Lección de un hijo al pánfilo de su padre
Diario de un confinamiento. Día 13 ·
Es en ese momento de la reclusión, en el que tratas de observarles enfrascados en sus cosas y no te ven, cuando te dan una masterclass de supervivenciaSecciones
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Diario de un confinamiento. Día 13 ·
Es en ese momento de la reclusión, en el que tratas de observarles enfrascados en sus cosas y no te ven, cuando te dan una masterclass de supervivenciaEstás leyendo esta carta porque yo ya no estoy. Cada día que pase tu joven memoria se apagará un poco hasta que yo me haya ido. Querrás saber cosas de tu padre. (...) escucha a tu madre: ella es la que más sabrá. Otros contarán muchas ... historias de mí, algunas verdaderas, otras no, pero te escribo esto con el corazón. Te he querido más que a nada en el mundo. He jugado contigo todos los días que he podido, incluso cuando tenía en mis manos el destino del mundo». (Jed Mercurio. 'Un adúltero americano'. Editorial Anagrama. 2010).
Sorprende este perfil de padre amantísimo de John Fitzgerald Kennedy en la carta que le escribió a su hijo John cuando este aún no tenía tres años y que selló con instrucciones para que no se la entregaran hasta después de su muerte, que le llegaría en Dallas meses después, en un episodio de todos conocido pero que al decir de los expertos y según el carro de dolencias que le aquejaban –paliadas a base de más drogas que fármacos– truncó una vida condenada de por sí a ser corta, Lee Harvey Oswald aparte.
Si traigo a JFK hoy es porque es muy difícil no sentirse identificado con las preocupaciones de un padre, por mucho que sea el hombre más poderoso del planeta, sobre el futuro de sus hijos cuando él ya no esté en el mundo para cuidar de ellos, así como sobre la huella que dejará en la memoria de sus vástagos.
Ya, ¿muy intensito, verdad? Pues es lo que hay. Los padres añosos llevamos adherida a la conciencia la preocupación vital por asegurarnos de que nuestros hijos transitarán por la vida en autopistas de peaje cómodas y seguras cuando nosotros ya no estemos al volante. Una preocupación legítima... e inútil. Por mucho que nos empeñemos en allanárselas, a ellos les tocará vivir sus vidas y tomarán sus propias decisiones, acertando a veces, errando otras.
Este desvelo de papis talluditos engorda como los gorrinos en adviento cuando llevas dos semanas de encierro por una alerta sanitaria que obliga a los países de todo el mundo a tomar medidas sin precedentes que cambian radicalmente los hábitos del ser humano y cuando además los que más saben de esto ni son capaces de precisar (o lo son, pero aplican el paternalismo) cuándo doblaremos el Cabo de Hornos e incluso qué efectos producirá en la salud mundial el puto coronavirus cuando termine de asentar sus reales y se quede a vivir entre nosotros.
Es entonces cuando aprovechas que están en sus cosas para tratar de observarles sin que te vean. Manuela, a sus once para doce el 12 de abril, lleva muy bien el temario con el que está a punto de opositar a adolescente militante. Igual está preparando tan bien esa prueba que ha descuidado un poco los exámenes de sexto de Primaria, que ante la novedad en ciernes parecen haber perdido algo de interés para ella, en absoluto para su madre, que mucho más solvente que el pánfilo de su padre, menos meditabunda que este e infinitamente más resolutiva, se aplica con entrega y eficacia en lo de dotarles de las mejores herramientas para cuando les toque manejarse en el mundo.
¿Y Noé? A sus siete y casi medio confirma las expectativas que creó como gran prematuro. Es un superviviente de libro, con una vitalidad más contagiosa que la madre del Covid-19 y se adapta al confinamiento y a lo que venga sin perder la sonrisa mellada (por cierto, no me gusta acusar, pero el ratón Pérez se saltó la otra noche el confinamiento), casi como si se hubiera pasado las siete primeras semanas de su vida en una incubadora del Río Hortega –amor eterno por las sanitarias de la unidad de prematuros de ese hospital–. Ah, no, esperen, es que es allí donde las pasó.
No hay duda, después de observarles un rato concluyo que a mi empeño por tratar de decidir qué puede enseñarles papi para manejarse en este mundo ellos han respondido con una lección de vida, otra más, de las que tanto aprende el pasmado de su padre. Quédense donde están.
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