He aquí un luchador. Manuel González, teólogo y pensador. Dotado de una inteligencia innata, es una de las mentes más lúcidas y lucidas del socialismo de los últimos años de la dictadura. Luchó contra el franquismo. Luchó por hacer de los barrios periféricos de Valladolid ... espacios dignos para habitar. Luchó dentro de su partido, el PSOE, para que no perdiera la cercanía con la gente, especialmente la más necesitada. Luchó desde su interior más íntimo cuando vio que debía abandonar la Compañía de Jesús para dar otro rumbo a su vida. Lucha desde los movimientos sociales y universitarios para que no se pierda la memoria de toda la generación que superó la Guerra Civil. Luchas y más luchas, que cuenta por victorias. Y cuando más tranquilo estaba, la vida quiere que siga luchando, esta vez contra un cáncer. Entre sesión y sesión de quimioterapia acepta conversar.
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–Usted pensaría que ya lo había visto todo y le ha sorprendido este confinamiento.
–Nací en el 38 y pasé los años del hambre. Aquella fusión entre la miseria, la indigencia y la capacidad de salir de todos aquellos agujeros negros que aprendí de mi padre, maestro nacional, me han iluminado mucho y me han ido dando capacidad para afrontar una cosa de estas posiblemente como una especie de regreso a la infancia, de tal manera que me fío de que alguien me va a sacar adelante.
–¡Sigue tan optimista!
–Nos sacarán adelante. De hecho, lo estamos viendo, estamos confiando y yo creo que es lo que nos está salvando.
–Pero es imposible no pensar que la covid-19 ha puesto al ser humano ante un espejo. Unos creen que justiciero, otros que de venganza de la naturaleza...
–Es una venganza que nos estamos dando a nosotros mismos porque hemos estado décadas produciendo bombas atómicas, gastando dinero a esgalla para enfrentarnos unos a otros en la mejor posición y diciendo 'yo soy más fuerte que tú porque tengo tantas toneladas de más de bombas y unos aviones ultramodernos...' Mientras perdíamos todo ese tiempo y dinero, el virus estaba ahí riéndose de nosotros. ¡Y nos enseña que basta un virus para matar a toda la Humanidad!
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–¿Y que teníamos que haber estado haciendo?
–Prepararnos para cuidarnos mejor, para ser más solidarios y para tener preparadas medicinas para cuando llegase una ocasión difícil.
–Desde pequeños nos habían enseñado que el ser humano era poco menos que invencible ¡y resulta que es como el Titanic!
–Estamos aprendiendo una cosa que deberíamos saber desde el principio y resulta que no nos la llegamos a creer nunca: no somos dioses. Somos algo, si lo somos, en comunidad, cuando laboramos para seguir el camino juntos y hacer una ruta apoyándonos los unos a los otros.
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–¿Ve a los actuales políticos preparados para darnos respuestas?
–Hemos creído que la política era el gran recurso y los políticos se lo han creído todavía muchísimo más. La sociedad, como tal, hemos apoyado esa idea porque nos convenía que alguien se hiciera cargo de nosotros y se lo hemos dejado a los políticos para que lo hicieran. Yo creo que en este momento es una gran ocasión de aprendizaje para todos. Para los políticos, si son capaces de verlo así, y, desde luego, para el común de los mortales. La política no es la dirección de los partidos, ni los parlamentos, ni los grandes titulares de las grandes decisiones de los señores importantes... Eso no es la política.
–¿Qué es, pues, la política?
–El acercamiento a la sociedad en su conjunto. Nadie es imprescindible, pero nadie es prescindible. Los políticos no son imprescindibles; es imprescindible la buena persona, la que tira para adelante, la que ayuda. Esa es la política que en estos momentos tenemos que aprender. Los políticos están haciendo lo que pueden y creo que tienen que estar agotados simplemente de pensar cómo solucionar esto. Pero lo importante es otra cosa: ¿A quién se aplaude cada tarde? A los médicos, a los enfermeros y enfermeras... Si somos capaces de empezar a ver que eso es verdaderamente lo que importa, habremos ganado mucho.
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–De todas sus etapas, desde la lucha contra el franquismo, los movimientos vecinales y sociales, la transición, el ayuntamiento, su salida de la primera línea... ¿en cuál halla atisbos para saber por dónde vamos a transitar?
–Posiblemente, en dos. Una la de los tiempos de la lucha, en los que la gente se jugó el pellejo. Aquellas procesiones inmensas de trabajadores de Fasa Renault, de Sava, de Nicas bajando por las carreteras a una hora determinada, miles y miles, cogidos brazo a brazo, inundando las calles de Valladolid en silencio... Pedían justicia y pan. Y, mientras, los demás estábamos pasando el cestillo en las iglesias para que pudiera llegarles el pan a sus hijos. De eso aprendí de manera extraordinaria.
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–¿Y la segunda etapa que le inspira fuerza para estos tiempos?
–Cuando alcanzó el PSOE la posibilidad de hacer algo en Valladolid al ganar las elecciones municipales. Tuvimos la oportunidad de devolver algo a la gente que había estado durante décadas y décadas al pairo de lo que necesitaban: libertad, barrios limpios, transporte, escuelas, bibliotecas... Eso es la democracia, la capacidad de ponerse a la altura de los demás, preguntarles qué necesitan y dárselo.
manuel gonzález
–Llegó un momento de la democracia en el que se profesionalizó la política: cargos, sueldos altos, asesores, coches oficiales,... ¿El dinero mató a la ideología?
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–Sí, cuando el dinero pasó a ser lo fundamental, cuando dejamos de pensar y empezamos a volvernos locos intentando ser los mejores porque si no otros en las siguientes elecciones nos iban a ganar. Teníamos que hacer cosas, pero nos olvidamos de que había algo que era muy importante: no era que el PSOE, o yo como teniente alcalde, o Tomás (Rodríguez Bolaños) hiciésemos cosas; el protagonista es la ciudad, la gente, no los políticos.
–Vaya usted a decírselo a muchos de los que están ahora...
–A ver si comprendemos de una vez: los políticos son gente puesta ahí por los de abajo para que hagan lo que dicen los de abajo. Cuando se pierde la ideología... Aunque yo creo que no hay ideología que valga.
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–¡Ahora sí que le ha dado! ¿Qué hay entonces?
–Sentimiento, capacidad de comprender, cercanía...
–¿Qué queda en usted del jesuita que fue?
–Sería injusto decir una cosa distinta a la de que yo no tengo más que agradecimiento a la Compañía. Entré en el noviciado a los 17 años y salí a los treinta y tantos. Me dieron más de 20 años de estudio con los mejores profesores, en las mejores bibliotecas del mundo, con viajes...
–¿Y si tan bien le trataba la Compañía de Jesús por qué se fue?
–Fíjese qué curioso: estaba destinado a los medios de comunicación. De hecho, estuve estudiando Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid. Pero luego todo dio un giro cuando ya en la última etapa de la Teología me mandaron a Lovaina y me encontré con unos profesores venidos de América Latina, que llegaron con el tema del hambre y la revolución. Me iban a destinar de nuevo al Colegio San José de Valladolid, para dirigirlo, y me opuse: no podía volver al colegio porque acababa de ver otra realidad que me llamaba la atención.
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–¿Qué queda en usted del socialista de base que se crió en los barrios populares de Valladolid?
–Llegué al Barrio Belén y tuve que empezar a aprenderlo todo de sus vecinos. Eso era la vida. De ahí es de donde aprendes a vivir. Lo demás, un engaño. Fue sorber y sorber y sorber; y todavía creo que sigo sorbiendo porque es la única manera de ser honesto.
–¿Usted se considera honesto?
–Todos somos un poco truhanes y todos somos misericordiosos. Pero tengo que decir una cosa: nunca me ha interesado el dinero.Me han interesado los amigos, tener humor para salir adelante... La vida me ha colocado, a Dios gracias y a todos los que me han apoyado en las distintas situaciones para que pueda ser así, en unas posibilidades que ojalá las pudiera tener mucha más gente.
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MANUEL GONZÁLEZ
–Tiene usted ya un nieto de casi dos años y...
–...Bruno. ¡Me tiene comido el coco completamente!
–...Si un día ese nieto le comentase que se quiere afiliar a un partido político, ¿qué le diría?
–A mucha gente se lo he desaconsejado y a otra mucha gente le he acompañado a hacerlo. Cuando fui presidente del PSOE en Valladolid una cierta publicidad hacía porque me interesaba que tuviera afiliados. Pero creo que, al final, nunca he sido un hombre de partido.
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–¡Pero si mantiene el carnet socialista!
–Sí, claro, por supuesto. Y creo en que todo el mundo es igual que el otro, que tiene los mismos derechos que el otro y que eso es lo que el PSOE tiene que promover.
–La pregunta que le hacía es si usted aconsejaría a su nieto que se afilie a un partido.
–Le diría: 'Bruno, piénsatelo dos veces; si quieres entrar en un partido, no te voy a decir que no lo hagas, porque es tu libertad. Pero piénsatelo bien: que sepas para qué. Porque si no entras en un partido político, tu tienes que seguir siendo generoso con la vida y tienes que seguir siendo la persona que eres, con cercanía y justicia con los demás. Pero si entras en un partido, te obligas doblemente a hacer eso'.
–¿Los partidos tienen hoy atractivo para los jóvenes como instrumentos de transformación social o eso ya se acabó?
–(Largo silencio) Me gustaría decirle una cosa, pero le voy a decir la contraria.
–Empiece por la que le gustaría decir.
–Me gustaría decir que es así, que sí existen razones para que un joven esté dentro de un partido...
–Pero...
–...Pero creo que los partidos se han hecho maquinarias donde unos cuantos figuran y se acercan a unas elecciones con determinados fines. No obstante, he de decir que sí que en los partidos hay gente comprometida.
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–A sus 82 años, ¿no sabe usted estar quieto? Tiene en imprenta un libro, que firma con la profesora Asunción Esteban.
–¡Eso ha sido un regalo!
–¿Que consiste en...?
–Me llamó un día Asun y me contó que hablando ella con Germán Delibes salió el tema del Colegio San José y de que en la parcela donde está hubo en su día un convento de monjas cirtercienses. Allí estaba la figura de Marina de Guevara. Esas monjas terminaron en la cárcel de la Inquisición y después en el patíbulo en el auto de fe de octubre de 1559. Un tema atractivo. El libro está en imprenta y lo coeditan la Universidad y el Ayuntamiento de Valladolid.
–Interesante lectura para después del coronavirus, pues.
–Espero, espero.
MANUEL GONZÁLEZ
–Curtido en mil batallas, ahora tiene abierto el frente de las sesiones de quimioterapia. ¿A algunos como a usted la vida no deja de ponerles pruebas?
–Me ha llegado en un momento de la vida en el que soy capaz de verlo con cierta distancia. De decir, 'es cierto, pero a otros les ha pasado, ¿por qué a mí no?' Entonces, como que de alguna forma te reconcilias con una especie de que la vida al final termina siendo para tí tan justa como para los demás. Es decir, te dan lo que te corresponde darte, también sufrimiento. El tema de la muerte estos días está siendo vital porque la gente lo que tiene miedo es a morir.
–Un miedo más que justificado.
–¡Pero es que no tiene miedo al virus! El virus les puede dar igual; lo que da miedo es la muerte, la suya, la de sus hijos, la de los parientes... ¡Tenemos miedo a morir! Es lo que ha hecho la muerte estos días: presentarse, darnos una bofetada y decirnos que está aquí, tan presente como tan a espaldas hemos procurado tenerla siempre. Hay que asumir la muerte como un hecho más de la vida, que llegará, eso es evidente.
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–Claro, lo único seguro al nacer es que vamos a morir.
–Es buen momento para que la gente en sus casas piense en lo que es la vida, valorar y caer en la cuenta de lo que otros son capaces de hacer jugándose su propia vida y ahí volvemos a los médicos, a los enfermeros, a toda la gente que está peleando para que nosotros vivamos mientras ellos pueden morir. Es la gran lección que podemos sacar de estos días.
–¿Y qué lección en particular saca del proceso que vive?
–¿De este de la quimio? La lección de la enorme capacidad de encuentro que estoy teniendo con mi mujer. ¡El cariño que derrocha conmigo María Antonia! ¡Qué capacidad de aguante está teniendo con todo lo que me pasa! Por eso creo muy justo hacerle este acto de agradecimiento a ella, que es quien da consistencia a mi vida.
–En plena paz de la senectud, ¿ya sabe qué quiere ser de mayor?
–(Sonora carcacaja) ¿De mayor...? (Sigue riendo) No digo nada (y venga a reírse y reírse).
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