y cuando me jubile, quiero tranquilidad, tener tiempo para mí y poder sentarme a leer un libro, por ejemplo.
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